sábado, 31 de octubre de 2020

Fiesta de todos los Santos

 


En el lenguaje bíblico se llaman Bienaventurados a quienes llevan reproducida en su alma la imagen de Jesús (Rom 8,29).

 Nos centramos en la tercera Bienaventuranza:" los mansos”; ellos poseerán la tierra, el Reino de Dios. Jesús se refiere a los mansos por elección, no a los que por cobardía no hacen frente a quienes les ofenden pero se vengan de ellos a sus espaldas, por ejemplo difamándoles.

 Jesús es el Cordero Inocente  que se dejó aplastar por el mal para vencerlo. No abrió su boca ni al ser juzgado (Mt 26,59-63), ni en su crucifixión sino para decir: "Padre, perdónales, no saben lo que hacen". Jesús es el Cordero manso que se dejó aplastar por el mal, como única posibilidad de vencerlo.

 Entregado a Pilatos por envidia, bien lo sabía este (Mt 27,18), nos libró a todos de la opresión ineludible de la muerte. La venció y victorioso nos lo presenta el Apocalipsis: "Vi en el trono de pie a un Cordero como degollado" (Ap. 5,6). Degollado porque venía del sepulcro, pero de pie que es la postura de los vencedores.

Fiesta de todos los Santos

 P. Antonio Pavía

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viernes, 30 de octubre de 2020

La plenitud del amor es la santidad

 


Nada hay más humano que la santidad. El humanismo auténtico se basa en el amor y si no existe el amor se deshumaniza el corazón humano. Parece mentira que la palabra santidad haya sido considerada como una acto más o menos pío de aquel que la vive con ilusión y entrega. Y es todo lo contrario. La santidad es aquella que contiene todos los valores que se proclaman por doquier. El Concilio Vaticano II la proclamó como la experiencia más profunda del que apuesta por la caridad: “Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena” (Lumen Gentium, cap. V, nº 40). Todos los bautizados tenemos ya en germen la vocación a la santidad y no debemos confundir tener un deseo de santidad con el vivir en cada momento con las obras que realiza la caridad. Los deseos si no van acompañados de las obras se convierte en el dicho “obras son amores y no buenas razones”.

El gran reto que hoy nos debe preocupar es el de luchar para que reine el amor. La gran crisis de hoy es la falta de amor. Y el amor no se vive por impulsos sentimentales sino por entrega generosa. Qué bien lo define San Juan de la Cruz: “Pero el amor sólo con amor se cura. El amor de Dios es la salud del alma. Y cuando no tiene cumplido amor, no tiene salud cumplida y por eso está enferma. La enfermedad es falta de salud. Cuando el alma no tiene ningún grado de amor, está muerta. Pero cuando tiene algún grado de amor de Dios, por pequeño que sea, ya está viva, aunque muy débil y enferma, porque tiene poco amor. Cuánto más amor tiene, más salud también. Cuando tiene amor perfecto tiene total salud” (Cántico espiritual, 2,3). Los grandes santos han pasado por pruebas diversas y sólo han encontrado sentido en el amor a Dios. La fortaleza no se consigue por impulsos voluntaristas sino por confiar y abrazarse gozosamente al amor de Dios.

Es curioso constatar que la gran revelación, en este momento histórico, es descubrir que Dios nos ama. Y ante tal descubrimiento se deduce que el corazón está hecho para amar en los momentos fáciles y en las circunstancias dolorosas. De nuevo San Juan de la Cruz recuerda: “Más estima Dios en ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor, que todas las consolaciones, visiones y meditaciones que puedas tener” (Dichos de luz y amor, 14). La santidad tiene una única finalidad y es la de vivir en caridad ardiente, donde el fuego del amor anima, alienta y va adelante, sin pararse. La santidad se pone en el primer lugar de nuestra acción y si no nos reconocen o aprecian, más se ha de ejercitar la fuerza del amor. De nuevo el santo de Fontiveros asevera: “Donde no hay amor, por amor y sacarás amor” (Cántico espiritual, 9,7). ¿Cuántas veces estamos esperando el halago y el aplauso? Y si esto no llega, la tristeza nos acosa de manera perjudicial. La tristeza es el fruto del orgullo herido. La santidad es reconocer lo que somos y aceptarnos como somos.

Celebramos la fiesta de Todos los Santos y es un momento importante para preguntarnos si vivimos en armonía con el designio que Dios ha plasmado en nuestra existencia. Nada vale tanto como poder realizar, en nuestro recorrido vital, la belleza de la santidad. Y ya no sólo por nuestro bien sino porque todo lo bueno que suceda y acontezca en nuestro quehacer diario repercute en beneficio de la Iglesia y de la sociedad. La santidad no se consigue por la propia voluntad –aunque necesaria- sino por el acercamiento a las fuentes que dan el agua que sacia: “Pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 14-15). Si nos planteamos bien la vida de santidad no sólo nos haremos bien a nosotros sino también a los demás.

+ Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

 

jueves, 29 de octubre de 2020

Rayos de Luz

 


Todos sabíamos que vivíamos en un estilo de vida irreal e insípida; lo sabíamos pero disfrazamos nuestras frustraciones abrazándonos a la quimera de una autorrealización casi insultante, incluso escondimos nuestras carencias trascendentales bajo la alfombra de mil bullicios y pomposidades.

 Lo peor es que consentimos y capitulamos ante el engaño, consentimos también en adormilarnos hasta que nos alcanzó esta pandemia que de un manotazo puso en evidencia nuestra brutal indigencia. Arrancadas las caretas se hicieron visibles nuestras impotencias y desdichas y hasta nuestras debilidades mentales.

Sin embargo entre las tinieblas que nos envuelven surgen rayos luminosos que nos invitan a todos a la esperanza.

  ¿Qué o quiénes son estos rayos luminosos? Son los discípulos de Jesús, son su Luz en el mundo (Mt 5, 13). Son los que nadando contra corriente en una sociedad satisfecha con ser nada ni nadie reflejan, sin condenar a nadie, la Vida en abundancia que les viene de Jesús (Jn 10, 10). Sufren la pandemia y sus inconvenientes y limitaciones como todos pero no sé abaten, es más son portadores de una alegría inagotable... y es que Jesús les dijo que nada ni nadie, ni siquiera esta pandemia conseguiría arrebatarsela (Jn 16, 22).

 P. Antonio Pavía

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miércoles, 28 de octubre de 2020

Nos han nacido nuevos hermanos


De nuevo fue un regalo para todos. En su inmensa mayoría eran jóvenes adultos, aunque también hubo personas maduras que despertaron nuestra admiración más agradecida por su audacia y libertad. Se trataba de gente que no fue bautizada al poco de nacer, o que bautizada apenas tuvieron luego un seguimiento que permitiese crecer en su fe. Así, a la vuelta de unos años, se han encontrado con Cristo para decir un “sí” a quien entienden que tiene que ver con todas las circunstancias de su vida. No es un apéndice para unos momentos, sino Alguien que se acerca y da un significado a tantos factores que a diario acontecen: los amores, los temores, los sueños, los dolores, las certezas, las dudas; aquello que nos desbarata y lo que nos afianza; cuanto nos llena de alegría serena y lo que siembra de incertidumbre nuestra mirada; las gozosas acogidas que nos brindan y las incomprensiones más temidas que nunca faltan. Toda la vida, con todos sus pliegues, con los distintos registros que nos describen e identifican, ahí se inscribe ese gesto de querer vivir cada cosa llena de belleza o de dureza, con el Señor que nos ama.

Fue realmente una alegría ver a más de sesenta personas que pedían el bautismo como adultos con toda la conciencia, o la primera comunión que luego realizaron con la Eucaristía que recibieron por primera vez, o la confirmación de su fe con el sacramento del Espíritu Santo que todos ellos realizaron después. Son los cristianos de esta nueva etapa de nuestra más reciente historia, los que por diferentes motivos no fueron bautizados, o no recibieron luego la Eucaristía, o tenían pendiente la confirmación. Desde hace un tiempo en nuestra Diócesis de Oviedo, venimos preparando a estas personas con una catequesis adecuada a su circunstancia y edad. No son niños, no son adolescentes, sino que ellos necesitan un acompañamiento distinto. En este sentido era hermoso ver nuestra Catedral llena de toda esta buena gente, que venía con sus padrinos o madrinas, con sus catequistas, con los sacerdotes que en cada arciprestazgo cuidan esta novedosa preparación de la iniciación cristiana. Lo llamamos el “Catecumenado de adultos”. Es decir, una catequesis adecuada y adaptada a la realidad de personas que, no siendo ya chavales, siguen siendo jóvenes de diferente edad en su adultez o madurez de sus vidas.

El Señor Jesús los conocía a todos y eran por Él todos ellos esperados. Era importante este punto: no han llegado tarde, ninguno de ellos se ha retrasado. Han venido cuando ha correspondido por los mil avatares de la vida, sin que la divina Providencia haya tenido una extraña prisa por su llegada. Con sus nombres conocidos, con la edad de sus años, han llamado a la puerta de la comunidad cristiana para ser admitidos como bautizados, como comulgantes, como confirmados. Son los tres sacramentos de la iniciación cristiana que a todos y cada uno de ellos se les brindó la posibilidad de recibirlos. Ahí estábamos todos: el obispo, los sacerdotes y diáconos, las religiosas, los fieles laicos. Toda la Iglesia con los brazos de par en par abiertos, para acoger en el tiempo oportuno a estos queridos hermanos que, tras un recorrido de preparación personalizada, se han incorporado a la comunidad que los acoge en sus parroquias, en sus movimientos eclesiales, en la Diócesis que los reconoce como verdaderos hermanos.

