martes, 31 de julio de 2018

Cuando eres creyente



                                                        

Te encanta escuchar a Dios, a leerle y… ¡Qué fácil nos resulta! No sé si es meritorio pero sí sé que es la mayor Gracia que cualquiera puede desear. Me pregunto cómo hacer con quienes no Le escuchan. 

Jesús Evangelizaba por los pueblos, como hoy los misioneros en tierras lejanas… Pero esto ya no sucede en países civilizados, donde ya fueron evangelizados. Gravísimo problema.  

Conocen a Jesús desde hace 2000 años, se hacen llamar cristianos, tienen Biblias y templos… Pero se han vuelto reticentes y extraños a Dios ¡después de tanto mártir por extender La Palabra! No, no estábamos preparados ante esta huida en masa; dicen que ya están de vuelta, que lo que les enseñaron de niños, ya no vale. 

¿Es lo que se lleva?, ¿es lo que toca? Sí, lo que se lleva y es tocado por Satán, así de sencillo. 
  
Los laicos tenemos una misión, pero a misa vamos los de siempre, los whatsupp sobre mi fe son entre nosotros… ¡No hay adelantos fuera de mí! 

- Dios, dime algo porque esto es como una epidemia…Y los sacerdotes en sus Iglesias poco pueden hacer por la brutal realidad de la calle. 

- Mis Consagrados oran por ellos, no te preocupes. Su labor ahora es salvar almas como la tuya. Y tú, sigue intentándolo fuera; mientras más hables de Mí, más posibilidad de que entren en mi Templo. Yo, te lo tendré en cuenta. Si no quieren escuchar, “sacúdete los zapatos en la entrada” y ve a otros lugares.  
  
- … Siempre estoy en los mismos ¡pero bueno!  -entiendo el mensaje-

  Emma Díez Lobo

lunes, 30 de julio de 2018

Duc in altum (Rema mar adentro) (Lc 5, 1-11)



“…Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra, y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre…”

Nos situamos en los principios del apostolado de Jesús: sus primeras catequesis en Galilea. Ha anunciado su misión y envío en la Sinagoga, leyendo el texto de Isaías (Is 61, 1-2), cura a un endemoniado, y realiza los primeros milagros, curando a muchos enfermos, entre ellos a la suegra de Pedro. La gente se agolpaba alrededor del lago de Genesaret, y Él observa dos barcas que acaban de llegar a la orilla. Una es la de Pedro. Jesús solicita que le lleven un poco dentro del mar al objeto de tener una perspectiva más amplia para predicar, pues la gente se agolpaba para escucharle.

Sabemos que la “barca”, en el lenguaje de la Escritura, representa a la Iglesia. Llegan dos barcas, pero Él elige una: la de Pedro. Jesús empieza a perfilar su misión. Sin que nadie se de cuenta, ya está eligiendo la barca de Pedro, su Iglesia. Y llama la atención la exquisita solicitud del Maestro rogando a Pedro, que aún conservaba el nombre de Simón, para que le alejara un poco de tierra. Jesús se sienta, en toda su Majestad, anunciando con la predicación el Reino de Dios, que es Él mismo.

La postura de “sentarse”, representa una actitud de, diríamos, posesión; es una actitud del que se “adueña” de la situación que vive en ese momento. Recordemos que más tarde, cuando llame a Mateo, éste se encontraba “sentado” a la mesa de los impuestos, es decir, era “un impuesto viviente”, sólo vivía para el dinero. Mateo era “dueño” de su propia gloria: los impuestos, el dinero…

Pues en esa actitud, de su propia Majestad, Jesús enseña al pueblo. Se produce una comunicación tal que están ambos, Jesús y el pueblo, en oración. Jesucristo nos enseña a rezar así, dejando por unos momentos, que olvidemos todo lo que nos rodea, que no pensemos de dónde hemos venido, lo que hemos hecho, o lo que hagamos después. En esos instantes, estamos con Él. Eso es orar.

Y continúa el Evangelio: “…cuando acabó de hablar, dijo a Simón: ·Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar…” Simón le respondió. “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada, pero por tu Palabra, echaré las redes” y, haciéndolo así pescaron gran cantidad de peces.

Jesús invita a “Remar mar adentro”. El mar en la Escritura es un lugar tenebroso, donde habita el Maligno, el Leviatán (Sal 104,26). Es donde hemos nosotros de entrar a predicar: a los alejados, a los tibios, a los que no conocen a Dios, o no quieren nada con Él…es el “mar adentro”, es el “Duc in Altum”, que significa ese “conducir hacia lo Alto”, hacia arriba.

Una vez que hemos orado, hemos de volver a nuestros quehaceres. Hay que volver a pescar, a faenar según nuestro propio trabajo.

