lunes, 5 de octubre de 2020

Agradecida memoria de oro: Burundi

 

Es pequeña la tarta para tanta vela de agradecimiento. Cincuenta años, dicen los antiguos, representan la “mitad de la vida”. Y lo celebramos como se debe, porque cincuenta años no es una cifra cualquiera. Es lo que un puñado de asturianos, en su mayoría sacerdotes, han querido rememorar en estos días con unas páginas todas ellas traspasadas por la gratitud de lo mucho que ellos recibieron mientras iban a dar. Es la ley que siempre acompaña él toma y daca cristiano.

El escenario fue Burundi, donde tuvo comienzo en los últimos tiempos, la entrega misionera de nuestros curas asturianos. Luego vendrá Benín, que es la que yo he conocido ya como arzobispo de Oviedo. Y entre medio, también aparecerán Guatemala y Ecuador. En cualquier caso, se trata de una página de misión cristiana, como tuvo comienzo precisamente el envío misionero de aquellos primeros discípulos tras la Ascensión de Jesús a los cielos. Toda la historia cristiana e incluso la que preparó la llegada del Mesías esperado, tiene la impronta viajera de quien te invita a asomarte a otros horizontes y otras tierras. Se le dijo aquel hombre de Dios que Él se escogió para formar de él un pueblo: “sal de tu tierra y vete a la que yo te mostraré” (Gén 12, 1). Abraham contaría cada noche las estrellas, sabiendo que más serían los hijos que nacerían de su fidelidad. Y algo parecido les dijo Jesús a sus discípulos en el trance de su despedida: “Id al mundo entero y predicad la buena noticia a toda la creación” (Mc 16, 15). Así ha sido la historia cristiana en sus dos mil años de andadura.

Salir de tu tierra, de tu lengua, de tu ámbito familiar y amistoso, para aventurarte a lo que Otro te indicará sin más certeza que la de fiarte confiado en su divina Providencia que jamás defrauda. Salir de la tierra en esta historia salvadora que la Biblia relata, es dejarse llevar continuamente por Dios, fiarse de Él, y no adueñarse de cuanto cómodamente podríamos controlar con todos nuestros filtros y seguridades. Es aceptar que la trama de mi vida, los hilos de mi biografía, no son objeto de mi voraz apropiación. Todo un misterio que me empuja al éxtasis que me anima, al éxodo que me saca, a la certeza de que mi vida sólo descansa en Dios. Sólo quien se deja llevar, quien se deja salir, puede recorrer los caminos trazados por Dios en los que nos irá desvelado y revelando su propio misterio abriendo para mi bien su Corazón, a fin de que el mío aprenda a latir su pálpito divino.

Es una alegría poder recabar el testimonio, hecho de recuerdos y vivencias, que nuestros misioneros fueron escribiendo cada día en el libro de la vida, que ahora reseñan en esas páginas de un libro que recogen sus vivencias africanas cuando se cumplen los cincuenta años de la llegada a Burundi de la primera misión asturiana. Esas páginas son un diario viajero, el de unos peregrinos convencidos que han renunciado a ser turistas de afición. Y una vez que has dado el paso y has hecho el equipaje ligero, entonces descubres cómo el Señor no juega con tu felicidad… si tú no banalizas su fidelidad.

Es aquí donde entra el guiño de Dios que se agazapa para poder sorprendernos si nosotros nos dejamos sorprender por su infinita creatividad que es indomable ante el secuestro que con chantaje nos infligen el cansancio ahíto de aburrimiento y la rutina llena de monotonía. Pero el Señor se sacude esas lacras y vuelve a intentar cada día captar la atención del corazón en una aventura siempre despierta y atrevida. Si supiéramos dejarnos provocar por la constancia tenaz de un Dios persuasivo y respetuoso, veríamos el horizonte de nuestro andar cotidiano sorprenderse hasta hacernos exclamar con el estupor que su paso por nuestro mundo hace ya dos mil años, provocaba en todas las buenas gentes.

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

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