Como sucede en el seno de una familia, ellos son para nosotros un regalo. Muchos de ellos todavía jóvenes adultos, otros ya casados y con un porvenir ya trazado, otros incluso jubilados. Personas que en su sazón se han encontrado con Cristo y se han dejado llamar por Él para vivir sus vidas acompañados por el Señor, por María y nuestros amigos los santos, junto a quienes les hemos acogido con inmensa gratitud. Dios sea bendito porque la Iglesia sigue creciendo con el nacimiento a la fe de estos nuevos hermanos.

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

martes, 27 de octubre de 2020

CIUDADES DE HIELO

 


 Tienen frío…

Les han enseñado

a llenar sus vidas

y a cubrir sus almas

con cientos de cosas,

 pero… tienen frío.

 

Nadie les ofrece

una alternativa.

Nadie se preocupa

realmente por ellos.

Les venden formatos

 de vida feliz.

 

Les hacen promesas,

que nunca se cumplen.

Les hablan de rutas,

de sitios, de espacios,

de itinerarios,

para conseguir

su felicidad.

 

Y nada les sirve

porque en el camino

 han abandonado,

sin saberlo ellos,

 la única ruta:

la del corazón.

 Y por eso… tienen frío.

 

No te amamos, Padre,

si permanecemos

ausentes e impávidos

ante tanto frío.

 

No hemos comprendido

la muerte de Cristo

si nos limitamos

a compadecernos

 de tanto dolor.

El dolor que sufre

tanta y tanta gente

 que vive en ciudades

cubiertas de hielo.

 

Gente que daría

hoy toda su vida

 por salir de allí.

 

Son los convocados

por Cristo aquel día,

en aquel sermón

desde la montaña.

Son los abatidos,

porque no encuentran

nadie que les guíe.

 

Y en su soledad

y en su vejación

 levantan sus ojos

y nos interpelan:

 ¿dónde está tu Dios?

… porque tengo frío.

 

Y los que tenemos

las antorchas llenas,

llenas de tu Luz,

debemos correr,

correr a su encuentro.

 No descanses, Padre,

dinos dónde están,

todos esos hombres,

para así, poder

pasarles la antorcha

de tu Luz eterna,

de la única Vida

que viene de Ti.

 


Olga Alonso

 

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lunes, 26 de octubre de 2020

Una Historia (1ª parte)

 


A
unque no lo creáis también ellos son de Dios…

Se nos acercó un objeto no identificado de esos que andan por el cielo y se ven de vez en cuando. Sí, era plateado, redondo y con ventanitas a su alrededor.   

El reloj marcaba las 11:30 de la mañana en vuelo regular al Aaiún. Un cielo despejado con “sol y moscas” (argot de vuelo) y un Dios que aseguraba llegar sanos y salvos a tierra. Las oraciones surgen en cabina como el estupor y la impotencia ante las intenciones del “intruso”. Aquello era impredecible y los pilotos comerciales carecen de normas específicas a seguir en estos casos.

Aquél día, a 15 minutos del aterrizaje este “ovni” asedió al Fokker-27 por el lado izquierdo del ala -flota en la que estuve destinada como azafata de vuelo-. El avión y el “plato al revés” volaban a la misma altura y misma velocidad de crucero; demasiado claro y demasiado cerca, no era habitual…  

Dios veía cómo aquellos “tipos” imitaban todos los movimientos del avión. Si el Fokker subía o descendía “ellos” lo hacían; si giraban a izquierda o derecha  “ellos” también; si encendían luces, “ellos” las suyas de varios colores en todo su perímetro.

La tripulación atónita entró en pánico con el jueguecito de los intrusos, pero Dios siempre está cuando se Le aclama y “dijo al Comandante: Anda vuélvete que estos se me han colado y no es plan”. Y así fue que el Comandante con un ¡Dios mío!, no siguió adelante. Se comunicó al pasaje que por razones técnicas había que volver a la Base. Inmediatamente dio la vuelta y la “nave redonda” también giró acompañando al avión, pero a los pocos minutos se apartó, y en vertical desapareció en el inmenso azul del cielo.

