En el lenguaje bíblico se llaman Bienaventurados a quienes llevan reproducida en su alma la imagen de Jesús (Rom 8,29).
Fiesta de todos los Santos
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En el lenguaje bíblico se llaman Bienaventurados a quienes llevan reproducida en su alma la imagen de Jesús (Rom 8,29).
Fiesta de todos los Santos
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Nada hay más humano que la santidad. El humanismo auténtico se basa en el amor y si no existe el amor se deshumaniza el corazón humano. Parece mentira que la palabra santidad haya sido considerada como una acto más o menos pío de aquel que la vive con ilusión y entrega. Y es todo lo contrario. La santidad es aquella que contiene todos los valores que se proclaman por doquier. El Concilio Vaticano II la proclamó como la experiencia más profunda del que apuesta por la caridad: “Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena” (Lumen Gentium, cap. V, nº 40). Todos los bautizados tenemos ya en germen la vocación a la santidad y no debemos confundir tener un deseo de santidad con el vivir en cada momento con las obras que realiza la caridad. Los deseos si no van acompañados de las obras se convierte en el dicho “obras son amores y no buenas razones”.
El gran
reto que hoy nos debe preocupar es el de luchar para que reine el amor. La gran
crisis de hoy es la falta de amor. Y el amor no se vive por impulsos
sentimentales sino por entrega generosa. Qué bien lo define San Juan de la
Cruz: “Pero el amor sólo con amor se cura. El amor de Dios es la salud del
alma. Y cuando no tiene cumplido amor, no tiene salud cumplida y por eso está
enferma. La enfermedad es falta de salud. Cuando el alma no tiene ningún grado
de amor, está muerta. Pero cuando tiene algún grado de amor de Dios, por
pequeño que sea, ya está viva, aunque muy débil y enferma, porque tiene poco
amor. Cuánto más amor tiene, más salud también. Cuando tiene amor perfecto tiene
total salud” (Cántico espiritual, 2,3). Los grandes santos han
pasado por pruebas diversas y sólo han encontrado sentido en el amor a Dios. La
fortaleza no se consigue por impulsos voluntaristas sino por confiar y
abrazarse gozosamente al amor de Dios.
Es
curioso constatar que la gran revelación, en este momento histórico, es
descubrir que Dios nos ama. Y ante tal descubrimiento se deduce
que el corazón está hecho para amar en los momentos fáciles y en las
circunstancias dolorosas. De nuevo San Juan de la Cruz recuerda: “Más estima
Dios en ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor, que todas las
consolaciones, visiones y meditaciones que puedas tener” (Dichos
de luz y amor, 14). La santidad tiene una única finalidad y es
la de vivir en caridad ardiente, donde el fuego del amor anima, alienta y va
adelante, sin pararse. La santidad se pone en el primer lugar de nuestra acción
y si no nos reconocen o aprecian, más se ha de ejercitar la fuerza del amor. De
nuevo el santo de Fontiveros asevera: “Donde no hay amor, por amor y sacarás
amor” (Cántico espiritual, 9,7). ¿Cuántas veces estamos
esperando el halago y el aplauso? Y si esto no llega, la tristeza nos acosa de
manera perjudicial. La tristeza es el fruto del orgullo herido. La santidad es
reconocer lo que somos y aceptarnos como somos.
Celebramos
la fiesta de Todos los Santos y es un momento importante para preguntarnos si
vivimos en armonía con el designio que Dios ha plasmado en nuestra existencia.
Nada vale tanto como poder realizar, en nuestro recorrido vital, la belleza de
la santidad. Y ya no sólo por nuestro bien sino porque todo lo bueno que suceda
y acontezca en nuestro quehacer diario repercute en beneficio de la Iglesia y
de la sociedad. La santidad no se consigue por la propia voluntad –aunque
necesaria- sino por el acercamiento a las fuentes que dan el agua que sacia:
“Pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el
agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida
eterna” (Jn 4, 14-15). Si nos planteamos bien la vida de santidad no sólo nos
haremos bien a nosotros sino también a los demás.
+ Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
Todos sabíamos que vivíamos en un estilo de vida irreal e insípida; lo sabíamos pero disfrazamos nuestras frustraciones abrazándonos a la quimera de una autorrealización casi insultante, incluso escondimos nuestras carencias trascendentales bajo la alfombra de mil bullicios y pomposidades.
Sin embargo entre las tinieblas que nos envuelven surgen rayos luminosos que nos invitan a todos a la esperanza.
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De nuevo fue un regalo para todos. En su inmensa mayoría eran jóvenes adultos, aunque también hubo personas maduras que despertaron nuestra admiración más agradecida por su audacia y libertad. Se trataba de gente que no fue bautizada al poco de nacer, o que bautizada apenas tuvieron luego un seguimiento que permitiese crecer en su fe. Así, a la vuelta de unos años, se han encontrado con Cristo para decir un “sí” a quien entienden que tiene que ver con todas las circunstancias de su vida. No es un apéndice para unos momentos, sino Alguien que se acerca y da un significado a tantos factores que a diario acontecen: los amores, los temores, los sueños, los dolores, las certezas, las dudas; aquello que nos desbarata y lo que nos afianza; cuanto nos llena de alegría serena y lo que siembra de incertidumbre nuestra mirada; las gozosas acogidas que nos brindan y las incomprensiones más temidas que nunca faltan. Toda la vida, con todos sus pliegues, con los distintos registros que nos describen e identifican, ahí se inscribe ese gesto de querer vivir cada cosa llena de belleza o de dureza, con el Señor que nos ama.
Fue
realmente una alegría ver a más de sesenta personas que pedían el bautismo como
adultos con toda la conciencia, o la primera comunión que luego realizaron con
la Eucaristía que recibieron por primera vez, o la confirmación de su fe con el
sacramento del Espíritu Santo que todos ellos realizaron después. Son los
cristianos de esta nueva etapa de nuestra más reciente historia, los que por
diferentes motivos no fueron bautizados, o no recibieron luego la Eucaristía, o
tenían pendiente la confirmación. Desde hace un tiempo en nuestra Diócesis de
Oviedo, venimos preparando a estas personas con una catequesis adecuada a su
circunstancia y edad. No son niños, no son adolescentes, sino que ellos
necesitan un acompañamiento distinto. En este sentido era hermoso ver nuestra
Catedral llena de toda esta buena gente, que venía con sus padrinos o madrinas,
con sus catequistas, con los sacerdotes que en cada arciprestazgo cuidan esta
novedosa preparación de la iniciación cristiana. Lo llamamos el “Catecumenado
de adultos”. Es decir, una catequesis adecuada y adaptada a la realidad de
personas que, no siendo ya chavales, siguen siendo jóvenes de diferente edad en
su adultez o madurez de sus vidas.
El Señor
Jesús los conocía a todos y eran por Él todos ellos esperados. Era importante
este punto: no han llegado tarde, ninguno de ellos se ha retrasado. Han venido
cuando ha correspondido por los mil avatares de la vida, sin que la divina
Providencia haya tenido una extraña prisa por su llegada. Con sus nombres
conocidos, con la edad de sus años, han llamado a la puerta de la comunidad
cristiana para ser admitidos como bautizados, como comulgantes, como
confirmados. Son los tres sacramentos de la iniciación cristiana que a todos y
cada uno de ellos se les brindó la posibilidad de recibirlos. Ahí estábamos
todos: el obispo, los sacerdotes y diáconos, las religiosas, los fieles laicos.
Toda la Iglesia con los brazos de par en par abiertos, para acoger en el tiempo
oportuno a estos queridos hermanos que, tras un recorrido de preparación
personalizada, se han incorporado a la comunidad que los acoge en sus
parroquias, en sus movimientos eclesiales, en la Diócesis que los reconoce como
verdaderos hermanos.
