Cuando Israel conquistó, con la Fuerza de Dios, la
Tierra Prometida, Josué les apremió a que escogieran a quien querían servir: A
los dioses de los pueblos vecinos, o a Yahvé que les había dado la victoria.
Los israelitas respondieron: "Lejos de nosotros
abandonar a Yahvé para servir a otros dioses" (Jos 24,16). Se formalizó
entonces el Pacto de Siquem, por el que Israel proclamó su fidelidad a Dios por
tanto bien que les había hecho, abriéndoles el paso en la conquista de Canaán.
El caso es que los israelitas fueron infieles al pacto
y Dios permitió que los asirios los venciesen y llevasen cautivos a Babilonia.
Los asirios, viendo que Israel era un pueblo privilegiado con el que podían
progresar económica, científica y culturalmente les ofrecieron otro pacto: Ser
considerados como ciudadanos asirios con todos sus derechos, con una condición:
Apostatar de Yahvé y servir a sus dioses.
Sólo un diez por ciento de los israelitas,
permanecieron fieles a Yahvé. El restante noventa por cien se despojaron de la
protección de Yahvé, al considerar más ventajoso ponerse bajo la protección de
dioses inanimados. De nada sirvió todo lo que Yahvé había hecho por ellos. Los
que permanecieron fieles a Dios, repito solo un diez por ciento, se les llamó,
los Anawin. Estos escogieron vivir bajo la tutela y protección de Dios. Estos
Anawines son una profecía resplandeciente de aquellos a quienes Jesús llamó:
" Pobres de espíritu" (Mt 5,3). Son los pobres de Dios, porque
guardan el Evangelio en sus corazones.
Lo veremos el miércoles.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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