De nuevo fue un regalo para todos. En su inmensa mayoría eran jóvenes adultos, aunque también hubo personas maduras que despertaron nuestra admiración más agradecida por su audacia y libertad. Se trataba de gente que no fue bautizada al poco de nacer, o que bautizada apenas tuvieron luego un seguimiento que permitiese crecer en su fe. Así, a la vuelta de unos años, se han encontrado con Cristo para decir un “sí” a quien entienden que tiene que ver con todas las circunstancias de su vida. No es un apéndice para unos momentos, sino Alguien que se acerca y da un significado a tantos factores que a diario acontecen: los amores, los temores, los sueños, los dolores, las certezas, las dudas; aquello que nos desbarata y lo que nos afianza; cuanto nos llena de alegría serena y lo que siembra de incertidumbre nuestra mirada; las gozosas acogidas que nos brindan y las incomprensiones más temidas que nunca faltan. Toda la vida, con todos sus pliegues, con los distintos registros que nos describen e identifican, ahí se inscribe ese gesto de querer vivir cada cosa llena de belleza o de dureza, con el Señor que nos ama.
Fue
realmente una alegría ver a más de sesenta personas que pedían el bautismo como
adultos con toda la conciencia, o la primera comunión que luego realizaron con
la Eucaristía que recibieron por primera vez, o la confirmación de su fe con el
sacramento del Espíritu Santo que todos ellos realizaron después. Son los
cristianos de esta nueva etapa de nuestra más reciente historia, los que por
diferentes motivos no fueron bautizados, o no recibieron luego la Eucaristía, o
tenían pendiente la confirmación. Desde hace un tiempo en nuestra Diócesis de
Oviedo, venimos preparando a estas personas con una catequesis adecuada a su
circunstancia y edad. No son niños, no son adolescentes, sino que ellos
necesitan un acompañamiento distinto. En este sentido era hermoso ver nuestra
Catedral llena de toda esta buena gente, que venía con sus padrinos o madrinas,
con sus catequistas, con los sacerdotes que en cada arciprestazgo cuidan esta
novedosa preparación de la iniciación cristiana. Lo llamamos el “Catecumenado
de adultos”. Es decir, una catequesis adecuada y adaptada a la realidad de
personas que, no siendo ya chavales, siguen siendo jóvenes de diferente edad en
su adultez o madurez de sus vidas.
El Señor
Jesús los conocía a todos y eran por Él todos ellos esperados. Era importante
este punto: no han llegado tarde, ninguno de ellos se ha retrasado. Han venido
cuando ha correspondido por los mil avatares de la vida, sin que la divina
Providencia haya tenido una extraña prisa por su llegada. Con sus nombres
conocidos, con la edad de sus años, han llamado a la puerta de la comunidad
cristiana para ser admitidos como bautizados, como comulgantes, como
confirmados. Son los tres sacramentos de la iniciación cristiana que a todos y
cada uno de ellos se les brindó la posibilidad de recibirlos. Ahí estábamos
todos: el obispo, los sacerdotes y diáconos, las religiosas, los fieles laicos.
Toda la Iglesia con los brazos de par en par abiertos, para acoger en el tiempo
oportuno a estos queridos hermanos que, tras un recorrido de preparación
personalizada, se han incorporado a la comunidad que los acoge en sus
parroquias, en sus movimientos eclesiales, en la Diócesis que los reconoce como
verdaderos hermanos.
Como
sucede en el seno de una familia, ellos son para nosotros un regalo. Muchos de
ellos todavía jóvenes adultos, otros ya casados y con un porvenir ya trazado,
otros incluso jubilados. Personas que en su sazón se han encontrado con Cristo
y se han dejado llamar por Él para vivir sus vidas acompañados por el Señor,
por María y nuestros amigos los santos, junto a quienes les hemos acogido con
inmensa gratitud. Dios sea bendito porque la Iglesia sigue creciendo con el
nacimiento a la fe de estos nuevos hermanos.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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