sábado, 29 de febrero de 2020

1º Domingo Cuaresma




Para comprender el sentido del pasaje proclamado, deberíamos hacer algunas puntualizaciones:

ü  La primera, a su vez importante para poder vivir intensamente todo este tiempo litúrgico, supone tener en cuenta que en Cuaresma no solo recordamos una sucesión de hechos, en este caso los que llevaron a Jesús a la Pascua. Al contrario, contemplamos ciertos acontecimientos de su vida en tanto que guardan íntima relación con nuestra propia vida de fe, nos detenemos sobre ellos para iluminar nuestro camino a la Pascua, de ahí la necesidad de subrayar que lo que hagamos como práctica cuaresmal solo tendrá sentido sí, cambiando la mirada, permite dejarnos transformar por el Señor.

ü  La segunda pretende ayudarnos con nuestra incapacidad para interpretar adecuadamente determinadas escenas. En efecto, atenernos a la literalidad del texto nos situaría en un mundo de ciencia-ficción, en un mundo de acontecimientos que nada tendrían que ver con nosotros. Precisamente lo contrario a la intencionalidad de los autores sagrados, quienes, usando símbolos y alegorías, quieren hablar no tanto de lo constatable que puedan resultar unos hechos, sino de la significación de estos, de lo que radicalmente puedan querer decirnos.

ü  En este sentido, la tercera puntualización: el pasaje de las tentaciones de Jesús es sin duda uno de los más elocuentes respecto a esto. Así, la triple prueba por la que pasa Jesús vendría a englobar toda su experiencia respecto a la fragilidad humana. No sería tanto la crónica de unos hechos, sino la presentación plástica de su ininterrumpida línea de conducta; a través del relato nos acercaríamos a esa realidad profunda que como hombre muchísimas veces, siempre experimentó. Frecuencia de la que hablan los ´cuarenta` días.

ü  En cuarto lugar: ¿qué son esas tentaciones en el desierto?, ¿qué el tentador? y, lo más importante, ¿qué relación guarda todo ello con nuestra vida? Jesús, tras ser bautizado, es llevado al desierto por el Espíritu, es decir, ni su filiación divina, ni su unción, lo privaran de vivir las ambigüedades de la historia. En el desierto, bíblicamente el ámbito de la prueba, pero también del encuentro con Dios, es dónde Él, como nosotros mismos, tendrá que librar la lucha propia a toda existencia. Haberse situado al margen no habría sido del Espíritu. Por lo tanto, frente al tentador, frente al diablo, las interpretaciones en la línea de las personificaciones deberían perder peso y ganarlo las de una lectura lúcida e inteligente. ¿Dónde, a través de qué, se hacen presentes hoy las tentaciones de Jesús en la vida humana y cristiana? Pues hecha la pregunta, la respuesta no se presta a confusiones. El diablo no es otro que el mal espíritu del dinero, el prestigio y el poder reinantes en nuestra sociedad. Reinantes e indiferentes frente a las desastrosas consecuencias que están provocando. Pero a diferencia de Israel –que sucumbe a sus tentaciones- Jesús las rechaza desde el valor y sentido que da a la Palabra de Dios, y desde su vivencia y actitud de Hijo que pone el Plan del Padre por encima de todo. Por supuesto que no desde la obediencia cerril que deshumaniza, sino desde la obediencia del amor que consiente al Otro por más grande y mejor.

Todo esto es lo que deberíamos tener en cuenta al momento de sentir las tentaciones de la vida. No organizar la existencia al margen de Dios, no manipular su accionar providente, no entregarnos al sin fin de ídolos que nos rodean… en definitiva, vivirnos como ´hijos`, colocando nuestra mirada en Él…

(Sergio López)

jueves, 27 de febrero de 2020

TU CASA



Pisan mis pies tu casa y mi alma se serena.

Traigo ante ti mi cansancio y la mano suave de tu palabra calma mis pies cansados.

Me pesa el alma, me pesa el mundo y entre los días que pasan me abres la puerta a tu casa, donde te encuentro.

Y allí se para el tiempo, nada rompe esta quietud que tú me regalas y me confirma que estás, que siempre has estado, que siempre estarás.

Tú que te haces especialmente presente en mi silencio.

Tú, a quien encuentro aunque la vorágine del mundo te esconda.