El Todopoderoso sabe muy bien lo atrasados que estamos aún para encontrarnos con estos “adelantados” a nuestro tiempo,  que por cierto, cuando sucede, los sustos son de órdago…  

Yo me preguntaba si eran hijos de Dios… Y sí, lo eran. Él construyó todas las galaxias y toda inteligencia con unas leyes a su criterio que el hombre va descubriendo. Nosotros algún día volaremos en naves redondas o cuadradas sorteando la gravedad y Dios, Dios siempre será el mismo por mucha evolución que haya. Él es el Alfa y Omega de todo lo creado.

Emma Díez Lobo

domingo, 25 de octubre de 2020

Salmo 15 – “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”

 

 Vuelvo cada día del camino de la Vida con el corazón cansado y me pongo ante ti; de ti recibí hoy mi fuerza y sin ti, mi voluntad se alejó y te dio la espalda. Me trae ante ti tu promesa: “Se puso junto a mí, lo libraré” (Salmo 90) y arrodillada ante ti pongo mi propia impotencia, mi incapacidad de amarte, mi forma de abordar el mal desde el mal.

 Nos dicen tus Palabras, “No os resistáis al mal, antes bien, venced al mal a fuerza de bien” (Romanos 12:21) y no puedo sola, Señor, pesa demasiado el barro de mi ser que te olvida y se olvida de lo que ayer prometió. Miro tu cruz y a quienes te despreciaron y te veo caminar entre aquellas gentes que te provocaban. Miro tus ojos elevados al cielo y escucho tu silencio ante los que te injuriaban. Sólo puedo poner ante ti mi grito, “protégeme, Dios mío”, protégeme de mi misma y de la tozuda costumbre de mi corazón cuando no responde con amor ante la injuria. Lléname de ti para alcanzarte, para vivir.

 Rescata mi corazón de su naturaleza y hazlo parecido a ti por tu amor: “Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago." (Ezequiel 37,14)

 Olga Alonso

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sábado, 24 de octubre de 2020

Domingo XXX del T. O.

 

 SÓLO QUIEN ESCUCHA A DIOS LLEGA A AMARLE

 El Evangelio de hoy pone en nuestros oídos La Palabra por excelencia: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”.

 No hay duda que es un pasaje que nos estremece y seduce sin embargo son tantos nuestros desvaríos internos y externos que nos viene demasiado grande. La cuestión es que la firmeza y madurez de nuestro corazón para amar a Dios incondicionalmente depende de la calidad de nuestra escucha a su Palabra.

 Escuchar la Palabra para aprenderla o porque no queda más remedio, “porque hay que ir a Misa", no produce ningún enderezamiento en nuestros desvaríos y cualquier propósito de cambio de vida termina en el punto de partida de siempre. A estos quizás se les pueda decir lo que Jesús dijo a los fariseos, no para humillarlos sino para que abriesen sus oídos al Evangelio que rechazaban: “El que es de Dios, escucha las palabras de Dios, vosotros no las escucháis porque no sois de Dios” (Jn. 8, 47).

 P. Antonio Pavía.

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viernes, 23 de octubre de 2020

Los judíos “cercenan” las Profecías

 


Leen “a su manera” sin contradecir a sus antiguos escribas y sacerdotes, por cierto, lejos de Dios por ocultar la verdad a su pueblo descrita en los Textos Proféticos: Nacimiento, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios.

¿Perder el Poder religioso? A eso no estaban dispuestos y continuaron con su enrevesada interpretación de la Torá o el Talmud (tradición oral), “cercenando” Salmos y Profecías cumplidas en Cristo.       

Malaquías, Isaías, Daniel, Zacarías, Ezequiel, Miqueas… Todos hablan del Mesías tal y como sucedió, pero los judíos dicen que no, que no hay nada cumplido... ¡Madre mía!, me viene a la cabeza el llanto de Jesús en el “Dominus flevit” (en el Monte de los olivos) por su querido Jerusalén.   

Deberían Leer los Evangelios aunque fuera por curiosidad… Es triste oír a un judío que te diga que no sabe quién es Jesús. Hasta hoy su pertinaz incredulidad consentida, hasta hoy… Y les da completamente igual. Decía San Gregorio que “Un poquito de jerga es todo lo que se necesita para imponerse a la gente. Cuanto menos comprendan, más admiran” ¡Pobres!!!  

Me pregunto qué pensarán de los milagros en el catolicismo. Claro que sin reconocer a María Virgen, ni al Hijo de Dios, difícil enterarse de alguno.

¡Cuánta obcecación y menudo susto se están llevando cuando se encuentran con Jesús después de dejar este mundo!; y ¿cuándo se cumpla el Apocalípsis de Juan? Ufff… Se les acabó de cuajo el seguir “erre que erre” anclados en Moisés y últimos Profetas.

Recemos por ellos aunque ellos no recen por nosotros.

