Dios es amor misericordioso que perdona y transforma
en hijos.
El mensaje de Jesús se resume en que Dios es su padre y
quiere compartir esta paternidad con todos los hombres, “reinando sobre ellos” por
su medio. Si reinar es ejercer un poder, el reinado de Dios como padre es
ejercer un poder para que los hombres puedan ser sus hijos. Sólo puede llamarse
padre el que tiene hijos. A Dios se le puede llamar padre de la humanidad en
cuanto que es su creador y cuida de todas sus criaturas, pero aquí de trata de
una relación especial, compartir la filiación de Jesús. Destinataria es la
humanidad, toda ella débil y pecadora. Por ello, la primera acción de Dios-rey
es ofrecer el perdón de los pecados al hombre libre, para que éste libremente
acepte ser hijo suyo, compartiendo su naturaleza de forma especial. Y puesto
que Dios es amor, compartir la vida divina es vivir en el amor, situación
incompatible con vivir en el pecado, que no es más que las diferentes
encarnaciones del egoísmo. Una acción es pecado, no por capricho divino, sino
porque destruye o debilita nuestra relación con Dios y los hermanos en el amor.
Ésta es la idea de fondo de la liturgia de la palabra, por la
que el Padre nos habla en la
Eucaristía de este domingo. Porque quiere ser padre,
constantemente nos invita a aceptar su amor transformador, combatiendo en
nuestra vida todas las manifestaciones del pecado-egoísmo. En el antiguo
Testamento Dios perdona al pueblo que adora un ídolo poco después de
comprometerse a servirle en la alianza sinaítica. Es el primer pecado que se
nos narra del pueblo y también el comienzo de una indefinida oferta de perdón.
En el evangelio Jesús nos recuerda que Dios se alegra y organiza una fiesta siempre
que un pecador se arrepiente, pues así consigue su objetivo paternal. Por eso
el hombre debe acercarse con confianza a recibir el perdón. San Pablo nos
ofrece el motivo del que tenemos que presumir los cristianos: no somos un
pueblo de héroes sino de testigos de la misericordia del padre que a todos
perdona y capacita como hijos para tareas concretas.
En su ministerio público Jesús comía con los pecadores,
previamente perdonados, para significar el reino que estaba anunciando. Este
banquete se renueva ahora en la
Eucaristía , en la que nuestro Padre nos invita a compartir
como hijos y hermanos. Es siempre el banquete de los perdonados. Por eso el
hijo menor lo acepta sin problemas como regalo inmerecido, después de su
experiencia negativa. En cambio, el mayor se niega a compartir el banquete
organizado para el perdonado, porque se había hecho la ilusión de que con su
comportamiento se había ganado otro tipo de banquete como premio. El banquete
de los perdonados es el único posible, porque todos somos pecadores. Es verdad
que se comportaba bien, pero no tenía conciencia de su debilidad y de que todo
lo que había hecho era gracia de Dios;
creer que todo era mérito propio le lleva a creerse superior y especialmente a
no compartir las entrañas de misericordia del Padre. A pesar de eso, el padre
“se rebaja” y le ruega que entre. Quiere a todos sus hijos en el banquete. ¿Entró
o no entró? Jesús deja abierta la
parábola. La respuesta la debemos dar cada uno de nosotros.
D: Antonio Rodríguez Carmona
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