Se habla de que nos encontramos no sólo al borde de un cambio de época,
sino que nos encontramos ya en una nueva época, o al menos en sus umbrales
–quizá sería más acertado–. No sólo en España, sino también en Europa,
también en el mundo entero. Seguramente que es así, de hecho son bastantes
las coincidencias que se dan por doquier para que sean pura casualidad
tales coincidencias: por ejemplo algunas ideologías que están imponiéndose
en todas las partes. Todo hace pensar que están actuando fuerzas ocultas
y no tan ocultas que planean un “nuevo orden mundial” obra de una ingeniería
social, que afecta a muchas fuerzas sociales que se pliegan a ese nuevo
orden. Lo de Europa y lo España resulta bastante claro.
Por referirnos a España. Existe, desde tiempo atrás, un innegable
proyecto de gran alcance en valores culturales y, por tanto, ideológicos
que puedan definir la identidad social, histórica de la España moderna
por mucho tiempo, pasada ya o dejada una “primera”, transición, considerada
por algunos grupos influyentes como superada e insuficiente, y llamada
a una nueva o segunda transición. Este proyecto no es nuevo ni exclusivo
nuestro, sino que tiene pretensiones de alguna manera de universalidad,
y está favorecido por poderes, no siempre identificables, pero
reales. Hay proyectos que no los hacemos nosotros, sino que se nos dan hechos,
y de algunas maneras se nos imponen, a veces por fuerzas ocultas o impersonales,
pero reales y muy bien orquestadas. Ese proyecto parece, o se atisba
por parte de esas fuerzas, el que se intenta que se dé en España, dentro
de un nuevo Orden Internacional o Mundial. El proyecto, además de reclamar
una nueva transición, en España, parece que, en algunos y por algunos,
reclama también cambios sustanciales y subvertidores en la estructura
social y cultural vigente. Con el proyecto se trata de impulsar o proseguir
una, llamemos, revolución cultural, que últimamente se pretende radicalizar
y acelerar particularmente en España. Pienso que no es privativo
de España, aunque España sea utilizada como un escenario privilegiado
e “influyente”. Así, con pretensiones de una cierta universalidad,
se potencia al mismo tiempo una inmediata y clara repercusión en Hispanoamérica.
El proyecto responde a una concepción ideológica basada en una ruptura antropológica
radical y que, a mi entender, se asienta sobre
algunos pilares básicos e interrelacionados: el relativismo moral,
presentado, entre otras cosas, como “extensión de derechos”, de
nuevos derechos, e inseparable de una concepción del hombre como libertad
omnímoda y de una ruptura con la tradición; el laicismo, que poco tiene
que ver con una sana “laicidad” del Estado y de la sociedad; y la ideología
de género, presentada como “igualdad y no discriminación” pero camuflando
u ocultando la carga de profundidad y de destrucción humana que comporta.
Se presenta, a su vez, como un proyecto de “modernización de España y
de otros países”. Usa ideas fuerza y terminología “talismán”: paz, modernidad,
igualdad, anticorrupción, extensión de derechos… Es mucho más que un
proyecto exclusivamente legislativo. Es también, social, político
y cultural: cambios legislativos, cambios sociales, cambios culturales,
cambios estructurales, incluso nuevas “Constituciones”, finalizar
el sistema vigente. Trata de transformar la realidad social y cultural
de España o de esos otros países, pero también su identidad. Cuenta con
apoyo mediático y con una red de organizaciones afines y mimadas.
Encuentra, se diga o no se diga, en la Iglesia Católica como referente
y en la familia como transmisor de un poso de valores, sus principales
obstáculos. Se trata, en síntesis, de un proyecto de transformación
de una nueva sociedad, con una nueva lectura de la historia, con nuevas
personas y nueva mentalidad que asuman con normalidad el laicismo,
el relativismo y la ideología de género, como pilares; que implanten
nuevas leyes “sociales”, que expulsen a la Iglesia del espacio social,
sobre todo del campo educativo; un proyecto no “local”, sino universal;
y con un nuevo orden. ¿Qué hacer ante esto? Ser proactivos y trabajar en
defensa del hombre, de la persona, de lo humano, del bien común, inseparable
de la persona y tan olvidado en el ámbito social y político, y propiciar
una “memoria”, que conserva y transmite la verdad de lo que somos y que
trae futuro, no división ni rupturas.
Es necesario ser lúcidos y estar atentos a lo que nos llega. Y la
lucidez ha de llevarnos a hablar y hablarnos con franqueza, con amistad
hacia todos y sin exclusiones. Por mi parte, así lo vengo haciendo desde
hace tiempo: dejaría de ser yo si no lo hiciera. Seguiré haciéndolo
como hijo fiel de la Iglesia y con el orgullo de ser cristiano que acepta
a todos, quiere a todos, respeta a todos y defiende al hombre, como expresión
de la gloria de Dios; con una exigencia: que me respeten, que respeten
mis firmes convicciones que pienso, que son convicciones de Iglesia.
Siempre he intentado hablar y hablaré como hombre de fe, guiado por la
Palabra, que no está encadenada, con libertad y como hombre de mi tiempo,
fiel a mi conciencia. Y dado que la fe que me anima, orienta y mueve no es
únicamente para vivirla en el interior de la conciencia y en la esfera
privada, sino que es exigencia de la naturaleza de esa fe, inseparable
de la razón, ha de proyectarse sobre la ciudad terrena, ofrezco a
quien me quiera escuchar lo que a mi modesto entender puedo aportar,
desde mi condición propia de Obispo, en esta hora crucial que vivimos.
Tengo en la trastienda de mi ser y de mi actuar, y como cañamazo de fondo,
el Concilio Vaticano II, cuyo primer documento aprobado fue el de la
Liturgia, y que culminó prácticamente con la Constitución Pastoral
sobre la Iglesia en el mundo actual: todo el Concilio está encaminado
a renovar la Iglesia y la sociedad, con la que comparte gozos y esperanzas.
Con la sencillez de quien no pretende imponer ni juzgar a nadie, y
menos aún de excluir o rechazar, con el gozo de la humildad –que en expresión
teresiana es “caminar en verdad”–, trataré siempre de ofrecer mi visión
ante realidades de nuestra historia –también la de hoy, de nuestros
días–, trataré por encima de todo de ofrecer el tesoro que he recibido
en el interior de la Iglesia y su Tradición –no lo ocultaré ni lo silenciaré–,
que es Jesucristo, que tiene que ver con todo, a quien todo lo humano le
afecta y afecta a todo lo humano: Jesucristo, porque no me pertenece
y es para todos, y que creo firmemente es la luz que ilumina los desafíos
y retos de hoy.
+ Antonio Cañizares
Llovera
Arzobispo de Valencia