(Olga) 
comunidadmariamadreapostoles.com


miércoles, 26 de febrero de 2020

El Hermano Rafael, santo de la Trapa de Dueñas


La proximidad geográfica e histórica de los sanos nos invita particularmente a acudir a su intercesión y a tener presente su ejemplo. Hoy os recuerdo a uno.
A continuación reproduzco parte de mi intervención en la presentación del libro de F. Caballero, Hermano Rafael: el Camino de la Santidad, en Palencia, el 19 de diciembre de 2019.

“Llegar y besar el santo”, este dicho coloquial me lo puedo aplicar en relación al Hermano Rafael; resume de manera gráfica la suerte que me cupo al llegar como Obispo a la diócesis de Palencia. El día 19 de julio de 1992 tuvo lugar la celebración del comienzo de mi ministerio en la Catedral, y poco más tarde, fue beatificado el Hno. Rafael en Roma el día 27 de septiembre.

Mons. J. A. Martínez Camino, que con la intención de discernir su vocación pasó una larga temporada en la Trapa de San Isidro de Dueñas, ha escrito en el prólogo del libro que presentamos: “Los santos no sólo tienen una vocación, a la que Dios llama, sino también una misión que la Providencia les confía en el contexto histórico que les toca vivir”. Aunque se comparta con otros una vocación específica eclesial dentro de la común vocación cristiana, cada persona es irrepetible para la que Dios tiene un proyecto singular. Rafael fue descubriendo el perfil más concreto de su vocación, que formulaba en 1938 con las siguientes palabras: “Mi vocación es sufrir, sufrir en silencio por el mundo entero; inmolarme junto a la cruz de Jesús”. La vocación monástica del Hermano Rafael se fue concentrando en sufrir junto al Señor crucificado y en comunión profunda con Él. En la Trapa no tanto vivió cuanto sufrió y murió. Son una vocación y una misión inefables realizadas con obediencia a Dios y un gozo transparente como irradia el retrato que en la iglesia del Monasterio está junto a la arqueta con sus restos sagrados (cf. 1 Ped. 1, 6-9; 4, 13). Tanto las luces como las flores colocadas en ese rincón iluminan su sonrisa honda y serena. ¡Ha encontrado su lugar! No se puede negar la plenitud de su vocación y misión originales.

Nos atrevemos a afirmar que el Hno. Rafael es la historia personal, corta e intensa, de un despojo que vivió no como pérdida sino como identificación con Jesús crucificado. La diabetes sacarina le fue cortando los caminos, debilitando hasta la extenuación sus fuerzas y destruyendo la vida.

Vivió este despojo creciente con alegría y gozo profundos e incontenibles como reflejan su mirada y su rostro. “El que ama a Cristo, ama su cruz”. “Saber esperar” es la ciencia sublime de un trapense que vive y quiere ser fiel. Su alegría consiste en la esperanza cierta de que el Señor vendrá y nos llevará con Él. “Estad alegres, porque el Señor está cerca” (cfr. Fil. 4, 4-5). Un cristiano, también en el umbral de la muerte, puede esperar, porque morir es un paso, “morir es solo morir” (J.L. Martín Descalzo),la muerte es una puerta, hacia el encuentro con Dios, cuyo rostro sin velos podrá contemplar. “Rompe la tela de este dulce encuentro”, escribió San Juan de la Cruz.

Rafael murió en la Trapa. “Le di a Dios mi persona, mi alma, mi corazón, mi familia”. Hubiera deseado ser monje y sacerdote, pero Dios en su designio de amor y sabiduría decidió que muriera como oblato. Entró a mediados de enero de 1931. A los cuatro meses tuvo que salir por la diabetes grave. Dos años estuvo fuera de la Trapa. Regresó al monasterio por cuarta y última vez el 15 de diciembre de 1938. No profesó según hubiera deseado confiando que era la llamada de Dios; no pudo vivir y convivir con la comunidad; cada salida era un desgarrón personal, y siempre añoraba volver a su Trapa, el lugar que el Señor le había mostrado. Rafael escuchó una llamada de Dios y se puso en camino, pero Dios se atravesaba en cada recodo. Murió en la cruz con Cristo, como Cristo y por Cristo.

¿No se puede, con la debida distancia, comparar la historia de la fe del Hno. Rafael con la historia de Abrahán, el padre de los creyentes? Dios mandó a Abrahán salir de Ur de los Caldeos, prometiéndole una tierra y una descendencia más numerosa que las estrellas del mar. Pero tuvo que peregrinar hasta entrar en la tierra prometida. La descendencia tardó en llegar, y cuando concibe su esposa, pasada la edad y él anciano, y ha crecido Isaac, inexplicablemente le pide el mismo Dios que sacrifique al hijo de la promesa en el monte donde Dios provee.

