El día 19 de febrero se cumple un año de mi ordenación
episcopal en la catedral de Coria. Al día siguiente, el 20 de febrero, fue la
primera misa en la concatedral de Cáceres. Me gustaría celebrarlo en esos
mismos días y lugares, con todos vosotros para renovar la gracia del sacramento
recibido. El 19 de febrero en Coria a las 12 horas en la catedral y el 20 en
Cáceres, a las 18:30 horas en el Seminario Diocesano. Este año ha pasado
rápidamente y con mucha intensidad. Echando la vista atrás, me salen del
corazón tres palabras que quisiera compartir con todos: gracias, juntos y
adelante.
Gracias a Dios por darme una familia tan grande a la
que me unen profundamente los lazos de la fe. Me siento afortunado por formar
parte de esta diócesis, por tener ya en esta vida 100 veces más padres, madres,
hermanos… La acogida que he experimentado así me lo ha hecho sentir. Soy
plenamente consciente de que no me reciben a mí sino al Señor que ha querido
vincularse al ministerio apostólico con palabras recias: “El que os recibe a
vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado” (Mt
10, 40). Y pido cada día que sepa hacerle presente a Él, que mis pecados no
desfiguren su santidad, que no sea obstáculo para su gracia.
Desde este servicio que el Señor me ha encomendado
percibo que es importantísimo que haya comunidades vivas, que la fe genere
lazos fuertes entre nosotros. La fe no puede vivirse aisladamente, cada uno por
su cuenta. Quizás en una época de cristiandad donde todos éramos católicos, la
comunidad eclesial quedaba más diluida en la sociedad. Pero hoy la prueba de la
fe verdadera es la comunión, el sentido de pertenencia, el compromiso, la
conciencia de que formamos una familia, la presencia pública… Si no afecta a
nuestra vida, decirnos cristianos no pasa de ser una etiqueta o un barniz.
Estamos llamados a asumir responsabilidades al servicio de los demás en la
Iglesia y en el mundo.
La gran herejía de nuestros días no es tanto el
ateísmo, la negación de Dios, sino la indiferencia, y no solo por parte de los
se declaran no-creyentes, sino también de los mismos creyentes: una
indiferencia práctica que nos iguala a todos en un vivir como si Dios no
existiera, prescindiendo de él incluso en conversaciones. Pero con Dios caen
también los grandes ideales, las apuestas de máximos en la vida, los
compromisos radicales… Con Dios cae la trascendencia del mundo y el alma del
hombre. Y realmente es una pobreza para la humanidad. Dios es nuestra mejor
apuesta, nuestra mayor aspiración.
Durante los años anteriores nos hemos acostumbrado
quizás demasiado a la ausencia o a la teleasistencia, que aumenta la distancia
y el distanciamiento entre nosotros. No hace falta salir de casa para nada:
todo lo podemos hacer desde casa sentados en un sillón desde hacer la compra
hasta asistir a misa. Vemos la misa como una película, una serie o un
espectáculo. La primera participación, la expresión básica de compromiso
cristiano empieza por estar, por asistir, por sentarse junto a los demás, dar
la mano, sonreír… Estar presente, es decir: “Aquí estoy, cuenta conmigo”, “me interesa”
… En este momento es muy importante la acogida en nuestras parroquias y en las
plataformas diocesanas: las puertas abiertas y el corazón más, “ensanchar la
tienda” para recibir, e incluso salir a buscar, a los hermanos.
De 2021 2024 el Papa nos ha invitado a participar en
el Sínodo universal. En Coria-Cáceres salimos con ventaja: el XIV Sínodo
diocesano celebrado entre 2014 y 2017 fue realmente una experiencia de caminar
juntos para anunciar el evangelio y construir el proyecto humanizador del
Reino. Los documentos del Sínodo, para mí, son un auténtico vademécum al que
recurro con frecuencia. Aportan criterios y líneas de acción aprobadas por
todos y que cuenta con compromiso de todos. El Papa insiste en que “camino”,
“sínodo” significa proceso, que no un acontecimiento puntual, sino también es
necesario aplicarlo. Y nosotros nos encontramos en esta fase. Estamos en estado
de sínodo permanente.
El Seminario también ha sido una apuesta importante
para seguir adelante juntos. Es un signo de esperanza para toda la Iglesia
diocesana. Tengo el convencimiento que Jesús sigue llamando a muchos a servirle
en los hermanos también en nuestra diócesis. No me gustaría que nadie pudiera
decir que no es sacerdote porque nadie le invitó, porque no le llegó la llamada
de Jesús. Cuando cada uno la escuche, encontrará su vocación específica y su
puesto dentro de una Iglesia ministerial. Para ello la formación es necesaria,
no solo para los sacerdotes sino para todos los que asumen responsabilidades en
la Iglesia.
La diócesis es como un cuerpo con diferentes miembros,
en el que todos son necesarios. Por eso, además del Seminario estoy muy
contento de que en este año se hayan ido poniendo poco a poco en marcha los
organismos diocesanos: los consejos, las oficinas, las delegaciones… Ya hemos
podido hacer la primera programación del año con la colaboración de sacerdotes,
religiosos y laicos.
Cuánto agradezco la oración en las eucaristías, en las
comunidades religiosas, especialmente contemplativas… Soy consciente de que no
podría realizar este ministerio sin la gracia de Dios y la ayuda de los
hermanos. Todavía sigo aprendiendo: siempre seré discípulo misionero y
cristiano antes que obispo. Mi destino, mi santidad, mi salvación está unida a
esta porción del Pueblo de Dios.
¡A todos, gracias! y ¡juntos, adelante! Con mi
bendición,
+ Jesús Pulido Arriero
Obispo de Coria-Cáceres