Como
sucede en el seno de una familia, ellos son para nosotros un regalo. Muchos de
ellos todavía jóvenes adultos, otros ya casados y con un porvenir ya trazado,
otros incluso jubilados. Personas que en su sazón se han encontrado con Cristo
y se han dejado llamar por Él para vivir sus vidas acompañados por el Señor,
por María y nuestros amigos los santos, junto a quienes les hemos acogido con
inmensa gratitud. Dios sea bendito porque la Iglesia sigue creciendo con el
nacimiento a la fe de estos nuevos hermanos.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Tienen frío…
Les han enseñado
a llenar sus vidas
y a cubrir sus almas
con cientos de cosas,
pero… tienen
frío.
Nadie les ofrece
una alternativa.
Nadie se preocupa
realmente por ellos.
Les venden formatos
de vida feliz.
Les hacen promesas,
que nunca se cumplen.
Les hablan de rutas,
de sitios, de espacios,
de itinerarios,
para conseguir
su felicidad.
Y nada les sirve
porque en el camino
han abandonado,
sin saberlo ellos,
la única ruta:
la del corazón.
Y por eso…
tienen frío.
No te amamos, Padre,
si permanecemos
ausentes e impávidos
ante tanto frío.
No hemos comprendido
la muerte de Cristo
si nos limitamos
a compadecernos
de tanto dolor.
El dolor que sufre
tanta y tanta gente
que vive en ciudades
cubiertas de hielo.
Gente que daría
hoy toda su vida
por salir de
allí.
Son los convocados
por Cristo aquel día,
en aquel sermón
desde la montaña.
Son los abatidos,
porque no encuentran
nadie que les guíe.
Y en su soledad
y en su vejación
levantan sus
ojos
y nos interpelan:
¿dónde está tu
Dios?
… porque tengo frío.
Y los que tenemos
las antorchas llenas,
llenas de tu Luz,
debemos correr,
correr a su encuentro.
No descanses,
Padre,
dinos dónde están,
todos esos hombres,
para así, poder
pasarles la antorcha
de tu Luz eterna,
de la única Vida
que
viene de Ti.
Olga
Alonso
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Aunque no lo creáis
también ellos son de Dios…
Se nos acercó un objeto
no identificado de esos que andan por el cielo y se ven de vez en cuando. Sí, era
plateado, redondo y con ventanitas a su alrededor.
El reloj marcaba las
11:30 de la mañana en vuelo regular al Aaiún. Un cielo despejado con “sol y
moscas” (argot de vuelo) y un Dios que aseguraba llegar sanos y salvos a
tierra. Las oraciones surgen en cabina como el estupor y la impotencia ante las
intenciones del “intruso”. Aquello era impredecible y los pilotos comerciales carecen
de normas específicas a seguir en estos casos.
Aquél día, a 15
minutos del aterrizaje este “ovni” asedió al Fokker-27 por el lado izquierdo
del ala -flota en la que estuve destinada como azafata de vuelo-. El avión y el
“plato al revés” volaban a la misma altura y misma velocidad de crucero; demasiado
claro y demasiado cerca, no era habitual…
Dios veía cómo
aquellos “tipos” imitaban todos los movimientos del avión. Si el Fokker subía o
descendía “ellos” lo hacían; si giraban a izquierda o derecha “ellos” también; si encendían luces, “ellos” las
suyas de varios colores en todo su perímetro.
La tripulación atónita
entró en pánico con el jueguecito de los intrusos, pero Dios siempre está
cuando se Le aclama y “dijo al
Comandante: Anda vuélvete que estos
se me han colado y no es plan”. Y así fue que el Comandante con un ¡Dios
mío!, no siguió adelante. Se comunicó al pasaje que por razones técnicas había
que volver a la Base. Inmediatamente dio la vuelta y la “nave redonda” también giró
acompañando al avión, pero a los pocos minutos se apartó, y en vertical desapareció
en el inmenso azul del cielo.