La Carta de los Hebreos al hacer el elogio de los testigos de Dios (cf. 12, 1), subraya tres momentos de la historia creyente de Abrahán: Le manda salir de su tierra a una tierra desconocida y él obedece; le promete un hijo y sabiendo que Dios puede cumplir lo prometido se fía de Él; y contra toda razón humana le pide la vida de Isaac, y Abraham reconociendo que para Dios nada es imposible, se dispone a sacrificarlo y lo recobra en el momento del peligro (cf. Heb. 11, 8-19) (cf. Gén. 12-25 y más en concreto 12, 1-3; 15, 2-8: 18, 10-15; 21, 1-7; 22, 1-19; 24. 1-3. 51-66).

Dios cumple su promesa, cuyos ejes centrales son la descendencia y el don de la tierra, rompiendo los esquemas y proyectos de Abrahán. Dios cumple la promesa también a Rafael por unos caminos y unos tiempos insospechados, pero se fía de Dios, que en la Cruz de Jesús resucitado lo espera, acompaña y fortalece. “¡Solo Dios!”

Antes de terminar, felicito sinceramente al periodista, autor del libro, D. Fernando Caballero, que ha nacido en Dueñas y crecido en la proximidad geográfica y cordial del Hno. Rafael. Estudia sobre todo los procesos de beatificación y canonización en torno a los cuales nos aporta muchas informaciones. Está escrito con claridad, con respeto al secreto del alma de Rafael y con capacidad de comunicación. Se lee con gusto y sin fatiga. Merece la pena dedicarle el tiempo requerido para su lectura reposada y atenta. 

Os invito a ello.

+ Card. Ricardo Blázquez
Arzobispo de Valladolid


domingo, 23 de febrero de 2020

Una llamada escandalosa




La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de amar a los enemigos.

Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general de odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian”.
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie.

El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.

Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el odio y la sed de venganza.

Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.

El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.

Ed. Buenas Noticias


sábado, 22 de febrero de 2020

VII Domingo del Tiempo Ordinario




PRIMERA LECTURA:
Lectura del libro del libro del Levítico 19,1-2. 17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
SALMO RESPONSORIAL:
Salmo 102,1-2, 3-4, 8 y 10, 12-13: El Señor es compasivo y misericordioso
SEGUNDA LECTURA:
Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios 3,16-23: Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios. 
EVANGELIO:
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5,38-48: Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.


sed perfectos como el padre celestial

        La 1ª lectura manda ser santos como Dios y como consecuencia se prohíbe odiar, vengarse y guardar rencor al hermano, el Evangelio, por su parte, ser perfectos como el Padre y como consecuencia se da un paso más ordenando amar incluso al enemigo. Dios es amor y santo y ambas realidades son intercambiables, por eso el AT deduce una conclusión lógica: si el israelita participa de la santidad de Dios, que es lo mismo que decir del amor de Dios, tiene que amar a sus hermanos y amigos. Jesús deduce la última consecuencia, hay que amar a todos, incluso a los enemigos. 

En el Evangelio de hoy san Mateo emplea el término perfecto: sed perfectos como el Padre. En nuestra cultura este término se refiere a una realidad exactamente igual a otra, como la copia de un cuadro que se considera perfecta si reproduce exactamente el original. Desde este punto de vista la criatura limitada nunca será igual a Dios infinito. Pero san Mateo emplea perfecto con el sentido que tiene en la cultura semita donde significa “ser lo que se debe ser”, “actuar como se debe actuar” de acuerdo con la propia naturaleza. Por eso como Dios es Padre y siempre actúa como padre con todos sus hijos, aunque se porten mal, pues por eso no dejan de ser hijos (lo muestra al llover y al hacer salir el sol), igualmente el discípulo, que ha recibido un corazón de hermano, debe comportarse bien con todos sus hermanos, aunque se porten mal. Por eso está obligado a amar a sus enemigos. (En el AT no se manda nunca aborrecer al enemigo. Lo deja libre, se puede amar o no. Aborrecer es un semitismo que equivale a decir: No estás obligado.)

        En otro lugar del Evangelio se usa otra palabra como equivalente a perfecto, misericordioso (Lc 6,36), es decir, la naturaleza íntima de Dios es ser amor misericordioso y siempre actúa como tal. Amor misericordioso es un amor que se caracteriza por sintonizar con la persona y actuar con ella de acuerdo con su necesidad objetiva. Dios Padre nos conoce perfectamente, sintoniza plenamente con nuestra situación, y siempre actúa con nosotros de acuerdo con nuestra necesidad.   Pues si Dios es así, sus hijos tienen que obrar así. En esto se conocerá que son sus hijos y “comparten la misma sangre”.