Y Pedro cae de rodillas, lleno de temblor: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”. Es el primer acto de fe, al encontrase en presencia del Altísimo. Jesús contestó: “…No temas, desde hoy serás pescador de hombres”

Sabemos que, según la Tradición Apostólica, en el griego clásico la palabra “pez” se dice “Ichthys”, y los primeros cristianos formaban un acróstico con las palabras Iesous Theous Uios Sotes, esto es: Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador. El primero que “acuñó” este acróstico fue Clemente de Alejandría (150-215)

Un segundo acto de fe lo protagonizará mucho más tarde el apóstol Tomás. Cuando habiendo solicitado “palpar” con sus manos a Cristo resucitado, Éste se le presenta en carne mortal para dar crédito a su Resurrección. Tomás, de rodillas, como Pedro, dirá esa hermosa oración: “…Señor mío y Dios mío…” (Jn 20,28)

Alabado sea Jesucristo

Tomas Cremades Moreno


sábado, 28 de julio de 2018

XVII Domingo del Tiempo Ordinario




Entender correctamente el signo del pan.
el banquete que dios nos prepara por Jesús.

        Jesús anunció la llegada del Reino de Dios con palabras y signos que explicaban su contenido. El signo del pan multiplicado es uno de ellos, además un signo anunciado en el Antiguo Testamento, por lo que tenía también capacidad para legitimar a Jesús como el Mesías que tenía que venir.

        La primera lectura recuerda la multiplicación de los panes realizada por el profeta Eliseo, que, junto con Elías, fue uno de los mayores profetas del pueblo israelita. Según una tradición vigente en tiempos de Jesús, el Mesías cuando venga realizará prodigios mayores que Elías y Eliseo. Además, en un texto de un discípulo de Isaías se anuncia el futuro Reino de Dios como un gran banquete: Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados (Is 25,6). En este contexto Jesús realizó este signo para presentarse como Mesías y para significar qué es el Reino cuya llegada anuncia. Juan tiene interés en presentar este hecho como signo o realidad que debe llevar a otra; por ello en el relato escribe que la gente seguía a Jesús viendo los signos que hacía y al final constata que la gente lo vivió como signo, aunque erró en su interpretación.

Sube al monte para realizarlo (véase el texto de Isaías: en este monte). Se trata de un signo que sólo él puede realizar; la pregunta a Felipe quiere hacer ver que no es humanamente posible. Jesús es el protagonista, los discípulos colaboran al final y cada uno de ellos recoge un cesto de pedazos (en griego, klasmata, que era la palabra empleada por la iglesia antigua para los trozos consagrados de la Eucaristía). Evidentemente aquel pan no era eucarístico, pero Juan vio en él un anuncio de la Eucaristía, de acuerdo con la explicación que dará Jesús en el resto del capítulo 6. Por ello ve en los cestos recogidos por los Apóstoles un signo del pan de Jesús que los Apóstoles y sus sucesores distribuirán en el futuro.

        El signo funcionó en cuanto que el pueblo descubrió su significado mesiánico: “La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: Este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo”. Pero no interpretaron correctamente el significado, lo hicieron de acuerdo con su modo de pensar, religioso-nacionalista, y no según los planes de Dios que quiere un Mesías profeta en la línea del Siervo de Yahvé: quieren hacerlo rey. Jesús se quita de en medio y más adelante en la sinagoga de Cafarnaúm les explica el verdadero sentido.

        El sentido natural del pan se entiende como elemento básico de la alimentación. La comida es una necesidad existencial. Un instinto hace que todos la busquen. Pero no basta con alimentarse, lo normal es comer junto a otros. Lo normal es comer en familia, en la comunidad, en el grupo de amigos, con lo que la comida deviene satisfacción de una necesidad existencial en contexto de amistad, familiaridad, comunión, alegría, unidad. En el banquete se multiplican estos valores. Con este sentido Is 25,6 presente el banquete como signo del futuro Reino de Dios: será el banquete, que sólo Dios, padre de familia, puede preparar a su familia, banquete que satisfará plenamente las necesidades individuales y sociales de los comensales en contexto de alegría. El Reino futuro de Dios es plena comunión del hombre con Dios y con los hermanos, comunión que lo realizará plenamente, pues el hombre ha sido creado para amar y vivir en comunión. En este contexto Jesús, durante su ministerio, comió con los pecadores (Lc 15,1), anunciando lo que era el Reino ya comenzado y representado por sus discípulos, todos ellos pecadores-perdonados. Y en este contexto instituyó la Eucaristía.

        La Eucaristía es adelanto del banquete futuro y alimento para llegar a él, en el que los Doce y sus sucesores reparten los “restos” del pan de Jesús. No es un lujo ni “premio” a los méritos de nadie, sino una necesidad existencial del discípulo. Es el alimento en que Cristo resucitado da fuerzas para vivir en el amor, en la unidad y comunión (segunda lectura), y en la alegría. Es el alimento que capacita para vivir comunitariamente en la Iglesia y para que ésta siga trabajando realizando en este mundo el signo de los panes, dando de comer a los necesitados y trabajando por un mundo más humano. Es el signo que legitima a la Iglesia como cristiana o mesiánica. Si los antiguos beneficiarios del signo de Jesús lo malentendieron a la luz de sus criterios humanos, hoy también existe este peligro.