 Emma Diez Lobo

 


jueves, 22 de octubre de 2020

Si no le amas no le puedes conocer

 

      
“Nadie puede ser conocido sino cuando se le ama”, esto decía San Agustín pero yo no entiendo esta frase aplicada al mundo fuera de los conventos. Aquí, mientras más amas mas se te nubla la vista y llegas incluso a fabricar un personaje diferente del que es y  ¡claro! te llevas cada chasco…     

Lo que sí es verdad es que con amor, lo de menos es conocer. Tanto la humillación como el dolor o la injusticia, si amas, se soportan de otra manera. Jesús amaba a malos y buenos y aunque el hombre no pueda amar de igual manera, sí sabe que de él también depende la salvación de otros hombres y la de sí mismo. Tenemos reglas para ello, Jesús nos las dio, se llama PERDÓN y ORACIÓN.      

 Y… “Puente de plata” al malo como dice el Rosario: “Apártame de mis enemigos…” Es una gran frase que te libra de la responsabilidad de enviarle al Hades si te quedas demasiado cerca y te liquida. Seamos inteligentes y hagamos lo que nos dicen. Así que cuando te encuentres con un “bicho” aléjate y reza para que cambie.      

 ¿Difícil orar por ellos? Va contra la razón del hombre común pero es el acto de amor que te cierra la puerta a la venganza, al odio y la desesperanza.

Bernabé Apóstol, nos pedía “bien decir con todos” y es verdad, no olvidemos que el legado que Dios nos dejó fue ser sacerdotes al servicio de la salvación.

Emma Díez Lobo


martes, 20 de octubre de 2020

Levanto mi alma hacia Ti

 

 "Alegra el alma de tu siervo pues la levantó hacia ti" 

 Bienaventurado aquél que en un mundo en el que "donde las dan las toman" se deja levantar por el Señor sometiendo así toda rencilla y venganza que  alimentamos en nuestro corazón y que llegan a ser cadenas pesadísimas que nos arrastran al polvo. Por el contrario Jesús, Camino, Verdad y Vida nos atrae y conduce a la Fuente de la Vida que es el Padre.

 Es cierto que vivimos, siempre ha sido así, en una sociedad violenta. El ansia de tener, de dominar o burlarse del que no piensa como nosotros nos mueve a desencuentros que provocan malestares profundos y enemistades que no son en absoluto evangélicas por mucho que la Mentira que habita en ti pretenda justificarlas.

 ¿Y, cómo volar por encima de esta condición tan rastrera que a todos nos alcanza? ¡Con las alas del Evangelio! Sí, solo el Evangelio de Jesús engendra en el hombre esa Libertad, SÍ, con mayúscula, que nos permite decir con el salmista: "Tu paz rescata mi alma" (Sal. 55,19) El salmista profetizó la paz que solo Jesús nos puede dar (Jn 14,27)

 P. Antonio Pavía.

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lunes, 19 de octubre de 2020

Un finisterre sin confines pandémicos

 


Llega lejos su mirada por no tener jamás cerrados sus ojos. Son largos los brazos de un Dios que no es manirroto. Y su corazón se dilata hasta el infinito por ser así de inmensa su entraña dando cabida a nuestras intemperies, incertidumbres y enojos. Por eso es el Dios de la vida, no una energía sin rostro y sin pálpito detrás de la última galaxia. No hay llanto que no haga de él sus propias lágrimas. Ni gozo por el que no brinde con su vaso con la mejor de sus sonrisas. Así de cercano, así de nuestro, así de entrañable en su divina misericordia. Y quien se embelesó haciendo la belleza de las flores con sus colores y tamaños, el embrujo de un atardecer en cada época del año, la sencillez de los pequeños pájaros que nos regalan su vuelo y su trino cada mañana, se quiso ensimismar al hacernos parecidos a Él sólo a nosotros, al hombre y a la mujer, como su más acabada semejanza poniendo la diferencia radical con el resto de la creación hermana.

Podría parecer que se está describiendo una página bucólica que describe al Creador de todas las cosas. Pero habría una aparente contradicción cuando vemos por doquier tanto sufrimiento, soledad y desamparo, cuando descubrimos el miedo en los niños o los ancianos ante una realidad dura de mirar y difícil de vivir y sobrellevar. ¿Se ha distraído ese Dios encantador? ¿Está sobrecargado de tanto como hay que hacer y no da abasto? ¿Se ha marchado, tal vez, desencantado de nuestras derivas torpes y perversas?