        Jesús nos da esta norma como criterio que debe mover al discípulo en el cumplimiento de todas las leyes, cuya finalidad última es prestar un servicio de amor al hermano en las diversas circunstancias de la vida. El salmo responsorial invita a agradecer y a imitar a Dios que siempre actúa como padre, pues perdona, cura, colma de gracia y de ternura, siente ternura por sus hijos...

        En la 2ª lectura san Pablo invita a ejercer una faceta concreta del amor al hermano, que es el apostolado. Recuerda primero que se puede actuar de tres maneras, construyendo con buenos materiales, como es invitando a compartir la cruz de Jesús, construyendo con paja, como es presentar una vida cristiana sin la cruz del Señor, y una tercera abominable que es destruir la comunidad. Todo será sometido al juicio del Señor, que aprobará y premiará al primero, declarará inútil el trabajo del segundo y condenará al tercero (la lectura seleccionada solo recoge el último caso). Ante esta realidad el apóstol tiene que proceder sabiamente, consciente que lo suyo es edificar la comunidad y evitar servirse de ella como pedestal para su fama y provecho personal. El apóstol es para la comunidad y no la comunidad para el apóstol. Esto vale hoy día para todos los que están en el apostolado activo: sacerdotes, diáconos, catequistas... Lo dice Pablo a propósito de las divisiones en la comunidad de Corinto donde el culto a la personalidad de los diversos apóstoles que habían trabajado entre ellos, los tenía divididos. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios,  este es el orden correcto.

        En la Eucaristía damos gracias por Cristo al amor misericordioso del Padre, que nos conoce y ayuda, nos ha hecho miembros de su pueblo y nos dice cómo tenemos que crecer como tales. Participar la Eucaristía es unirse al que vivió toda su existencia al servicio del amor.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona  


viernes, 21 de febrero de 2020

Jesucristo, roble de justicia (Meditaciones al Salmo 79)




Es admirable – no encuentro otra palabra más adecuada -, observar cómo la Palabra de Dios, revelada en las Escrituras, y concretamente en los Salmos, se nos presenta en este Salmo. Mucho más, si tenemos en cuenta que se escribió muchos siglos antes que incluso naciera Jesús. Digo esto porque hay unos versículos que retratan exactamente sus inicios. Dice así: “…Sacaste una vid de Egipto, expúlsate a los gentiles y la trasplantaste, le preparaste el terreno y echó raíces hasta llenar el país…” 

Jesucristo se proclamará más tarde como la Vid verdadera: “…Yo Soy la Vid verdadera, y vosotros los sarmientos…” (Jn 15, 1-8).

Y es que Jesús fue llevado nada más nacer a Egipto, por orden de Dios, enviando un ángel a José, para huir de las garras de Herodes. Y desde allí, cuando se cumplió el tiempo oportuno, volvió a Nazaret. En palabras del salmista, fue “trasplantado”. No fue arrancado, sino que, “trasplantado”, conservó todo su poder, belleza, y Sabiduría, para ejercer su Misión: el envío del Padre. 

Y este “trasplante” fue perfecto, como no podía ser de otra manera, pues era Voluntad de Dios. Sabemos que al trasplantar un árbol, - en este caso, el Roble de Justicia, por excelencia: Jesucristo-, se ha de abonar el terreno. Pues en este caso, Dios Padre preparó el terreno, la venida de Jesús,  con el anuncio del Bautista: “…Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo, porque irás delante de Dios a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados…” profecía de Zacarías, esposo de Isabel, exultando de gozo por el nacimiento de su hijo, Juan. 

Continúa el Salmo: “…su sombra cubría las montañas…” Curiosa apreciación que no nos puede pasar desapercibida. En la anunciación del ángel Gabriel a María, después del saludo, le dice: “…la Fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra…”, para explicarle cómo se produciría la Encarnación de Dios en ella. Identifica la Sombra del Altísimo con su Fuerza, que, como sabemos, significa en la Escritura el Poder de Dios, su Santo Brazo.  Pues este Poder, esta Sombra, cubría hasta las montañas…su Poder prevalecía sobre los montes, que, representan los lugares donde habitan los dioses humanos…Toda la Escritura, Palabra revelada por Dios, está sí perfectamente construida, perfectamente ensamblada.