Dr. D. Antonio Rodríguez Carmona




viernes, 27 de julio de 2018

Un monstruo viene a verme


                                                                   

Igualito que el de la peli pero en malo y, es verdad que viene (porque se nota).

 El  90% de las veces lo hace cuando estamos acompañados (es la estrategia), y entonces yo oigo una voz que me alerta y me dice: ¡Ojo con tu lengua! -Ése es Manuel, mi Ángel custodio- y… Otra vez la culpa y la pena dichosa.

Somos incorregibles ¿Cómo es posible tanta reincidencia?, no hay quien lo entienda.

¿70 veces 7?, creo que Dios no multiplicó. ¿90 veces mil? y a lo mejor tampoco. Por eso necesitamos vocaciones. Cantidad de Consagrados que deben repartirse las “monstruosidades” de los 1.229 millones de católicos.
  
La lengua… Ya lo dijo Dios en el Libro Eclesiástico (28,22): Muchos han perecido  (infierno) al filo de la espada pero no tantos como por culpa de la lengua”.

Y ¿Sabéis que decía San Bernardo? Decía que “La lengua es una lanza, la más aguda, con un solo golpe atraviesa a tres personas: La que habla, la que escucha y la tercera, de quien se habla”.  

El silencio, el corregir o el cambio de tema, es la mejor arma que tenemos.

 Estoy empezando a probarlo y es cierto. El monstruo desaparece… Para volver más tarde por alguna otra causa, eso seguro.  
    
Aprendamos a distinguir entre opinión y crítica, entre juicio y discernimiento y, no causaremos daño a nadie. 
     
El cristiano es llamado para cumplir una misión y, esa misión es “bien hablar” (bendecir): Las almas de tres personas saldrán ganando.   

Emma Díez Lobo


jueves, 26 de julio de 2018

Alma y Cuerpo, dos caminos inseparables





Al principio creó Dios el Cielo y la Tierra y cuanto hay en ella. Es muy bello el versículo 2 del libro del Génesis,  donde cita textualmente:”…entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente…” (Gen 2,7). Es decir, por medio del Espíritu de Dios, el hombre queda anegado de un alma semejante a Él. Es decir, de un alma inmortal.

El hombre, su ser “persona”, está inseparablemente formado por alma y cuerpo, como sabemos; de tal forma, que si se separan la persona muere. Por ello es necesario alimentar y cuidar de nuestro cuerpo, como donación de Dios que es.
El problema es esa situación del hombre que ni tan siquiera se preocupa de su alma. Vive para el placer. Es lo que denominamos “hedonismo”. Sabe que tiene un principio vital, y eso del alma…¡historias de la Iglesia!.

Volvemos al principio: si no se alimenta el cuerpo, sabemos todos que la persona muere. Y sin embargo, si no se alimenta el alma, la persona no muere. 

¡Craso error!

El alma inmortal, muere a causa del pecado. Nos lo dice Jesús: “…Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, más bien, al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena…” (Mt 10, 28)

La frase hay que mirarla con cuidado, con lupa. Se pasa del plural, - los que matan el cuerpo-, al singular, - el que puede llevar a la perdición-. Se está refiriendo Jesús al enemigo del alma: Satanás. O dicho de otra forma, nuestra alma sigue siendo inmortal, no muere, pero puede llegar a la perdición: el infierno, bajo el poder del Maligno. Hay un ser malvado, que sin poder matar el alma, la puede llevar a su perdición.

Pero, ¿alimentamos el alma? O ¿cómo se alimenta el alma? Podríamos pensar que,  como es inmortal, no necesita alimento.

 El alimento del alma es Dios: “…el que come mi carne, y bebe mi Sangre tiene Vida en Mí,- Vida Eterna -, y Yo le resucitaré el último día…” (Jn 6. 54)

“…En verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el Pan del Cielo; es mi Padre el que os da el verdadero Pan del Cielo…” (Jn 6, 32-34)

Todo el Capítulo 6 de Juan explicita enormemente el alimento del alma que es Jesucristo. Y así, adelanta Jesús el Misterio de la Eucaristía, donde está realmente presente en Cuerpo y Alma.

Pero, además, Jesús está presente en la Palabra que es el Evangelio. El Evangelio no es únicamente un libro. Es el mismo Jesucristo, como nos lo dice el apóstol Juan en el prólogo de su Evangelio: “…En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios…”

Con la Palabra, la Eucaristía, los Sacramentos, en comunidad con la Iglesia Católica, alimentamos nuestra alma, y Él nos resucitará el último día. Dios es fiel, es decir, cumple sus Palabras.

