El
amor cuida la vida
«Dios es amor y quien
permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4, 16).
Es la Buena Noticia que
la Iglesia ha recibido como un tesoro magnífico y que ha de proclamar a tiempo
y a destiempo. En cuanto anuncio, despierta la esperanza de las personas que
sienten el amor y la llamada a amar como algo suyo.
Frente a una idea de un
Dios lejano que nos ha dejado solos y al que no interesan las cuestiones
humanas, se nos presenta una verdad muy diferente de la cercanía de Dios en
todas nuestras cosas, incluso las más cotidianas. San Juan sabe que lo que
verdaderamente mata el amor es la indiferencia y revela entonces que ese deseo
profundo de amor que hay en el corazón humano tiene una fuente que muchas veces
desconoce la persona y que se le puede manifestar.
Los cristianos estamos
llamados a manifestar ese amor. Es el mismo san Juan el que declara en primera
persona: «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en
él» (1 Jn 4, 16). La Iglesia, al recibir esta misión, es bien consciente de que
«el amor se debe poner más en las obras que en las palabras»1 . Que 1 San
Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales [230]. Jornada por la Vida 2019 4
repetir palabras de amor sin que de verdad cambie algo en la vida es un modo de
falsearlas.
Dios ha hecho suyo, por
amor, todo lo que el ser humano vive, y desea comunicarle lo más grande: «he
venido para que tengan vida y una vida abundante» (Jn 10, 10). Cristo, al
resumir así su propia misión, no ignora el dolor y el abandono de muchas
personas. Más bien es esta debilidad humana la que le impulsa a manifestar su
amor. Conocer esta verdad del corazón de Cristo nos obliga a reconocer que: «La
misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia (…). La
credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y
compasivo» .
Unidos
en un único amor
Creer en el amor que
Cristo nos tiene y al que nos llama implica una «lógica nueva» que
necesariamente hemos de asumir y enseñar. Es verdad. Como dice el papa Francisco:
«El amor mismo es un conocimiento, lleva consigo una lógica nueva. Se trata de
un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en conocimiento
compartido, visión en la visión de otro, o visión común de todas las cosas».
.
Se trata de hacer nuestro
un amor incondicional, anterior a las circunstancias concretas y a los estados
de ánimo por los que podemos pasar. Esta condición rescata al amor humano de
ser solo una “chispa” incapaz de servir plenamente a la vida4 . El amor de Dios
Padre al hombre es una «roca firme» (cf. Mt 7, 24-27) ante los ríos que chocan
contra la casa y tienden a hacer líquidos el amor y la 2 Francisco, bula
Misericordiae Vultus, n. 10. 3 Francisco, carta encíclica Lumen fidei, n. 27. 4
Benedicto XVI, carta encíclica Deus caritas est, n. 17: «Los sentimientos van y
vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del
amor». Nota de los obispos 5 sociedad. Es un amor que permanece. De otro modo,
se «cede a la cultura de lo provisorio, que impide un proceso constante de
crecimiento».
La universalidad de la experiencia del amor
requiere un aprendizaje. En esto observamos grandes carencias en nuestra
cultura actual que inunda a las personas de reclamos emotivos, pero no las
acompaña en ese camino de crecimiento en el amor verdadero. El papa Francisco
llama la atención acerca del pernicioso emotivismo ambiental que puede
disfrazar el egoísmo en la pretendida sinceridad de las emociones. Es verdad:
«creer que somos buenos solo porque “sentimos cosas” es un tremendo engaño».
Amantes
de la vida
Solo es posible ver en
verdad la vida humana desde la luz de ese amor primero de Dios, donde encuentra
su verdadero origen. Esto es lo que hace proclamar a la Iglesia con fuerza: «la
vida es siempre un bien»7 . Ha nacido de ese amor primero y por eso pide ser
acogida y reconocida como digna de ser amada. No hay vidas humanas desechables
o indignas que puedan ser por eso mismo eliminadas sin más. Dios es el garante
de su vida: «Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que
sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial»
(Mt 18, 10). Reconocer la dignidad de una vida es empeñarse en conducirla a su
plenitud que está en vivir una alianza de amor.