El Todopoderoso sabe
muy bien lo atrasados que estamos aún para encontrarnos con estos “adelantados”
a nuestro tiempo, que por cierto, cuando
sucede, los sustos son de órdago…
Yo me preguntaba si
eran hijos de Dios… Y sí, lo eran. Él construyó todas las galaxias y toda inteligencia
con unas leyes a su criterio que el hombre va descubriendo. Nosotros algún día volaremos
en naves redondas o cuadradas sorteando la gravedad y Dios, Dios siempre será
el mismo por mucha evolución que haya. Él es el Alfa y Omega de todo lo creado.
Emma Díez Lobo
Vuelvo cada día del camino de la Vida con el corazón cansado y me pongo ante ti; de ti recibí hoy mi fuerza y sin ti, mi voluntad se alejó y te dio la espalda. Me trae ante ti tu promesa: “Se puso junto a mí, lo libraré” (Salmo 90) y arrodillada ante ti pongo mi propia impotencia, mi incapacidad de amarte, mi forma de abordar el mal desde el mal.
SÓLO QUIEN ESCUCHA A DIOS LLEGA A AMARLE
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Leen “a su manera” sin contradecir a sus antiguos escribas y sacerdotes, por cierto, lejos de Dios por ocultar la verdad a su pueblo descrita en los Textos Proféticos: Nacimiento, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios.
¿Perder el Poder
religioso? A eso no estaban dispuestos y continuaron con su enrevesada
interpretación de la Torá o el Talmud (tradición oral), “cercenando” Salmos y
Profecías cumplidas en Cristo.
Malaquías, Isaías,
Daniel, Zacarías, Ezequiel, Miqueas… Todos hablan del Mesías tal y como
sucedió, pero los judíos dicen que no, que no hay nada cumplido... ¡Madre mía!,
me viene a la cabeza el llanto de Jesús en el “Dominus flevit” (en el Monte
de los olivos) por su querido Jerusalén.
Deberían Leer los
Evangelios aunque fuera por curiosidad… Es triste oír a un judío que te diga
que no sabe quién es Jesús. Hasta hoy su pertinaz incredulidad consentida, hasta
hoy… Y les da completamente igual. Decía San Gregorio que “Un poquito de jerga es todo lo
que se necesita para imponerse a la gente. Cuanto menos comprendan, más
admiran” ¡Pobres!!!
Me pregunto qué pensarán
de los milagros en el catolicismo. Claro que sin reconocer a María Virgen, ni al
Hijo de Dios, difícil enterarse de alguno.
¡Cuánta obcecación
y menudo susto se están llevando cuando se encuentran con Jesús después de
dejar este mundo!; y ¿cuándo se cumpla el Apocalípsis de Juan? Ufff… Se les
acabó de cuajo el seguir “erre que erre” anclados en Moisés y últimos Profetas.
Recemos por ellos
aunque ellos no recen por nosotros.
Lo
que sí es verdad es que con amor, lo de menos es conocer. Tanto la humillación
como el dolor o la injusticia, si amas, se soportan de otra manera. Jesús amaba
a malos y buenos y aunque el hombre no pueda amar de igual manera, sí sabe que
de él también depende la salvación de otros hombres y la de sí mismo. Tenemos
reglas para ello, Jesús nos las dio, se llama PERDÓN y ORACIÓN.
Y… “Puente de plata” al malo como dice
el Rosario: “Apártame de mis enemigos…” Es una gran frase que te libra de
la responsabilidad de enviarle al Hades si te quedas demasiado cerca y te
liquida. Seamos inteligentes y hagamos lo que nos dicen. Así que cuando te
encuentres con un “bicho” aléjate y reza para que cambie.
¿Difícil orar por ellos? Va contra la razón del
hombre común pero es el acto de amor que te cierra la puerta a la venganza, al
odio y la desesperanza.
Bernabé
Apóstol, nos pedía “bien decir con todos” y es verdad, no olvidemos que el legado
que Dios nos dejó fue ser sacerdotes al servicio de la salvación.