En el episodio de la Samaritana, Jesús les dice a sus apóstoles: “…Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis; mi alimento es hacer la Voluntad de mi Padre…” (Jn 4,32)

Pues si no habíamos caído en la cuenta que necesitamos alimentar nuestra alma cada día, meditemos a la Luz del Evangelio, ¡qué vamos a comer hoy!

Alabado sea Jesucristo

Tomas Cremades Moreno

martes, 24 de julio de 2018

La serpiente del Paraíso


                                                 

                           

Cuando escuchaba el Evangelio sobre el paraíso, vi cantidad de serpientes al acecho del hombre para desobedecer las leyes de Dios. Me vi a mi misma, a mis amigos y hermanos, atrapados por la seducción de la serpiente, por cierto, imprescindible para otorgarnos la libertad.  

Y el pueblo dice: ¿Una manzana?… Bueno, no es para tanto, le das un mordisco y ¡hala! a por otra prohibida, que no pasa nada, son actos habituales… Pero ¿y los que se comen el árbol entero?... Bueno, el mundo cambia, así es la vida y cada uno hace lo que quiere con ella”.

Pues ni una mentira es una tontería, ni la vida nos pertenece sino el modo de vivirla. 

Si la gente sospechara donde va ese “tonto mordisco”; si la gente supiera donde va “el árbol entero”… Suplicaría misericordia en confesión, una y otra vez.

El cielo está al alcance pero no es fácil y pocos llegan nada más dejar el mundo; los demás, habremos de sufrir la pena hasta ganar el cielo; otros sin embargo…

Luchemos por ellos. Yo lo intento con los que tengo a mi lado (bautizados), pero ¡no hay manera!, no creen en el Evangelio, ni siquiera en los milagros... 
         
Antes del Hijo, no teníamos Evangelio para cada momento de nuestra vida -cuando solo había Mandamientos, no era posible esta Gracia-, ahora sí y los apóstoles de Dios, los designados, nos esperan en cada esquina para redimirnos en su Nombre.  
   
Tienes una vida para conseguir el Paraíso y ninguna otra para librarte del infierno… ¡Sálvate!

   Emma Díez Lobo

lunes, 23 de julio de 2018

AGRADECIMIENTO


El descanso




Estamos viviendo unos tiempos en los que se ensalza la cultura del ocio y este asociado al descanso, como es natural. Es necesario, en favor de la propia salud, desconectar de vez en cuando de la vida laboral y rutinaria. Parece que hay una tendencia por sustituir la única duración prolongada de unas largas vacaciones por más espacios de tiempo de asueto cortos, como es lógico. La forma de trabajo actual de menos actividad física y más intelectual junto con el aprovechamiento de las nuevas tecnologías parece que avalan y ayudan a esta forma de “vacacionar”, como se dice en los países hermanos del otro lado del Atlántico. La revolución de las nuevas tecnologías, tan criticadas por algunos, pues dicen quitar mano de obra, hacen que se pueda trabajar de forma no presencial, llevarse los deberes laborales al hogar, al lugar de las vacaciones o descanso: teletrabajo.

Por tanto se busca intercalar más periodos de tiempo de asueto a lo largo del curso laboral Navidad, Semana Santa, puentes, etc.. Por ser periodos de corto espacio temporal, con frecuencia muy distantes de casa y entorno, se pretende aumentar la cantidad de cosas, que se quieren hacer en ellos, a fin de que, a base de llenar y aprovechar más el tiempo produzca mayor placer y satisfacciones.

Mas parece ser, según comentarios de los psicólogos y de los propios sujetos, que atiborrar este tiempo vacacional con muchas actividades produce el efecto contrario al deseado: agotamiento y estrés. O sea, que en vez de descansar y desconectar del trabajo, se vuelve más cansado y agobiado. ¡Menudas vacaciones!, si consiguen el efecto contrario.

Pues hete aquí que el Evangelio nos da la solución a la contradicción anterior. Vuelven los discípulos de su primera misión y Jesús quiere evaluar o valorar los resultados de la misma y les invita a una convención, como suelen hacer las empresas actuales. (Mc 6, 30) “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”.

Aquí tenemos las pistas. “…a solas a un lugar desierto”.

No podemos pretender descansar dentro de una vorágine; el descanso, máxime el espiritual, requiere el aislamiento, el separarnos de lo que nos rodea y de los que nos rodean para concentrarnos en nuestros propios pensamientos y meditaciones; se trata de conectar con nuestro interior, aislándonos de lo externo. Un encuentro íntimo y personal con Jesús, sin nada ni nadie que nos distraiga, incite o excite.

Por otra parte hay que elegir muy bien el lugar donde llevar a cabo esa concentración: “…un lugar desierto”. En este contexto ¿qué es el desierto? Evidentemente no se trata del desierto físico donde el Mesías se preparó para su vida pública, con su ayuno y sus tentaciones. Nuestro desierto tiene que ser cualquier lugar que nos ayude e invite a conseguir lo deseado. Puede ser el solo y mero cambio de entorno o medio distinto al habitual y que invite a la concentración. Puede ser el desierto del voluntariado: aprovechar el tiempo que ahora nos sobra para entregarlo a personas que, por uno u otro motivo, están solas y necesitan ayuda, etc.