Si vamos a Isaías, aclararemos un poco la expresión “Robles de Justicia”. En hebreo, roble se traduce por “ayil”, que, literalmente significa: Algo fuerte, un apoyo fuerte. Y Roble de Justicia, es pues algo que siendo fuerte se ajusta a Dios. ¡Qué maravillosa revelación!.

Cuando Jesús inicia su vida pública, se presenta un día en la sinagoga y le eligen para la lectura. Abre el rollo del libro, y lee en Isaías 61: “…El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido: para anunciar la Buena Nueva a los pobres, vendar los corazones rotos, pregonar la libertad a los cautivos, y anunciar un año de gracia de Yahvé…” (Is 61, 1-3) Y continúa más adelante: “…se les llamará “robles de justicia”, plantación de Yahvé, para manifestar su Gloria…” .

Cuando Jesús terminó esta lectura dijo: “…Esto que habéis oído se cumple hoy en Mí…” (Lc 4, 16-23) En Él se cumple la Escritura, como Él mismo revela, es el excelso “Roble de Justicia” que se ajusta a Yahvé, es el “Ayil” hebreo, la Roca firme, el apoyo del cristiano, del discípulo. 

Para terminar, podemos pensar aquella frase de Isaías: “…sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación…”(Is 12,1-6), para indicar que, las aguas que Dios nos permite meditar, son el mismo Jesucristo, el agua Viva, que nos alimenta de su Fuente, tal y como explicó a la Samaritana. Y entonces podremos exultar de gozo: “…

¡Qué grande es, en medio de Ti, el Santo de Israel…”

(Tomás Cremades) comunidadmariamadreapostoles.com


jueves, 20 de febrero de 2020

Pero... ¿Qué lugar buscamos?




Pero qué lugar buscamos en el mundo, si tenemos el mejor: la primera fila, ante ti, capaces de verte y capaces de escucharte.

¿Qué otro lugar, inventado por los hombres o por nosotros mismos en nuestra carrera errática puede superar el que me reservaste el día que lanzaste un hilo desde el cielo y ataste mis sentidos a ti para poder verte, escucharte y entenderte?.

Me diste la necesidad de buscarte desde el momento que abro mis ojos al nuevo día, retiraste el velo de tu voz que resuena en la tierra sólo para los que tú quieres, los que pequeños, casi nada, que levantan sus ojos al cielo pidiendo tu luz.

¿Qué otro sitio puede haber mejor que éste?.

¿A qué gloria aspiramos si vivimos envueltos en tu atenta mirada, si nos has puesto ojos en el alma y vemos el mundo por detrás de su escenario y descubrimos el dolor de los hombres más allá de lo que muestran?.

Si supiéramos que el mundo no nos humilla porque tú nos recoges, si nos diéramos cuenta que todo lo que somos y tenemos está guardado en tu seno, viene de ti y vuelve a ti, no habría tiempo para lamentar, para buscar en el mundo lo que ya hemos ganado, lo que tu mano de Padre nos entrega cada día. 

(Olga) 
comunidadmariamadreapostoles.com


miércoles, 19 de febrero de 2020

La ley del talión




Dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿Qué premio tendréis? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 43-48)

No falta en estos tiempos que corren, quien diga que todas las religiones son iguales, o parecidas, que los preceptos que indican son similares… ¡gran error! Sólo la religión Católica, basada en los Evangelios y la Sagrada Escritura conserva íntegra la revelación de Dios, transmitida a su Hijo Jesucristo. Sólo Él nos enseña a amar a los enemigos, a los que no nos quieren, a los que nos hacen daño, a los que nos persiguen, a los que nos difaman.

Y lo dice con un pensamiento de los más lógico: ” … si amáis a los que os aman, ¿Qué premio tendréis? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? ...”
En el libro del Éxodo, al comienzo de los tiempos, escrito por Moisés, libro revelado de la Escritura, se contempla algo totalmente diferente; es lo que se denomina: “la ley del talión” o “la ley del ojo por ojo y diente por diente”. Lo podemos leer en Éxodo 2 y ss.

Y es lo que realmente “nos pide el cuerpo”: si alguien me ha hecho daño, yo respondo igual, y, si puedo, con el doble de daño. Así se sacia mi venganza. Un refrán castellano nos dice: “la venganza es el placer de los dioses”. Y, como todos los refranes, que son fruto de la sabiduría popular, tiene una gran, grandísima, parte de razón.