Resulta que era una pregunta que Dios mismo se hacía a través del viejo profeta: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (Is 6, 8). No porque Él fuera incapaz de hacer algo nuevo y eficaz, o estuviera cansado por tanto fraude, o sufriera el desencanto del fracasado, sino porque quería contar con el propio hombre para salvar de su fatalidad destructiva al mismo hombre. El profeta dijo aquello, que tanto le honró: “heme aquí, envíame a mí”. Y será Jesús quien tomará aquella palabra cuando acabando su periplo en el tiempo que compartió nuestra aventura humana, no quiso volver al Padre sin antes confiar a sus discípulos la misión que en Él tuvo simplemente un comienzo: “Id al mundo entero y anunciad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15).

Esto han hecho los misioneros a través de los siglos de la historia cristiana, y lo hacen cada día: ir hasta los finisterres varios, a tantas periferias existenciales como dice el Papa Francisco, para anunciar a Jesucristo, comunicar su Evangelio y repartir su gracia. Cuando en este mes de octubre celebramos el Domingo mundial de las misiones (Domund), tenemos este momento de gratitud hacia todos los que dejaron familia, tierra y cultura, para decir al Señor: aquí estoy, envíame a mí. Y fueron enviados. Y allí siguen construyendo como cristianos el pequeño trozo de mundo en el que ellos edifican la Iglesia del Señor acogiendo a los pobres y anunciándoles la esperanza del Evangelio.

Este año, en el mensaje para el Domund, el Papa Francisco ha querido subrayar cómo la misión no es ajena a la pandemia que nos asola. Dice él: “comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. En este tiempo de pandemia, la pregunta que Dios hace: “¿a quién voy a enviar?”, se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: “¡aquí estoy, envíame!”. Por eso, nuestro afecto lleno de gratitud hacia los misioneros, nuestra oración sincera por cada uno de ellos y sus labores apostólicas, y nuestra ayuda económica como un gesto de comunión fraterna. Esto es lo que se nos pide también este año a los cristianos al celebrar el domingo del Domund. Seamos generosos en el agradecimiento, en las oraciones y en las limosnas.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

sábado, 17 de octubre de 2020

Domingo XXIX del T.O.

 

 ¿A QUIÉN PERTENECES?

 Unos judíos provocan a Jesús sobre si hay que pagar tributo a Roma o no. Si dice que sí, aprueba el dominio de Roma sobre Israel; si responde que no sería, ante los ojos de los romanos, un alborotador.

  Jesús pasa de la maldad de estos hombres y la aprovecha para darnos a todos una catequesis magistral. Toma una moneda y les pregunta: ¿De quién es esta imagen y está inscripción? Del César responden; les dice entonces: al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios.

 Al hilo de estas respuestas surge esta pregunta: ¿Y tú a quien perteneces? ¿Al príncipe de este mundo con su imagen de muerte?  (Jn, 14, 30-31). ¿O a Dios? cuya imagen es VIDA. Jesús, al hablar de imagen e inscripción, se refiere a una pertenencia a Dios, en la línea de su Catequesis sobre el Buen Pastor, que es Él en la que nos dice que llama a cada de sus ovejas por su nombre. (Jn. 10, 3) Nos llama por nuestro nombre diciéndonos: “He dado mi vida por ti yo, tu Buen Pastor, te llevaré a mi Padre que es también tu Padre”.

 Jesús nos dice hoy, día mundial de las Misiones, que hay millones de ovejas que están esperando que alguien les dé a conocer a su Buen Pastor, y como dice San Pablo: ¿Cómo lo van a conocer si nosotros no se lo anunciamos?

  P. Antonio Pavía.

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miércoles, 14 de octubre de 2020

Una historia de cine, de corazón entrañable

 


Siempre hubo una sospecha de algunos. Si era demasiado cercano, daba miedo. Si resultaba lejano, producía desdén y risa despectiva. Así, la inevitable relación con Dios, algunos la han vivido entre el desprecio burlón y el temor de la pobre melancolía. Pero cuando caen las tormentas más devastadoras y nos dejan a la intemperie los diluvios, cuando las pandemias nos asolan y las pestes nos diezman, entonces nos hacemos mil preguntas con muchas lágrimas censuradas y con pocas y fugaces sonrisas. Son las preguntas más nuestras, esas que nos definen desnudamente en nuestra más humilde pobreza, aunque sean preguntas que no nos atrevemos a formular a cualquiera.

¿Dónde está Dios, ese Dios de mis desprecios y mis melancolías? ¿Por qué no dice algo que pueda explicar lo que yo no sé resolver en medio de tanta cuita? ¿Por qué no aparece con potencia todopoderosa y con mando en plaza pone orden en el desconcierto de las violencias que se extienden con prisa, las corrupciones de toda ralea, las tragedias de toda guisa, el engaño, la calumnia y el cinismo que tantos utilizan como su arma política preferida?