Al fin y a la postre el dedicar un tiempo al espíritu para que, como dice poco después este mismo pasaje evangélico, Jesús no tenga que sentir lástima por aquella multitud que andaban como ovejas sin pastor.

Pedro José Martínez Caparrós



domingo, 22 de julio de 2018

La mirada de Jesús





Marcos describe con todo detalle la situación. Jesús se dirige en barca con sus discípulos hacia un lugar tranquilo y retirado. Quiere escucharlos con calma, pues han vuelto cansados de su primera correría evangelizadora y desean compartir su experiencia con el Profeta que los ha enviado.

El propósito de Jesús queda frustrado. La gente descubre su intención y se le adelanta corriendo por la orilla. Cuando llegan al lugar, se encuentran con una multitud venida de todas las aldeas del entorno. ¿Cómo reaccionará Jesús?

Marcos describe gráficamente su actuación: los discípulos han de aprender cómo han de tratar a la gente; en las comunidades cristianas se ha de recordar cómo era Jesús con esas personas perdidas en el anonimato, de las que nadie se preocupa. «Al desembarcar, Jesús vio un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas».

Lo primero que destaca el evangelista es la mirada de Jesús. No se irrita porque hayan interrumpido sus planes. Los mira detenidamente y se conmueve. Nunca le molesta la gente. Su corazón intuye la desorientación y el abandono en que se encuentran los campesinos de aquellas aldeas.

En la Iglesia hemos de aprender a mirar a la gente como la miraba Jesús: captando el sufrimiento, la soledad, el desconcierto o el abandono que sufren muchos. La compasión no brota de la atención a las normas o el recuerdo de nuestras obligaciones. Se despierta en nosotros cuando miramos atentamente a los que sufren.

Desde esa mirada, Jesús descubre la necesidad más profunda de aquellas gentes: andan «como ovejas sin pastor». La enseñanza que reciben de los letrados de la Ley no les ofrece el alimento que necesitan. Viven sin que nadie cuide realmente de ellas. No tienen un pastor que las guíe y las defienda.

Movido por su compasión, Jesús «se pone a enseñarles muchas cosas». Con calma, sin prisas, se dedica pacientemente a enseñarles la Buena Noticia de Dios. No lo hace por obligación. No piensa en sí mismo. Les comunica la Palabra de Dios, conmovido por la necesidad que tienen de un pastor.

No podemos permanecer indiferentes ante tanta gente que, dentro de nuestras comunidades cristianas, anda buscando un alimento más sólido que el que recibe. No hemos de aceptar como normal la desorientación religiosa dentro de la Iglesia. Hemos de reaccionar de manera lúcida y responsable. No pocos cristianos buscan ser mejor alimentados. Necesitan pastores que les transmitan el mensaje de Jesús.

Ed. Buenas noticias

viernes, 20 de julio de 2018

El ve­rano, tiem­po para re­si­tuar­se




Or­ga­ni­zar la vida, el tiem­po, el tra­ba­jo, los com­pro­mi­sos, las ho­ras de ocio, el des­can­so, el de­por­te, las obli­ga­cio­nes…, no siem­pre re­sul­ta fá­cil. Mu­chos ma­ni­fies­tan su­frir una as­fi­xian­te sa­tu­ra­ción, ha­cen mu­chas co­sas pero di­gie­ren po­cas. Hay quien sabe com­pa­gi­nar tiem­po y tiem­po, aun­que di­cen que sin de­ma­sia­do ton ni son; mien­tras que otros pre­fie­ren de­fi­nir prio­ri­da­des, hu­ma­ni­zar ac­ti­vi­da­des e ir poco a poco. El ve­rano pue­de ser un buen mo­men­to para re­si­tuar­se, para to­mar una cier­ta dis­tan­cia y ver cuál es el gra­do de ca­li­dad de cada cosa que ha­ce­mos.

Aun así, quién sabe si esta es una mez­cla de todo un poco, como tan­tas ve­ces nos pasa. Cuan­do solo ha­ce­mos co­sas y su­fri­mos el es­trés del ac­ti­vis­mo, no que­da­mos sa­tis­fe­chos: un cier­to re­mor­di­mien­to nos dice que te­ne­mos que po­ner un poco más de or­den en la vida y en me­dio de tan­ta ac­ti­vi­dad re­co­lo­car cada cosa en el lu­gar que le co­rres­pon­de, y lo que es to­tal­men­te ac­ci­den­tal pase a se­gun­do tér­mino y lo esen­cial pase a pri­me­ro.