La venganza es el placer de los dioses, sí. Pero de esos “dioses” que todos llevamos dentro, fruto del pecado original: el dios venganza, que me ofrece placer personal, el dios “ego”, que eleva mi pedestal” desde donde me elevo por encima de los demás, considerándolos inferiores…Esos “dioses” fruto de nuestra propia maldad.

Entonces, ¿por qué está así en la Escritura, siendo revelación de Dios? Dios hace un camino de fe con el hombre, de la misma forma que el pueblo de Israel hizo su propio camino de fe durante cuarenta años por el desierto. Ya sabemos que el número cuarenta es un número simbólico, que representa “toda una vida”. Y en este camino de fe progresiva, va amasando nuestro barro. No en vano dijo Jesús: “…no creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darle cumplimiento…· (Mt 5,17)

Y, así, va poco a poco, con paciencia, limando nuestros pecados y defectos. Pedro nos dirá: “…tened presente que la Paciencia de Dios es la garantía de nuestra salvación…” (2P. 3,15)

Continúa Jesús: “el Padre hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.

No podemos hacer pasar desapercibida esta frase. Parece que se sale del contexto el sol y la lluvia. Es verdad que el sol y la lluvia caen sobre buenos y malos. Pero aquí toma otra fuerza mucho más sutil. El Sol, con mayúscula, representa a Jesucristo; lo leemos en el canto del Benedictus; “…nos visitará el Sol que nace de lo Alto…” (Lc 1, 78). Ahí está la revelación: Jesucristo visita constantemente a buenos y malos, sale en su busca como el Buen Pastor (Jn 10,14).

De la misma forma, la lluvia, en el lenguaje bíblico representa la Palabra de Dios, que, igualmente, cae sobre justos e injustos, sobre buenos y malos. Si leemos el libro de Ezequiel, el Señor dice textualmente: “…derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará…” (Ez 36,25) En el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, le dice:”… el que beba de Esta agua ya no tendrá más sed… (Jn 4,14). Más adelante dirá: “…si alguno tiene sed venga a mi y beba el que crea en mi…” (Jn 7,37)

Textos todos en los que Jesús se declara como esa Agua purificadora, profetizada ya por Ezequiel. Pues bien: esta lluvia es derramada sobre justos e injustos. Y “justo”, no es el que no ha pecado, sin el que “ajusta” su vida al Señor Jesús.

(Tomás) 
comunidadmariamadreapostoles.com


martes, 18 de febrero de 2020

“Glosa sobre los 10 Mandamientos”


1. Amarás a Dios. Lo amarás sin retóricas, como a tu padre, como a tu amigo. No tengas nunca una fe que no se traduzca en amor. Recuerda siempre que tu Dios no es una entelequia, un abstracto, la conclusión de un silogismo, sino Alguien que te ama y a quien tienes que amar. Sabe que un Dios a quien no se puede amar no merece existir. Lo amarás como tú sabes: pobremente. Y te sentirás feliz de tener un solo corazón y de amar con el mismo a Dios, a tus hermanos, a Mozart y a tu gata. Y, al mismo tiempo que amas a Dios, huye de todos esos ídolos de nuestro mundo, esos ídolos que nunca te amarán pero podrán dominarte: el poder, el confort, el dinero, el sentimentalismo, la violencia.
2. No usarás en vano las grandes palabras: Dios y Amor. Tocarás esas grandes realidades de año en año y con respeto, como la campana gorda de una catedral. No la uses jamás contra nadie, jamás para sacar jugo de ellas, jamás para tu propia conveniencia. Piensa que utilizarlas como escudo para defenderte o como jabalina para atacar es una de las formas más crueles de la blasfemia.
3. Piensa siempre que el domingo está muy bien inventado, que tú no eres un animal de carga creado para sudar y morir. Impón a ese maldito exceso de trabajo que te acosa y te asedia algunas pausas de silencio para encontrarte con la soledad, con la música, con la Naturaleza, con tu propia alma, con Dios en definitiva. Ya sabes que en tu alma hay flores que sólo crecen con el trabajo. Pero sabes también que hay otras que sólo viven en el ocio fecundo.
4. Recuerda siempre que lo mejor de ti lo heredaste de tu padre y de tu madre. Y, puesto que no tienes ya la dicha de poder demostrarles tu amor en este mundo, déjales que sigan engendrándote a través del recuerdo. Tú sabes muy bien, que todos tus esfuerzos personales jamás serán capaces de construir el amor y la ternura que te regaló tu madre y la honradez y el amor al trabajo que te enseñó tu padre.
5. No olvides que naciste carnívoro y agresivo y que, por tanto, te es más fácil matar que amar. Vive despierto para no hacer daño a nadie, ni a las personas, ni animal, ni a cosa alguna. Sabes que se puede matar hasta con negar una sonrisa y que tendrás que dedicarte apasionadamente a ayudar a los demás para estar seguro de no haber matado a nadie.
6. No aceptes nunca esa idea de que la vida es una película del Oeste en la que el alma sería el bueno y el cuerpo el malo. Tu cuerpo es tan limpio como tu alma y necesita tanta limpieza como ella. No temas, pues, a la amistad, ni tampoco al amor: ríndeles culto precisamente porque les valoras. Pero no caigas nunca en esa gran trampa de creer que el amor es recolectar placer para ti mismo, cuando es transmitir alegría a los demás.
7. No robarás a nadie su derecho a ser libre. Tampoco permitirás que nadie te robe a ti la libertad y la alegría. Recuerda que te dieron el alma para repartirla y que roba todo aquel que no la reparte, lo mismo que se estancan y se pudren los ríos que no corren.
8. Recuerda que, de todas tus armas, la más peligrosa es la lengua. Rinde culto a la verdad, pero no olvides dos cosas: que jamás acabarás de encontrarla completa y que en ningún caso debes imponerla a los demás.
9. No desearás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni su coche, ni su vídeo, ni su sueldo. No dejes nunca que tu corazón se convierta en un cementerio de chatarra, en un cementerio de deseos estúpidos.
10. No codiciarás los bienes ajenos ni tampoco los propios. Sólo de una cosa puedes ser avaro: de tu tiempo, de llenar de vida los años poco o muchos que te fueran concedidos. Recuerda que sólo quienes no desean nada lo poseen todo. Y sábete que, ocurra lo que ocurra, nunca te faltarán los bienes fundamentales: al amor de tu Padre, que está en los cielos, y la fraternidad de tus hermanos, que están en la tierra.
(José Luis Martín Descalzo.)