Esta es la gran cuestión que la historia de la humanidad ha elevado al cielo siempre, mirando a la cima de nuestras altanerías o a la sima de nuestros abismos, donde los dioses parecían que pacían sin control, sin que nadie pudiera chistarles ni pedir ninguna cuenta. ¿Dónde está? ¿Por qué no habla? ¿Por qué no actúa? La Buena Noticia es que Él se ha quedado ronco de tanto dirigirnos la palabra. Y se le ha gastado la belleza de tanto mostrarla a nuestra mirada. El problema no está en su silencio, sino en nuestra sordera abatida. No está en su invisibilidad, sino en nuestra ceguera empecinada.

Sorprende que la palabra hebrea para hablar del corazón de Dios, de su entraña más dulce, sea la misma con la que se señala el seno de una mujer en trance de concebir la vida: rahamim, seno materno que expande sus lindes, vientre acogedor de la nueva criatura que como un don tan inmenso se nos regala. Dios tiene también esa entraña materna en la que nos engendra amorosamente, en donde nos protege y nutre hasta darnos a luz en pleno día cuando nacemos a la vida con el primer llanto con el que nos hacemos notar desde la covacha amable de una maternidad dulce y bella. Rahamim, entrañas del mismo Dios con el que se nos dice cómo tiene Él el corazón de sus adentros.

Con estas ideas de nuestra tradición cristiana, hace unos días estuve en la presentación de una película que se estrenaba simultáneamente en más de 60 ciudades españolas al mismo tiempo. Hacer una película sobre el corazón entrañable de Dios, no deja de ser una audacia, tal vez una osadía, pero en cualquier caso una buena noticia si nos permite asomarnos al rostro más amable de ese Dios que es Amor. La protagonista es una joven mujer polaca que fue tocada por ese rostro, en medio de la sórdida realidad social, política, económica y bélica de la mitad del siglo pasado en Europa. Y es así como se escribe la historia, cuando en medio de los renglones más torcidos de nuestros avatares torpes, Dios logra contar cosas maravillosas con la caligrafía más recta y hermosa. Una vez más se trata de la flor delicada que emerge en los surcos del cieno, o del llanto tierno de un infante que rompe el ruido de cualquier estruendo, para convocarnos a la curiosidad embelesada o a la ternura delicada.

De esto habló la película que pudimos ver. Porque este es el relato de la Divina Misericordia que Santa Faustina Kowalska entrevió y que San Juan Pablo II pudo señalar como algo que valía la pena al proceder a su canonización. Es la historia siempre viva y siempre inconclusa de un Dios vulnerable a mis preguntas, a mis carencias y pobrezas, a mi necesidad de ser amado y reconocido con mi nombre, mis heridas y todas mis esperanzas.

Faustina Kowalska nos permite entrever que el amor de Dios es de cine, y por eso valía la pena filmar una película que tiene como protagonista la Divina Misericordia.

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

martes, 13 de octubre de 2020

El que anda a oscuras y carece de claridad, confíe en el nombre de Yahvé, que se apoye en su Dios" (Is 50, 10b)

 


Dios nos invita por medio del profeta Isaías a confiar en su Nombre, es decir a apoyarnos en Él.

 La invitación es bellísima y la acogemos a la luz del Espíritu Santo pues sino corremos el riesgo de invocar el nombre del Señor en la adversidad.  Solo con la boca y no con el corazón (Mt.15, 8) Invocar el nombre del Señor implica que está con nosotros en toda prueba ayudándonos pues su honor, el honor de su nombre está en juego (Sal.23, 3) es por eso que nunca te dejará solo ante el mal que te acosa. En definitiva el compromiso de Dios con aquel que pone en Él su confianza es infalible.

 Ahora hemos de ver si nosotros somos honestos cuando invocamos el nombre del Señor, es decir cuando nos ponemos bajo su protección. Por ejemplo si una persona te hace mal, sea el daño que sea, tienes dos opciones: tomarte la justicia por tu mano o confiar en que El Señor, por el honor de su Nombre, te haga justicia. Si dejas que sea Dios quien te haga justicia un día podrás testificar como el Salmista lo que Dios ha hecho por ti  (Sal. 66, 16)

 P. Antonio Pavía.

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sábado, 10 de octubre de 2020

Domingo 28 T.O.

 


 Muy real y actual está parábola de Jesús. Nos centramos en la primera parte. Un rey celebra la boda de su hijo y cursa la invitación a sus más allegados. Para su sorpresa, estos la rechazan aduciendo las más variadas excusas. En realidad la verdadera razón por la que estos, aparentemente allegados, declinan la invitación es que "sus cosas" son más importantes que "las cosas del rey", aunque esta vez se trate de la boda de su hijo.