Es cu­rio­so que en el mo­men­to en que los após­to­les se reúnen con Je­sús y le ha­blan de su ac­ti­vi­dad, de todo lo que han he­cho y en­se­ña­do, Je­sús les dice: “Ve­nid vo­so­tros so­los a un si­tio tran­qui­lo a re­po­sad algo” (Mc 6,31). El des­can­so, pues, es ne­ce­sa­rio. Je­sús lo acon­se­ja.

Po­ner prio­ri­da­des y/o pre­fe­ren­cias es un buen prin­ci­pio de or­ga­ni­za­ción. Eso sí, con un re­fe­ren­te bien de­fi­ni­do que mar­que el va­lor que cada cosa tie­ne o le que­ra­mos dar. Aun así, to­da­vía de­be­ría­mos con­cre­tar esta me­di­da: quie­ro su­ge­rir, en un pri­mer in­ten­to, que la me­di­da sea la vo­lun­tad de ser­vir a las per­so­nas con el fin de pro­cu­rar su bien y el de to­dos, siem­pre con pre­fe­ren­cia de ser­vi­cio a los más dé­bi­les. La pri­me­ra preo­cu­pa­ción no será, pues, dar co­sas, sino dar­se uno mis­mo, ofre­cien­do tiem­po, me­dios, ca­li­dad y es­fuer­zo.

Cier­ta­men­te, es­ta­mos ante la al­ter­na­ti­va o bien de or­ga­ni­zar­nos la vida pen­san­do solo en uno mis­mo o bien in­ten­tan­do pen­sar y ser­vir me­jor a los de­más. Con­vie­ne to­mar pos­tu­ra. De la de­ci­sión que se tome ven­drá la ca­li­dad de los re­sul­ta­dos.

+ Se­bas­tià Tal­ta­vull An­gla­da
Obis­po de Ma­llor­ca


miércoles, 18 de julio de 2018

Desa­fíos y re­tos




Se ha­bla de que nos en­con­tra­mos no sólo al bor­de de un cam­bio de épo­ca, sino que nos en­con­tra­mos ya en una nue­va épo­ca, o al me­nos en sus um­bra­les –qui­zá se­ría más acer­ta­do–. No sólo en Es­pa­ña, sino tam­bién en Eu­ro­pa, tam­bién en el mun­do en­te­ro. Se­gu­ra­men­te que es así, de he­cho son bas­tan­tes las coin­ci­den­cias que se dan por do­quier para que sean pura ca­sua­li­dad ta­les coin­ci­den­cias: por ejem­plo al­gu­nas ideo­lo­gías que es­tán im­po­nién­do­se en to­das las par­tes. Todo hace pen­sar que es­tán ac­tuan­do fuer­zas ocul­tas y no tan ocul­tas que pla­nean un “nue­vo or­den mun­dial” obra de una in­ge­nie­ría so­cial, que afec­ta a mu­chas fuer­zas so­cia­les que se plie­gan a ese nue­vo or­den. Lo de Eu­ro­pa y lo Es­pa­ña re­sul­ta bas­tan­te cla­ro.

