miércoles, 28 de septiembre de 2016

Allí estaba Él

                                             
Sentada en un banco de madera y cumpliendo con el día de Dios, levanté los ojos para observar la gran cruz con la imagen del Cristo elevado sobre el Altar. No era una escultura muerta y sin vida, tampoco era un perfecto adorno místico de la Iglesia…

Le vi Crucificado y Muerto por mi causa, sentí su amor y su enorme tristeza ¡Miserable de mí!

No, no me encontraba tan sólo en un templo católico, sino en Su Casa de la tierra,  acogiéndome con los brazos extendidos. Me dijo:

-Sí, he muerto y resucitado por ti para abrirte el cielo. Eres tan importante para Mí, que el Calvario que sufrí y los miles de años que pasé en el infierno penando por tu salvación, mereció la pena. (Un día es como mil años).

Después de aquél día en que te dejé, te regalé algo que no debes olvidar jamás; está en mi Casa y en boca de mis ministros: Mi infinita Misericordia,  perdonándote una y otra vez; por tanto,  escucha antes  mi perdón, perdona a quien te hirió y reconcíliate con aquel a quien ofendiste.

En la Eucaristía se unió a mí, aún sabiendo que volvería a caer, pero esperando que los días que me queden por vivir, los utilice con humildad, fe  y honestidad.

Le dije hasta pronto y me alejé de su Casa, plena de Él, sentida y teniendo cuidado de mi alma...    


  Emma Díez Lobo

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