domingo, 16 de febrero de 2020

No a la guerra entre nosotros


 Atajar la agresividad (Mateo 5, 17-37)

Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.
También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.
Por eso, según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.
Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.
Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.
No es este un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un grave problema en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros cristianos». Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».
Así habla el Papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?».
El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que «todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis».
Ed. Buenas Noticias

sábado, 15 de febrero de 2020

VI Domingo del Tiempo Ordinario





  
PRIMERA LECTURA:
Lectura del libro del Eclesiástico 15,16-21: No mandó pecar al hombre
SALMO RESPONSORIAL:
Salmo 118, 1-2, 4-5, 17-18, 33-34: Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor
SEGUNDA LECTURA:
Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios 2,6-10: Dios predestinó la sabiduría, antes de los siglos, para gloria nuestra.
EVANGELIO:
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5,17-37: Se dijo a los antigua... pero yo os digo.

la sabiduría cristiana y la ley

        En la segunda lectura san Pablo invita a pensar, discernir y actuar con la sabiduría de Dios, no con la humana; el Evangelio, por su parte, propone un ejemplo concreto de sabiduría divina, la praxis de Jesús ante la ley, finalmente la primera lectura recuerda, como complemento del Evangelio, que el hombre es libre y está llamado a cumplir responsablemente las leyes.

        Dios ha creado al hombre con la capacidad de razonar. Como consecuencia a lo largo de la historia la humanidad ha creado una sabiduría humana, fruto de muchos siglos de experiencia. Esta sabiduría enseña una moral natural, con muchos contenidos positivos, con los que muchas personas intentan iluminar su vida buscando conseguir una sociedad justa. Pero esta sabiduría tiene sus limitaciones y, lo que es peor, sus deformaciones, frutos del pecado original. En esta situación Dios ofrece otra sabiduría, la suya, una sabiduría superior, que purifica y supera la humana. Es una sabiduría que asume todo lo que tiene de positivo y lo integra en una síntesis superior. Como dice Pablo: Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta (Flp 4,8). Es una sabiduría no caprichosa, sino que responde a nuestra naturaleza de hijos de Dios y que integra en sí todos los valores evangélicos. Jesús es la encarnación concreta de esta sabiduría y por ello la imitación de Cristo es la norma del cristiano.

