Vimos que María vivió el estremecimiento del alma ante
la Palabra de Dios. No se inmutó ante la aparición del Ángel, porque no era
sino el mensajero de la Palabra que Dios le transmitía. Palabra que provocó el
temblor amoroso de su alma, que es lo que agrada a Dios como vimos en el texto
del lunes (Is 66, 2). María con el alma estremecida, fue al encuentro de su
prima Isabel, y fue tal el estremecimiento que vivieron juntas que, hasta Juan
Bautista, en las entrañas de su madre, saltó de alegría (Lc 1,41). Desde lo que
podríamos llamar una Teofanía en su alma, María dio rienda suelta a la Belleza
y Magnificencia de su Fiesta interior con palabras, no humanas sino
celestes, dado que manaban del Manantial de Vida de su seno: ¡Proclama mi alma
la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador ...! (Lc 1,46-47...).
María es Bienaventurada porque vivió el temblor del
alma ante Dios- Palabra, que después se hizo carne en ella. Bienaventurados
también los discípulos de Jesús porque al guardar su Evangelio amorosamente en
sus entrañas, sienten tan inusitado temblor, que pueden decir cómo San Pablo: ¡Jesús
vive en mí! (Gal 2,19- 20).
P. Antonio Pavía
comunidadmariadreapostoles com
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