Hemos de esmerarnos especialmente
con «los pequeños», es decir, los más necesitados por tener una vida más
vulnerable, débil o marginada. Aquellos que están por nacer y necesitan todo de
la 5 Francisco, exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, n. 124. 6
Francisco, Amoris laetitia, n. 145. 7 San Juan Pablo II, carta encíclica
Evangelium vitae, n. 34. Jornada por la Vida 2019 6 madre gestante, aquellos
que nacen en situaciones de máxima debilidad, ya sea por enfermedad o por
abandono, aquellos que tienen condiciones de vida indignas y miserables,
aquellos aquejados de amarga soledad, que es una auténtica enfermedad de
nuestra sociedad, los ancianos a los que se les desprecia como inútiles, a los
enfermos desahuciados o en estado de demencia o inconsciencia, a los que experimentan
un dolor que parece insufrible, a los angustiados y sin futuro aparente. La
Iglesia está llamada a acompañarlos en su situación para que llegue hasta ellos
el cuidado debido que brota de la llamada a amar de Cristo: «haz tú lo mismo»
(Lc 10, 37).
La Iglesia, consciente de ello, se empeña con
las personas de buena voluntad en la construcción de una sociedad del cuidado
de la vida en todas sus manifestaciones, cuidado que nace de la conciencia de
la verdadera responsabilidad ante el otro. «Esta capacidad de servicio a la
vida y a la dignidad de la persona enferma, aunque sea anciana, mide el
verdadero progreso de la medicina y de toda la sociedad»8 . Esto significa de
verdad amar la vida, anunciar que es un bien, celebrar su acogida y crecimiento
y, mediante el testimonio, saber denunciar lo que la desprotege, la aísla, la
abandona o la considera sin valor. Sí, hemos de romper con una «cultura del
descarte» tan perniciosa para la vida de los hombres .
Ante
las amenazas y los peligros contra la vida
No es sencillo recibir el
don de la vida y acompañarlo. Ese amor completo a la vida supone sacrificio y
pasa por la prueba del dolor. La compasión que sabe participar del dolor ajeno
es en verdad una muestra de humanidad. Somos capaces de vivir una especial 8
Francisco, Discurso a la Plenaria de la Pontificia Academia de la Vida
(15.III.2015): AAS 107 (2015), 275. 9 Cf. Francisco, exhortación apostólica
Evangelii gaudium, n. 53. Nota de los obispos solidaridad en medio del
sufrimiento. Por ello, sufrir no es simplemente un absurdo que debe ser
eliminado, sino que, entre otras dimensiones, es una llamada a una respuesta de
amor que puede encontrar un sentido más grande. La respuesta del amor frente al
sufrimiento es un gran bien porque la misericordia no es solo compadecer, sino
que tiende a establecer una alianza con el otro. De otro modo, sería una
falsa compasión que puede poner en juego la dignidad humana.
El cristiano sabe que
Cristo ha asumido el sufrimiento humano. No lo ha eliminado, ni lo ha explicado,
sino que lo ha hecho suyo, y lo ha iluminado con su amor. Es la única respuesta
total a la gran pregunta: «¿cuál es el sentido del dolor, del mal, de la
muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía?»12. La gran
manifestación del amor del Padre es que ha entregado a su Hijo en la Cruz (cf.
Jn 3, 16), por lo que podemos decir con san Pablo: «me ha amado y se ha
entregado por mí» (Gál 2, 20). Si como dice el Apóstol de los gentiles «nuestro
vivir es Cristo» (cf. Gál 2, 20), lo hemos de manifestar en el cuidado de los
hermanos.
El Evangelio de la vida
debe iluminar el sentido de vivir desde el amor. Esto es, reconocer los bienes
relacionales, espirituales y religiosos de nuestro existir. Aparece la
necesidad de no dejar solo al enfermo, de establecer una relación íntegra con
él. Esto incluye el deber de curar esa enfermedad tan grande de nuestra
sociedad que es la de la soledad y el abandono. Es cierto: «El deseo que brota
del corazón del hombre ante el supremo 10 Cf. Francisco, Amoris laetitia, n.
64. 11 Cf. Francisco, Discurso a una representación de médicos españoles y
latinoamericanos (9.VI.2016): AAS 108 (2016), 727-728. 12 Concilio Ecuménico
Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes, n. 10. 13 Cf. Francisco,
Discurso al Congreso de la Asociación de Médicos Católicos Italianos en el 70.º
aniversario de su fundación (15.XI.2014): AAS 106 (2014), 976. Jornada por la
Vida 2019 8 encuentro con el sufrimiento y la muerte, especialmente cuando
siente la tentación de caer en la desesperación y casi de abatirse en ella, es
sobre todo aspiración de compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba»14.
