No hay experiencia más bella y
determinante que la de un alma estremecida ante la Presencia Amorosa de Dios.
Si, como leemos en el Salmo (114,7),
la misma tierra se estremece ante la Presencia de Dios, ¿cómo podríamos
describir el temblor amoroso de un alma ante Dios cuando “partiéndole su Palabra
"le revela confidencialmente su Misterio? (Lc 10,21-24).
Entendemos esto mejor a la luz de un texto
profético. Adelantamos que Israel se está planteando la construcción del Templo
de Jerusalén. Dios, sin excluir esta construcción, nos da a entender que su
deseo más vivo es habitar en aquellos que se estremecen ante su Palabra, porque
sus almas perciben en Ella su Presencia convertidora.
Es cierto que, a partir de la
Encarnación de Jesús, su Presencia por antonomasia se da en la Eucaristía, pero
la percibe con mucho más realismo, quien ya la ha percibido en sus Palabras
porque son Vida y Espíritu (Jn 6,63).
Leemos ahora el
texto de Isaías: "Dice Dios... "¿En quién voy a posarme?, en el
humilde y abatido que se estremece ante mis palabras? (Is 66,1-2). Profecía
bellísima que vemos cumplida primeramente en María, y que es el sello de nuestra
pertenencia a Jesús, nuestro Buen Pastor, como discípulos suyos. Recordemos la
primera reacción de María ante el Anuncio del Ángel. Nos dice Lucas que "
se estremeció", como leemos en el texto original. (Lc 1,28-29).
Seguimos el miércoles.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com)