endiosar los bienes los convierte en alienantes e
impiden el reino de dios.
Dios Padre, el único salvador, ofrece por
medio de Jesús la plena felicidad y los medios que nos ayudan en el “buen
combate de la conquista de la vida eterna” (2ª lectura). Los bienes materiales
son buenos, porque han sido creados por Dios: “Y vió Dios que todo era muy
bueno” (Gén 1,31), pero el hombre tiende a conseguir ya aquí la plena seguridad
y felicidad, dando un valor absoluto a los bienes, especialmente al dinero, a
costa de lo que sea, incluso por medios injustos. La palabra de Dios denuncia
esta tendencia engañosa, alienante y contraria a conseguir la seguridad y
felicidad plena, porque impiden el Reino de Dios, que exige justicia y defiende
a los pobres y desposeídos (1ª lectura y salmo responsorial). La parábola del
rico y el pobre lo aclara; tiene dos partes. La primera se centra en la llamada
“ley de Abraham”: se presenta un rico que actúa como rico y un pobre que sufre
las consecuencias de su situación. No se alude a sus comportamientos éticos.
Muere el rico y se condena, constata que sufre y que ha perdido todo su poder;
muere el pobre y se salva. La razón la da Abraham: uno gozó en esta vida y le
toca sufrir en la futura; el otro sufrió y le toca gozar, es decir, en la
muerte se cambian las tornas de ricos y pobres.
Hasta aquí todo parece un poco mecánico: ¿dónde queda la vida moral?
¿Todo rico se condena y todo pobre se salva? Realmente esta “ley de Abraham”
sólo quiere ser expresión de una constatación: a más bienes, menos
religiosidad, pero no explica la razón.
La segunda parte lo aclara: la palabra de Dios tiene poder para iluminar
la vida del hombre y para ayudarle a caminar de acuerdo con el plan de Dios,
pero los bienes ciegan y ensordecen a las personas, alienan y engañan y por eso
“no creerán aunque resucite un muerto y se les aparezca”.
El cristiano vive en un ambiente que da
valor absoluto a los bienes; por otra parte, sufre carencias si quiere ser fiel
a sus convicciones cristianas, incompatibles con los medios injustos para
obtener bienes. Por eso la palabra de Dios lo invita a saber relativizar todos
los bienes, “lo ajeno”, y a vivir austeramente, con lo necesario para vivir, y
a compartir con el necesitado, la mejor inversión para tener un tesoro en el
cielo; y junto a esto a luchar contra toda injusticia, defendiendo el derecho
de los pobres.
Pero relativizar bienes no es despreciarlos ni dejarlos inactivos: hay
que utilizarlos de forma correcta como medio para las necesidades del
propietario y de los demás, poniéndolos así al servicio de un mundo mejor.
Compartir la Eucaristía, único bien
absoluto que nos regala el Padre, adelanto y garantía de la seguridad y felicidad plena del Reino de
Dios futuro, exige relativizar los bienes, vivir austeramente, compartir con
los necesitados y sostenerlos en sus reivindicaciones.
Rvdo. don Antonio
Rodríguez Carmona
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