Es lo que permite humanizar la sociedad para que se descubra en esa relación
fraterna la presencia de Dios que da sentido a ese dolor.
Una tarea con sabor profético: «un niño nos ha
nacido, un hijo se nos ha dado».
Somos testigos verdaderos
de ese Dios amante de la vida, precisamente porque somos capaces de transmitir
una esperanza. Es lo que los profetas a lo largo de los siglos realizan como
expresión de un Dios que se hace presente en cada momento de la historia,
llamando la atención de esos signos que dan vida.
La esperanza siempre está
puesta en un ser humano que nace, en una vida que se desarrolla. La luz que
recibe el pueblo es que «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,
5). En una vida que acogemos y que vemos crecer es donde el hombre puede
esperar algo nuevo, capaz de cambiar este mundo, porque nace de un amor primero
y generoso de Dios y está llamada a desarrollarse amando.
Creer en ese amor saca del ser humano lo mejor
de sí mismo y le permite superar los obstáculos. Así es posible que se genere
la esperanza por algo nuevo que está brotando y que pide la atención de todos
(cf. Is 43, 18). Es el testimonio dirigido a los hombres y mujeres de buena
voluntad que pueden responder a este signo y que nos hace constructores de una
civilización del amor15, capaz de superar 14 San Juan Pablo II, Evangelium
vitae, n. 67. 15 Cf. san Pablo VI, Homilía en la misa de clausura del año Santo
(25.XII.1975), AAS 68 (1976) 145. La hace suya Francisco en la carta encíclica
Laudato si’, n. 321. Nota de los obispos 9 las amenazas de muerte: «En una
civilización en la que no hay sitio para los ancianos o se los descarta porque
crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte»16. Quienes
formamos parte de esta sociedad, sus gobernantes, sus responsables y de modo
particular quienes trabajan en el ámbito del cuidado y de la salud estamos
llamados a responder con verdad a esta necesidad urgente de construir una
sociedad basada en la confianza mutua y el acompañamiento en el servicio a la
vida que llega también a los más necesitados y los alienta en su camino.
Una
tarea común por parte de la Iglesia, con la alegría de vivir
El amor a la vida en todas
sus manifestaciones es la respuesta primera al don que todos hemos recibido en
nuestra existencia y que nos une por eso en un mismo camino donde Cristo es el
dador de vida, precisamente desde la cruz. La respuesta a la acción profética
que nos pide el amor de Dios y nos hace colaborar en la construcción de esta
sociedad, es una fuerza que exige una verdadera comunión eclesial. Se trata de
responder como un «Pueblo de la vida»17, consciente de la necesidad de ir
sembrando este sentido grande de una vida en plenitud. Nadie en la comunidad
eclesial puede sentirse ajeno a esta llamada tan directa y amorosa por parte
del Padre Dios.
En el fondo, el testimonio
de nuestra alegría es la respuesta verdadera al Dios amante de la vida. Un gozo
que nace de la certeza de la fe en un Dios que es amor, de que: «Nadie podrá
quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable»18.
Comunicar el gozo de un sentido grande de vivir es la misión que todo cristiano
16 Francisco, Catequesis (4.III.2015). 17 San Juan Pablo II, Evangelium vitae,
n. 6. 18 Francisco, Evangelii gaudium, n. 3. Jornada por la Vida 2019 10 recibe
de Cristo y que consiste en: «dejarse llevar por el Espíritu en el camino del
amor, de apasionarse por comunicar la hermosura y la alegría del Evangelio y de
buscar a los perdidos en esas inmensas multitudes sedientas de Cristo».
Con gran afecto:
✠
Mario Iceta Gavicagogeascoa Obispo de Bilbao. Presidente
✠
Francisco Gil Hellín Arzobispo emérito de Burgos
✠
Juan Antonio Reig Pla Obispo de Alcalá de Henares
✠
José Mazuelos Pérez Obispo de Asidonia – Jerez
✠
Juan Antonio Aznárez Cobo Obispo Auxiliar de Pamplona y Tudela