Por re­fe­rir­nos a Es­pa­ña. Exis­te, des­de tiem­po atrás, un in­ne­ga­ble pro­yec­to de gran al­can­ce en va­lo­res cul­tu­ra­les y, por tan­to, ideo­ló­gi­cos que pue­dan de­fi­nir la iden­ti­dad so­cial, his­tó­ri­ca de la Es­pa­ña mo­der­na por mu­cho tiem­po, pa­sa­da ya o de­ja­da una “pri­me­ra”, tran­si­ción, con­si­de­ra­da por al­gu­nos gru­pos in­flu­yen­tes como su­pe­ra­da e in­su­fi­cien­te, y lla­ma­da a una nue­va o se­gun­da tran­si­ción. Este pro­yec­to no es nue­vo ni ex­clu­si­vo nues­tro, sino que tie­ne pre­ten­sio­nes de al­gu­na ma­ne­ra de uni­ver­sa­li­dad, y está fa­vo­re­ci­do por po­de­res, no siem­pre iden­ti­fi­ca­bles, pero reales. Hay pro­yec­tos que no los ha­ce­mos no­so­tros, sino que se nos dan he­chos, y de al­gu­nas ma­ne­ras se nos im­po­nen, a ve­ces por fuer­zas ocul­tas o im­per­so­na­les, pero reales y muy bien or­ques­ta­das. Ese pro­yec­to pa­re­ce, o se atis­ba por par­te de esas fuer­zas, el que se in­ten­ta que se dé en Es­pa­ña, den­tro de un nue­vo Or­den In­ter­na­cio­nal o Mun­dial. El pro­yec­to, ade­más de re­cla­mar una nue­va tran­si­ción, en Es­pa­ña, pa­re­ce que, en al­gu­nos y por al­gu­nos, re­cla­ma tam­bién cam­bios sus­tan­cia­les y sub­ver­ti­do­res en la es­truc­tu­ra so­cial y cul­tu­ral vi­gen­te. Con el pro­yec­to se tra­ta de im­pul­sar o pro­se­guir una, lla­me­mos, re­vo­lu­ción cul­tu­ral, que úl­ti­ma­men­te se pre­ten­de ra­di­ca­li­zar y ace­le­rar par­ti­cu­lar­men­te en Es­pa­ña. Pien­so que no es pri­va­ti­vo de Es­pa­ña, aun­que Es­pa­ña sea uti­li­za­da como un es­ce­na­rio pri­vi­le­gia­do e “in­flu­yen­te”. Así, con pre­ten­sio­nes de una cier­ta uni­ver­sa­li­dad, se po­ten­cia al mis­mo tiem­po una in­me­dia­ta y cla­ra re­per­cu­sión en His­pa­noa­mé­ri­ca.
El pro­yec­to res­pon­de a una con­cep­ción  ideo­ló­gi­ca ba­sa­da en una rup­tu­ra an­tro­po­ló­gi­ca ra­di­cal y que, a mi en­ten­der, se asien­ta so­bre
al­gu­nos  pi­la­res  bá­si­cos  e in­ter­re­la­cio­na­dos: el  re­la­ti­vis­mo  mo­ral,
pre­sen­ta­do, en­tre otras co­sas, como “ex­ten­sión de de­re­chos”, de nue­vos de­re­chos, e in­se­pa­ra­ble de una con­cep­ción del hom­bre como li­ber­tad om­ní­mo­da y de una rup­tu­ra con la tra­di­ción; el lai­cis­mo, que poco tie­ne que ver con una sana “lai­ci­dad” del Es­ta­do y de la so­cie­dad; y la ideo­lo­gía de gé­ne­ro, pre­sen­ta­da como “igual­dad y no dis­cri­mi­na­ción” pero ca­mu­flan­do u ocul­tan­do la car­ga de pro­fun­di­dad y de des­truc­ción hu­ma­na que com­por­ta. Se pre­sen­ta, a su vez, como un pro­yec­to de “mo­der­ni­za­ción de Es­pa­ña y de otros paí­ses”. Usa ideas fuer­za y ter­mi­no­lo­gía “ta­lis­mán”: paz, mo­der­ni­dad, igual­dad, an­ti­co­rrup­ción, ex­ten­sión de de­re­chos… Es mu­cho más que un pro­yec­to ex­clu­si­va­men­te le­gis­la­ti­vo. Es tam­bién, so­cial, po­lí­ti­co y cul­tu­ral: cam­bios le­gis­la­ti­vos, cam­bios so­cia­les, cam­bios cul­tu­ra­les, cambios es­truc­tu­ra­les, in­clu­so nuevas “Cons­ti­tu­cio­nes”, fi­na­li­zar el sis­te­ma vi­gen­te. Tra­ta de trans­for­mar la reali­dad so­cial y cul­tu­ral de Es­pa­ña o de esos otros paí­ses, pero tam­bién su iden­ti­dad. Cuen­ta con apo­yo me­diá­ti­co y con una red de or­ga­ni­za­cio­nes afi­nes y mi­ma­das. En­cuen­tra, se diga o no se diga, en la Igle­sia Ca­tó­li­ca como re­fe­ren­te y en la fa­mi­lia como trans­mi­sor de un poso de va­lo­res, sus prin­ci­pa­les obs­tácu­los. Se tra­ta, en sín­te­sis, de un pro­yec­to de trans­for­ma­ción de una nue­va so­cie­dad, con una nue­va lec­tu­ra de la his­to­ria, con nue­vas per­so­nas y nue­va men­ta­li­dad que asu­man con nor­ma­li­dad el lai­cis­mo, el re­la­ti­vis­mo y la ideo­lo­gía de gé­ne­ro, como pi­la­res; que im­plan­ten nue­vas le­yes “so­cia­les”, que ex­pul­sen a la Igle­sia del es­pa­cio so­cial, so­bre todo del cam­po edu­ca­ti­vo; un pro­yec­to no “lo­cal”, sino uni­ver­sal; y con un nue­vo or­den. ¿Qué ha­cer ante esto? Ser proac­ti­vos y tra­ba­jar en de­fen­sa del hom­bre, de la per­so­na, de lo hu­mano, del bien co­mún, in­se­pa­ra­ble de la per­so­na y tan ol­vi­da­do en el ám­bi­to so­cial y po­lí­ti­co, y pro­pi­ciar una “me­mo­ria”, que con­ser­va y trans­mi­te la ver­dad de lo que so­mos y que trae fu­tu­ro, no di­vi­sión ni rup­tu­ras.