Emma
Díez Lobo
"Alegra el alma de tu siervo pues la levantó hacia ti"
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Llega lejos su mirada por no tener jamás cerrados sus ojos. Son largos los brazos de un Dios que no es manirroto. Y su corazón se dilata hasta el infinito por ser así de inmensa su entraña dando cabida a nuestras intemperies, incertidumbres y enojos. Por eso es el Dios de la vida, no una energía sin rostro y sin pálpito detrás de la última galaxia. No hay llanto que no haga de él sus propias lágrimas. Ni gozo por el que no brinde con su vaso con la mejor de sus sonrisas. Así de cercano, así de nuestro, así de entrañable en su divina misericordia. Y quien se embelesó haciendo la belleza de las flores con sus colores y tamaños, el embrujo de un atardecer en cada época del año, la sencillez de los pequeños pájaros que nos regalan su vuelo y su trino cada mañana, se quiso ensimismar al hacernos parecidos a Él sólo a nosotros, al hombre y a la mujer, como su más acabada semejanza poniendo la diferencia radical con el resto de la creación hermana.
Podría
parecer que se está describiendo una página bucólica que describe al Creador de
todas las cosas. Pero habría una aparente contradicción cuando vemos por
doquier tanto sufrimiento, soledad y desamparo, cuando descubrimos el miedo en
los niños o los ancianos ante una realidad dura de mirar y difícil de vivir y
sobrellevar. ¿Se ha distraído ese Dios encantador? ¿Está sobrecargado de tanto
como hay que hacer y no da abasto? ¿Se ha marchado, tal vez, desencantado de
nuestras derivas torpes y perversas?
Resulta
que era una pregunta que Dios mismo se hacía a través del viejo profeta:
“Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por
nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (Is 6, 8). No porque
Él fuera incapaz de hacer algo nuevo y eficaz, o estuviera cansado por tanto
fraude, o sufriera el desencanto del fracasado, sino porque quería contar con
el propio hombre para salvar de su fatalidad destructiva al mismo hombre. El
profeta dijo aquello, que tanto le honró: “heme aquí, envíame a mí”. Y será
Jesús quien tomará aquella palabra cuando acabando su periplo en el tiempo que
compartió nuestra aventura humana, no quiso volver al Padre sin antes confiar a
sus discípulos la misión que en Él tuvo simplemente un comienzo: “Id al mundo
entero y anunciad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15).
Esto
han hecho los misioneros a través de los siglos de la historia cristiana, y lo
hacen cada día: ir hasta los finisterres varios, a tantas periferias
existenciales como dice el Papa Francisco, para anunciar a Jesucristo,
comunicar su Evangelio y repartir su gracia. Cuando en este mes de octubre
celebramos el Domingo mundial de las misiones (Domund), tenemos este momento de
gratitud hacia todos los que dejaron familia, tierra y cultura, para decir al
Señor: aquí estoy, envíame a mí. Y fueron enviados. Y allí siguen construyendo
como cristianos el pequeño trozo de mundo en el que ellos edifican la Iglesia
del Señor acogiendo a los pobres y anunciándoles la esperanza del Evangelio.
Este
año, en el mensaje para el Domund, el Papa Francisco ha querido subrayar cómo
la misión no es ajena a la pandemia que nos asola. Dice él: “comprender lo que
Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un
desafío para la misión de la Iglesia. En este tiempo de pandemia, la pregunta
que Dios hace: “¿a quién voy a enviar?”, se renueva y espera nuestra respuesta
generosa y convencida: “¡aquí estoy, envíame!”. Por eso, nuestro afecto lleno
de gratitud hacia los misioneros, nuestra oración sincera por cada uno de ellos
y sus labores apostólicas, y nuestra ayuda económica como un gesto de comunión
fraterna. Esto es lo que se nos pide también este año a los cristianos al
celebrar el domingo del Domund. Seamos generosos en el agradecimiento, en las
oraciones y en las limosnas.
+
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
¿A QUIÉN PERTENECES?
