Dos
acontecimientos han traído al primer plano de la actualidad la llamada ‘crisis
ecológica’. De un lado, la Cumbre de las Naciones Unidas para la Acción
Climática, recién celebrada en Nueva York, con el fin de acelerar drásticamente
las medidas para alcanzar lo antes posible cero emisiones netas de gases de
efecto invernadero y contener el aumento medio de la temperatura global. Y, de
otro lado, la celebración en este mes octubre de un Sínodo extraordinario de
los Obispos dedicado a la Amazonia, cuya integridad está gravemente amenazada.
La
‘crisis ecológica’ es algo innegable ante fenómenos como el cambio climático,
la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas
agrícolas, la contaminación de los mares, los ríos y de los acuíferos, la
pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la
deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales, entre otros; o ante el
fenómeno de las personas que deben abandonar su tierra por el deterioro del
medio ambiente. Todos estos fenómenos tienen una repercusión profunda en el
ejercicio de derechos humanos como el derecho a la vida, a la alimentación, a
la salud y al desarrollo.
Los
últimos papas nos exhortan reiteradamente a cuidar de la creación. El papa
Francisco lo hizo en su Encíclica Laudato si’ sobre
el cuidado de la casa común, la tierra, vuelve una y otra vez sobre este tema,
y nos llama a poner remedio a los males medioambientales y al problema de
justicia social, unido a ellos. Porque el auténtico desarrollo humano integral
y el desarrollo de los pueblos peligran cuando se descuida o se abusa de la
tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado.
Ante el
palpable deterioro del medio ambiente, es necesario volver nuestra mirada a
Dios. “Y vio Dios que era bueno”, nos dice el libro del Génesis (1,25).
Desde la tierra para habitar hasta las aguas que alimentan la vida, desde los
árboles que dan fruto hasta los animales que pueblan la casa común, todo es
hermoso a los ojos del Creador. Dios mismo ofrece al hombre la creación como un
precioso regalo para custodiar. Los Salmos nos invitan a alabar y dar gracias
al Creador por el don de la creación. El universo entero es un don de Dios,
fruto de su amor, en cuya cima ha situado al hombre y a la mujer, creados a su
imagen y semejanza, para ‘llenar la tierra’ y ‘dominarla’ como
‘administradores’ de Dios mismo (cf. Gn 1,28).
Por
desgracia, la respuesta humana a ese regalo de Dios ha sido marcada por el
pecado, por sentirse dueños de la creación y por la codicia de poseer y
explotar. Egoísmos e intereses han hecho de la creación un lugar de rivalidad y
enfrentamiento. Hemos creado una emergencia climática que amenaza seriamente la
naturaleza y la vida, incluida la nuestra. En la raíz, hemos olvidado quiénes
somos: criaturas a imagen de Dios, llamadas a vivir como hermanos en la misma
casa común. Fuimos pensados y deseados en el centro de una red de vida
compuesta por millones de especies unidas amorosamente por nuestro Creador.
Es la hora
de redescubrir nuestra vocación como hijos de Dios, hermanos entre nosotros y
custodios de la creación. Es el momento de arrepentirse y convertirse, de
volver a las raíces: somos las criaturas predilectas de Dios, quien en su
bondad nos llama a amar la vida y vivirla en comunión, conectados con la
creación. Todos somos responsables de la creación, existe un lazo íntimo entre
todas las creaturas y el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de
toda la humanidad.
Es
indispensable que renovemos y reforcemos la alianza entre ser humano y medio
ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios. Todos tenemos el deber
de proteger la creación entera, de cultivar una ‘ecología integral’ global, que
abarca la protección del ambiente y también la de la vida humana. Es urgente
promover una nueva solidaridad universal e intergeneracional inspirada en los
valores de la caridad, la justicia y el bien común.
Dios ha
destinado la tierra y todo cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y
pueblos de todos los tiempos. Hemos de cambiar nuestras actitudes, conductas y
modelos de consumo y propiciar un estilo de vida austero y sobrio, respetuoso
con la creación y solidario con todos.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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