Es ne­ce­sa­rio ser lú­ci­dos y es­tar aten­tos a lo que nos lle­ga. Y la lu­ci­dez ha de lle­var­nos a ha­blar y ha­blar­nos con fran­que­za, con amis­tad ha­cia to­dos y sin ex­clu­sio­nes. Por mi par­te, así lo ven­go ha­cien­do des­de hace tiem­po: de­ja­ría de ser yo si no lo hi­cie­ra. Se­gui­ré ha­cién­do­lo como hijo fiel de la Igle­sia y con el or­gu­llo de ser cris­tiano que acep­ta a to­dos, quie­re a to­dos, res­pe­ta a to­dos y de­fien­de al hom­bre, como ex­pre­sión de la glo­ria de Dios; con una exi­gen­cia: que me res­pe­ten, que res­pe­ten mis fir­mes con­vic­cio­nes que pien­so, que son con­vic­cio­nes de Igle­sia. Siem­pre he in­ten­ta­do ha­blar y ha­bla­ré como hom­bre de fe, guia­do por la Pa­la­bra, que no está en­ca­de­na­da, con li­ber­tad y como hom­bre de mi tiem­po, fiel a mi con­cien­cia. Y dado que la fe que me ani­ma, orien­ta y mue­ve no es úni­ca­men­te para vi­vir­la en el in­te­rior de la con­cien­cia y en la es­fe­ra pri­va­da, sino que es exi­gen­cia de la na­tu­ra­le­za de esa fe, in­se­pa­ra­ble de la ra­zón, ha de pro­yec­tar­se so­bre la ciu­dad te­rre­na, ofrez­co a quien me quie­ra es­cu­char lo que a mi mo­des­to en­ten­der pue­do apor­tar, des­de mi con­di­ción pro­pia de Obis­po, en esta hora cru­cial que vi­vi­mos. Ten­go en la tras­tien­da de mi ser y de mi ac­tuar, y como ca­ña­ma­zo de fon­do, el Con­ci­lio Va­ti­cano II, cuyo pri­mer do­cu­men­to apro­ba­do fue el de la Li­tur­gia, y que cul­mi­nó prác­ti­ca­men­te con la Cons­ti­tu­ción Pas­to­ral so­bre la Igle­sia en el mun­do ac­tual: todo el Con­ci­lio está en­ca­mi­na­do a re­no­var la Igle­sia y la so­cie­dad, con la que com­par­te go­zos y es­pe­ran­zas.

Con la sen­ci­llez de quien no pre­ten­de im­po­ner ni juz­gar a na­die, y me­nos aún de ex­cluir o re­cha­zar, con el gozo de la hu­mil­dad –que en ex­pre­sión te­re­sia­na es “ca­mi­nar en ver­dad”–, tra­ta­ré siem­pre de ofre­cer mi vi­sión ante reali­da­des de nues­tra his­to­ria –tam­bién la de hoy, de nues­tros días–, tra­ta­ré por en­ci­ma de todo de ofre­cer el te­so­ro que he re­ci­bi­do en el in­te­rior de la Igle­sia y su Tra­di­ción –no lo ocul­ta­ré ni lo si­len­cia­ré–, que es Je­su­cris­to, que tie­ne que ver con todo, a quien todo lo hu­mano le afec­ta y afec­ta a todo lo hu­mano: Je­su­cris­to, por­que no me per­te­ne­ce y es para to­dos, y que creo fir­me­men­te es la luz que ilu­mi­na los desa­fíos y re­tos de hoy.

+ An­to­nio Ca­ñi­za­res Llo­ve­ra
Ar­zo­bis­po de Va­len­cia


lunes, 16 de julio de 2018

Cuando llega el dolor




                                                       
Ya lo creo que llega y me pregunto qué hice tan mal… ¡Ufff!, me salen temas hasta por las orejas. Yo no puedo decir que la gente o la vida sea injusta conmigo como sucedió con Jesús, porque Él era solo bondad y preocupación extrema por los hombres, pero YO…  

En verdad que el dolor te hace reconocer los enormes errores, sus consecuencias y muchas cosas más. Entonces, me digo: ¡Vaya por Dios!... Así hasta el siguiente que me caiga que puede ser de cualquier marca.  

Pero estoy agradecida porque no me siento sola como Jesús se sintió.

Gracias a sus Palabras, mientras más “reveses”, más remisión. Pero… ¡Ya me lo podía haber pensado antes, caramba!

El dolor, es mirado por Dios de una manera muy especial. Los Santos son el mejor ejemplo de esta mirada. Ninguno de ellos pasó por la vida sin dolor, a veces insoportable. Pues nosotros que somos “del montón, montón”, con más razón, aunque no sea comparable -los dolores del alma son peores que los físicos-. 
  
Ellos nos enseñan que la paz del dolor está en el Evangelio y sí es verdad pero a veces es necesaria una tregua, porque ¡jopé!, parece que se nos pegan con “Súper- Glue-3”.
   
Cuando llega el dolor, llega Dios. De estar de lujo, no habría venido y precisamente lo hizo por los “enfermos”, no por los “sanos” -literal y no literal, las dos valen-. Así que gracias enormes por ser consciente de Ti en mis dolores y patinazos (uno tras otro…).    


    Emma Díez Lobo