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Siempre hubo una sospecha de algunos. Si era demasiado cercano, daba miedo. Si resultaba lejano, producía desdén y risa despectiva. Así, la inevitable relación con Dios, algunos la han vivido entre el desprecio burlón y el temor de la pobre melancolía. Pero cuando caen las tormentas más devastadoras y nos dejan a la intemperie los diluvios, cuando las pandemias nos asolan y las pestes nos diezman, entonces nos hacemos mil preguntas con muchas lágrimas censuradas y con pocas y fugaces sonrisas. Son las preguntas más nuestras, esas que nos definen desnudamente en nuestra más humilde pobreza, aunque sean preguntas que no nos atrevemos a formular a cualquiera.
¿Dónde
está Dios, ese Dios de mis desprecios y mis melancolías? ¿Por qué no dice algo
que pueda explicar lo que yo no sé resolver en medio de tanta cuita? ¿Por qué
no aparece con potencia todopoderosa y con mando en plaza pone orden en el
desconcierto de las violencias que se extienden con prisa, las corrupciones de
toda ralea, las tragedias de toda guisa, el engaño, la calumnia y el cinismo
que tantos utilizan como su arma política preferida?
Esta es
la gran cuestión que la historia de la humanidad ha elevado al cielo siempre,
mirando a la cima de nuestras altanerías o a la sima de nuestros abismos, donde
los dioses parecían que pacían sin control, sin que nadie pudiera chistarles ni
pedir ninguna cuenta. ¿Dónde está? ¿Por qué no habla? ¿Por qué no actúa? La
Buena Noticia es que Él se ha quedado ronco de tanto dirigirnos la palabra. Y
se le ha gastado la belleza de tanto mostrarla a nuestra mirada. El problema no
está en su silencio, sino en nuestra sordera abatida. No está en su
invisibilidad, sino en nuestra ceguera empecinada.
Sorprende
que la palabra hebrea para hablar del corazón de Dios, de su entraña más dulce,
sea la misma con la que se señala el seno de una mujer en trance de concebir la
vida: rahamim, seno materno que expande sus lindes, vientre
acogedor de la nueva criatura que como un don tan inmenso se nos regala. Dios
tiene también esa entraña materna en la que nos engendra amorosamente, en donde
nos protege y nutre hasta darnos a luz en pleno día cuando nacemos a la vida
con el primer llanto con el que nos hacemos notar desde la covacha amable de
una maternidad dulce y bella. Rahamim, entrañas del mismo Dios con el que se
nos dice cómo tiene Él el corazón de sus adentros.
Con estas
ideas de nuestra tradición cristiana, hace unos días estuve en la presentación
de una película que se estrenaba simultáneamente en más de 60 ciudades
españolas al mismo tiempo. Hacer una película sobre el corazón entrañable de
Dios, no deja de ser una audacia, tal vez una osadía, pero en cualquier caso
una buena noticia si nos permite asomarnos al rostro más amable de ese Dios que
es Amor. La protagonista es una joven mujer polaca que fue tocada por ese
rostro, en medio de la sórdida realidad social, política, económica y bélica de
la mitad del siglo pasado en Europa. Y es así como se escribe la historia,
cuando en medio de los renglones más torcidos de nuestros avatares torpes, Dios
logra contar cosas maravillosas con la caligrafía más recta y hermosa. Una vez
más se trata de la flor delicada que emerge en los surcos del cieno, o del
llanto tierno de un infante que rompe el ruido de cualquier estruendo, para
convocarnos a la curiosidad embelesada o a la ternura delicada.
De esto
habló la película que pudimos ver. Porque este es el relato de la Divina
Misericordia que Santa Faustina Kowalska entrevió y que San
Juan Pablo II pudo señalar como algo que valía la pena al proceder a su
canonización. Es la historia siempre viva y siempre inconclusa de un Dios
vulnerable a mis preguntas, a mis carencias y pobrezas, a mi necesidad de ser
amado y reconocido con mi nombre, mis heridas y todas mis esperanzas.
Faustina
Kowalska nos permite entrever que el amor de Dios es de cine, y por eso valía
la pena filmar una película que tiene como protagonista la Divina
Misericordia.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Dios nos invita por medio del profeta Isaías a confiar en su Nombre, es decir a apoyarnos en Él.