 Esta parábola revestida con el típico estilo literario oriental nos alcanza de lleno. Nuestra adhesión al Hijo de Dios no es cuestión de palabras y más palabras por muy rimbombantes que sean. Tu adhesión a Jesús se mide según la prioridad que das en tu corazón a las cosas de Dios frente a las tuyas.

 Las cosas de Dios tienen un nombre: El Santo Evangelio. En fondo del Manantial de aguas vivas, que es el Evangelio de Jesús, se encuentran "sus cosas" que son perlas preciosas como la que encontró aquel buscador del que nos habla Jesús (Mt. 13, 45-46). Perlas que sólo son perceptibles para quienes buscan a Dios con todo su corazón. A estas personas, Jesús les llama: “Pobres de espíritu”, pequeños ante los demás pero inmensamente grandes a sus ojos.

 Una última cosa... en el lenguaje del Evangelio, pequeño es sinónimo de discípulo... de Jesús.

 P. Antonio Pavía.

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viernes, 9 de octubre de 2020

La misión en el corazón de la Iglesia

 


 Con motivo del DOMUND 2020

Queridos hermanos y hermanas en el Señor: El profeta Isaías, en el Antiguo Testamento, nos cuenta su vocación. El Señor Dios le interpela: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por mí?”, a lo que él contesta: “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8).

Esta experiencia que conocemos de labios del profeta se convierte en una imagen, en un ejemplo de toda llamada, incluso de la vocación de la Iglesia. Me permito entresacar de este texto algunos elementos para nuestra consideración:


Isaías nos pone en el escenario de su historia, personal y social. La llamada de Dios siempre se da en un momento y en unas circunstancias históricas. Dios llama en nuestra existencia personal, no llama al ideal de persona sino a esta persona concreta. El llamado, como le ocurre al profeta, siente la confusión y la indignidad ante la llamada de Dios. Hay una desproporción inmensa entre la llamada y la repuesta, solo se puede responder desde la conciencia de la propia debilidad, pero sostenido en la confianza de la gracia.

Por último, la llamada siempre es una interpelación. Dios nos saca de nuestra zona de confort para llevarnos a la aventura de la existencia humana tocada por la voluntad de Dios de salvar a todos los hombres.

Al celebrar un año más la jornada de las misiones, el DOMUND, es bueno hacer memoria que la misión forma parte de la vida cristiana y está en el corazón de la Iglesia. La Iglesia existe para la misión. La Iglesia es misionera en su esencia, por eso las palabras del profeta Isaías que sirven como lema este año para el DOMUND, nos invitan a abrirnos, a la disponibilidad. Ante la llamada de Dios solo podemos responder con generosidad, cada uno desde su situación, lugar o posibilidad. Se comienza siendo misionero en el corazón, después cada uno lo vive como Dios le pide. Por esto, cada día podemos preguntarnos para que no se apague en nosotros la llama misionera: ¿qué me pide Dios?

El lema escogido por el Papa Francisco para el DOMUND de este año recoge las palabras de la profecía de Isaías que hemos citado ya: “Aquí estoy, envíame”. Es la confirmación inspirada en la Palabra de Dios de la visión de una Iglesia en salida, porque la Iglesia solo puede ser misionera, o no tendría razón de ser. El mismo Francisco en su mensaje para esta Jornada misionera nos explica el sentido de ese espíritu misionero de salida que quiere llegar a todos: “La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEV- San Pablo, 2019, 16-17). Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama.

Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios”. Este año celebramos el DOMUND en medio de la situación que ha creado la pandemia del Covid-19. Un tiempo difícil pero que podemos hacerlo también oportunidad de conversión y crecimiento, haciendo de la dificultad, posibilidad. Es buen momento para la creatividad y la imaginación, siempre vivido en oración y en generosidad. Es buen momento para salir de nosotros mismos y buscar a Dios que está en el hermano, especialmente en el más pobre y necesitado, momento para ensanchar el corazón que nos haga, con la gracia de Dios, pasar del temor a la generosidad que nos haga recobrar la alegría y la esperanza del Evangelio. Es el modo de ser misioneros en nuestro ambiente y ayudar a los demás.

Las misiones y los misioneros siguen necesitando de nuestra oración, afecto y ayuda material. Ellos viven permanentemente en la situación de crisis que vivimos nosotros ahora. Ojalá que no caigamos en la tentación que denuncia el Papa en su última Encíclica, Fratelli tutti, “Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente” (n. 65).

Quiero reiterar mi agradecimiento a todos los misioneros que entregan su vida por el Evangelio en cualquier lugar del mundo, al tiempo que los encomendamos a la intercesión de la Virgen María, Estrella de la Evangelización. Con mi afecto y bendición.

+ Ginés García Beltrán,

Obispo de Getafe