sábado, 3 de septiembre de 2016

XXIII Domingo Tiempo Ordinario



Jesús, primer valor del cristiano

                Estamos en el comienzo de un nuevo curso, una nueva etapa en nuestra vida, y la Iglesia nos invita a preguntarnos a dónde caminamos. No basta con estar caminando, es necesario caminar en la dirección justa para llegar a la meta. Y si la meta es compartir la gloria de Jesús, el camino justo es vivir compartiendo sus valores.

                La primera lectura recuerda que para conocer los valores de Jesús necesitamos la luz del Espíritu Santo, pues nuestra mente está muy condicionada por nuestras limitaciones personales físicas y morales, y por el ambiente en que vivimos. Como resultado tenemos tendencia a justificar posturas y actitudes que son contrarias al Evangelio. Hay que pedir al Espíritu Santo vivir en la verdad, que normalmente implicará ir contracorriente, tomar la cruz.

                La segunda lectura ofrece un ejemplo concreto de juicio de valores, la visión que tenemos de la persona humana. Onésimo era un esclavo de Filemón, cristiano acomodado de la ciudad de Colosas. Huyó de su dueño y marchó a Éfeso, donde Pablo estaba predicando. Allí oye a Pablo,  se hace cristiano y desea quedarse a su servicio, pero este no lo acepta; quiere que antes arregle su situación y lo envía a su dueño con una carta en que le pide que perdone al huido y lo acoja, no como esclavo sino como hermano en Cristo. Realmente a la luz del Evangelio todos somos iguales, hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Ser cristiano es vivir esta realidad con todas sus consecuencias.

                Finalmente en el Evangelio Jesús invita a su seguimiento. Ser cristiano es una aventura de amor, conocer, amar y seguir a una persona concreta. Es una relación personal en el amor entre Jesús y su seguidor. Pues bien, esta relación exige realismo para no engañarse. Implica vivir con una categoría clara de valores, en la que Jesús es el primero que hay que anteponer a todos los demás, entre los que se nombran los más cercanos al hombre (su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas) y uno mismo, que es lo que más solemos querer. Mantener esta categoría de valores no es fácil, pues son frecuentes las colisiones entre ellos; por ello el resultado es “llevar la cruz en pos de Jesús”.

                Vivimos en un mundo donde reinan los valores de lo “políticamente correcto”, los valores del mercado, las exigencias de la familia y del trabajo ... En este contexto el cristiano tiene que vivir de acuerdo con los valores de Jesús. Por eso los ejemplos del constructor de la torre o del rey que va a la guerra invitan a pararnos y examinar cómo vamos, a dónde caminamos. Y entre todas las dificultades se resalta una, la inquietud por los bienes, lo que explica la invitación de Jesús a renunciar a todos los bienes para ser su discípulo. No se trata de una renuncia efectiva, sino afectiva, como puede verse leyendo todo el evangelio de Lucas. Necesitamos de bienes, que son buenos como creados por Dios, pero como medio y para todos. Una renuncia afectiva implica usarlos de esta forma, como medio y con un uso social.

                El salmo responsorial ayuda a la reflexión a la que se nos invita, subrayando el carácter efímero de nuestra existencia y de los bienes, que a veces queremos poner por delante de Jesús. Todo ello pasará y sólo quedará é: «Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que se renueva; que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato ».

                En la celebración de la Eucaristía  renovamos nuestro compromiso de amistad personal con Jesús dentro de su familia eclesial; en ella le damos gracias por su amistad y le pedimos que él sea nuestro primer valor.


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

No hay comentarios:

Publicar un comentario