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Queridos
hermanos y hermanas en el Señor: El profeta Isaías, en el Antiguo Testamento,
nos cuenta su vocación. El Señor Dios le interpela: “¿A quién enviaré? ¿Y quién
irá por mí?”, a lo que él contesta: “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8).
Esta
experiencia que conocemos de labios del profeta se convierte en una imagen, en
un ejemplo de toda llamada, incluso de la vocación de la Iglesia. Me permito
entresacar de este texto algunos elementos para nuestra consideración:
Isaías nos pone en el escenario de su historia, personal y social. La llamada
de Dios siempre se da en un momento y en unas circunstancias históricas. Dios
llama en nuestra existencia personal, no llama al ideal de persona sino a esta
persona concreta. El llamado, como le ocurre al profeta, siente la confusión y
la indignidad ante la llamada de Dios. Hay una desproporción inmensa entre la
llamada y la repuesta, solo se puede responder desde la conciencia de la propia
debilidad, pero sostenido en la confianza de la gracia.
Por
último, la llamada siempre es una interpelación. Dios nos saca de nuestra zona
de confort para llevarnos a la aventura de la existencia humana tocada por la
voluntad de Dios de salvar a todos los hombres.
Al
celebrar un año más la jornada de las misiones, el DOMUND, es bueno hacer
memoria que la misión forma parte de la vida cristiana y está en el corazón de
la Iglesia. La Iglesia existe para la misión. La Iglesia es misionera en su
esencia, por eso las palabras del profeta Isaías que sirven como lema este año
para el DOMUND, nos invitan a abrirnos, a la disponibilidad. Ante la llamada de
Dios solo podemos responder con generosidad, cada uno desde su situación, lugar
o posibilidad. Se comienza siendo misionero en el corazón, después cada uno lo
vive como Dios le pide. Por esto, cada día podemos preguntarnos para que no se
apague en nosotros la llama misionera: ¿qué me pide Dios?
El
lema escogido por el Papa Francisco para el DOMUND de este año recoge las
palabras de la profecía de Isaías que hemos citado ya: “Aquí estoy, envíame”.
Es la confirmación inspirada en la Palabra de Dios de la visión de una Iglesia
en salida, porque la Iglesia solo puede ser misionera, o no tendría razón de
ser. El mismo Francisco en su mensaje para esta Jornada misionera nos explica
el sentido de ese espíritu misionero de salida que quiere llegar a todos: “La
misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra
mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí
misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te
empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEV- San Pablo, 2019, 16-17).
Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama.
Nuestra
vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la
Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos
testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada
divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del
bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón
de Dios”. Este año celebramos el DOMUND en medio de la situación que ha creado
la pandemia del Covid-19. Un tiempo difícil pero que podemos hacerlo también
oportunidad de conversión y crecimiento, haciendo de la dificultad,
posibilidad. Es buen momento para la creatividad y la imaginación, siempre
vivido en oración y en generosidad. Es buen momento para salir de nosotros
mismos y buscar a Dios que está en el hermano, especialmente en el más pobre y
necesitado, momento para ensanchar el corazón que nos haga, con la gracia de
Dios, pasar del temor a la generosidad que nos haga recobrar la alegría y la
esperanza del Evangelio. Es el modo de ser misioneros en nuestro ambiente y
ayudar a los demás.
Las
misiones y los misioneros siguen necesitando de nuestra oración, afecto y ayuda
material. Ellos viven permanentemente en la situación de crisis que vivimos
nosotros ahora. Ojalá que no caigamos en la tentación que denuncia el Papa en
su última Encíclica, Fratelli tutti, “Nos acostumbramos a mirar para el
costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean
directamente” (n. 65).
Quiero
reiterar mi agradecimiento a todos los misioneros que entregan su vida por el
Evangelio en cualquier lugar del mundo, al tiempo que los encomendamos a la
intercesión de la Virgen María, Estrella de la Evangelización. Con mi afecto y
bendición.
+
Ginés García Beltrán,
Obispo
de Getafe