Hay un bellísimo texto en la Biblia que nos narra
el “sacrificio en el Monte Carmelo”. Sucede que el rey Ajab dispone de más
cuatrocientos profetas de Baal que le auxilian en sus augurios, a los que cree
a pies juntillas, y desprecia las profecías del profeta Elías. Ajab cree que
las desgracias que le vienen a su pueblo son debidas al influjo de Elías, y
éste le recrimina su proceder al haberse apartado del verdadero Dios Yahvé. Elías
se acerca al pueblo y le dice: “¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre
dos muletas? Si Yahvé es el Dios, ¡seguidlo|; si Baal lo es, seguid a Baal” (1
Reyes, 18, 21)
Elías les propone un trato para saber quién es el
verdadero Dios: se cogerán dos novillos, se despedazaran, y no se les prenderá fuego, sino que éste llegará del cielo
a las oraciones de ambos profetas; por un lado los cuatrocientos profetas de
Baal, y por otro, Elías. “…Clamaréis invocando el nombre de vuestro dios. Yo
clamaré invocando el Nombre de Yahvé”.
El texto es largo; sucede que el dios de los
israelitas invocado por los Baales, no consigue el objetivo de enviar fuego del cielo para el holocausto, y,
sin embargo, ante la oración de Elías: “…cayó el fuego de Yahvé, que devoró
el holocausto y la leña, y lamió el agua de las zanjas…” (1 R. 18, 37-40)
Llama la atención del párrafo anterior, la frase de
Elías recriminado al pueblo que siguen cojeando con dos muletas. Los números,
en la Escritura, tiene significado; como hemos dicho tantas veces; ni una sola
de las palabras pueden pasar desapercibidas. Aquí aparece el número dos. Dice
Jesucristo: “No podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al
dinero”. (Mt 6,24). Y en otro lugar, Jesús envía a predicar a sus discípulos de
dos en dos (Lc 10,1)
Por el dinero entró el mal en el mundo. El dinero
es necesario para vivir, hacer obras de caridad, etc; pero no podemos hacer
cualquier cosa por dinero. “Donde está tu tesoro ahí está tu corazón (Mt
6,21)”.No podemos ir con dos muletas por la vida, queriendo “poner una vela
a Dios y otra al diablo”; esas muletas nos impiden andar, estamos encorvados,
como los israelitas que denuncia Elías, buscando un dios que no puede curar las
heridas que el desgaste de la vida deja en el hombre.
En el Evangelio de Jesucristo según san Lucas,
Jesús se encuentra con una mujer que padecía una enfermedad que le mantenía
encorvada sin poder enderezarse. Dice así: “…Había
allí una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba
encorvada y no podía enderezarse en modo alguno. Al verla Jesús la llamó y le
dijo: “Mujer, quedas libre de la enfermedad”. Le impuso las manos, y al
instante se enderezó y glorificaba a Dios “(Lc13, 10-14)
Jesús le llama “mujer”. Es la misma expresión con
que se dirige a su Madre en las Bodas de Caná. Es la misma expresión con la que
entrega a Juan –en representación de todos nosotros-, en el sacrificio supremo
de la Cruz. En esta expresión Cristo se dirige a toda la Humanidad. Toda la Humanidad
está encorvada por su idolatría, por el seguimiento de sus ídolos, como nos
recuerda el salmista:
“Los ídolos de los gentiles son oro y plata,
hechura de manos humanas: tiene ojos y no ven; tienen oídos y no oyen tienen
boca y no hablan, tienen manos y no tocan, tiene pies y no andan…” (Sal 135,15). Solo Dios- Jesucristo, Hijo Único del Padre, puede
salvar al hombre de sus angustias, puede enderezar el camino tortuoso elegido
por el hombre, puede enderezar a la Humanidad encorvada.
Jesús, al ver a la mujer encorvada, le llama. No
espera que ella le pida su curación. Lleva dieciocho años con su enfermedad y
tiene asumido su estado deplorable. No ocurre como otras veces que el
necesitado recurre a la curación. Este tema es más grave. La mujer, la
Humanidad, está insensibilizada con su destino. Se acostumbra a él. Se podrá
quejar de su mala suerte; incluso clamará al Cielo para reprocharle su
desdicha. Pero no hará nada por salir de ahí.
Por eso Jesús le llama. No espera al grito de
Isaías: “… ¡Ah, si rompieses los cielos y
descendieses!...” (Is 63, 19). Y, ante este clamor, el Padre envió a su
Hijo Jesucristo para librar a la Humanidad
caída del espíritu que la mantiene encorvada.
Alabado sea Jesucristo
Tomas Cremades Moreno