        Dios ofrece esta sabiduría a sus hijos con el don de la fe, pero la va dando poco a poco, en la medida en que la persona va cooperando con ella, llevándola a su vida. San Pablo llama “espiritual” al que va cooperando y profundizando, y “carnal” al que no lo hace y sigue pensando con criterios ajenos al Evangelio. Se profundiza en la medida en que se vive. Esto implica una tarea constante de renovación y purificación de la forma de pensar, como dice Pablo, No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rom 12,2). Esto hará entrar al cristiano en conflicto con deformaciones éticas que desgraciadamente se dan en nuestros ambientes y se propagan en los medios de comunicación social. Lo “políticamente correcto” no siempre pertenece a la sabiduría divina. Esta debe ser la forma de pensar de todo cristiano, pero desgraciadamente hay personas que se reconocen cristianas, que tienen una forma de pensar y actuar pagana, no inspirada en el Evangelio

        Un aspecto de la sabiduría divina es la forma de afrontar las leyes. El Evangelio de hoy recuerda el modo concreto cómo lo afrontó Jesús y cómo debemos hacerlo sus discípulos. Las normas son necesarias para el desarrollo normal de una sociedad, pero existe el peligro de olvidar que las leyes no son un fin en sí mismas, sino que están al servicio de otra realidad mayor que se quiere conseguir y que las justifican. Jesús afirma que él ha cumplido todas las leyes y que quiere ser modelo de cómo hay que cumplir. Lo hizo en cuanto que en su cumplimiento buscó la finalidad para la que se dio la ley, sin quedarse en la literalidad material. Ha cumplido todo el AT en cuanto que era expresión de la voluntad de Dios y de sus promesas. Igualmente, el discípulo tiene que cumplir “hasta una coma” de una norma en cuanto que es expresión de la voluntad de Dios.

Los ejemplos que expone lo aclara: en el quinto precepto alguien podría pensar que se trata de prohibir matar a una persona con un arma, quedándose en el tenor de la letra, pero Jesús aclara que esto es lo mínimo y que se trata de un respeto total a la vida propia y a la ajena, que se puede matar incluso con una palabra, condenando así todo lo que sea atentado contra la vida propia y ajena, como el aborto o la eutanasia. Igualmente, sobre el adulterio se podría pensar que se prohíbe el hecho de mantener relaciones sexuales con una persona casada, quedándose en la materialidad de la letra, pero Jesús afirma que se adultera con el simple deseo, es decir, que se pide un respeto total a toda persona en cuanto sexuada sin convertirla en objeto de deseo... Al final nos da Jesús el criterio sabio que debe iluminar el obrar del discípulo: igual que el Padre es perfecto, es decir, es padre y actúa siempre como padre y por ello los ve a todos como hijos, dando sus dones a todos por igual, sin distinguir entre los hijos que se portan bien y los que se portan mal, de forma semejante nosotros hemos de ser perfectos, en cuanto que somos hermanos y hemos de actuar siempre como tales con los hermanos, con los que se portan bien y con los que se portan mal. Por eso es obligatorio amar a todos, incluso a los que se portan mal con nosotros. La norma es comportarnos siempre fraternalmente con todos. Esto es la sabiduría divina.

        En la Eucaristía celebramos la sabiduría del Padre, que nos entrega a Jesús como hermano mayor y como modelo que hemos de seguir, y le pedimos la gracia de crecer en la sabiduría divina y comportarnos en todo momento de acuerdo con ella.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 14 de febrero de 2020

Introducción personal al «Libro de la Oración y meditación» Fray Luis de Granada





«Con toda el alma anhelaba con ansia a su Cristo; a este se consagraba él, no sólo con  el corazón, sino con el cuerpo. [...] Convertía todo su tiempo en ocio santo, para que la  sabiduría le fuera penetrando en el alma, pareciéndose  retroceder si no veía que adelantaba a  cada paso»

«Esto en casa. Pero, cuando oraba en selvas y soledades, llenaba de gemidos los  bosques, bañaba el suelo en lágrimas, se golpeaba el pecho con la mano, y allí —como quien  ha  encontrado  un  santuario  más  recóndito—  hablaba  muchas  veces  con  su  Señor.  Allí  respondía al Juez, oraba al Padre, conversaba con el Amigo, se deleitaba con el Esposo. Y en  efecto, para convertir en formas múltiples de holocausto las intimidades todas más ricas de su  corazón, reducía a suma simplicidad  lo que a los ojos se presentaba  múltiple. Rumiaba  muchas veces en su interior sin mover los labios, e, interiorizando todo lo externo, elevaba su  espíritu a los cielos. Así, hecho todo él no ya sólo orante, sino oración, enderezaba todo en él  mirada interior y afectos hacia lo único que buscaba en el Señor»

Así cuenta del varón de Dios, Francisco, el venerable Hno. Tomás de Celano. ¡Y qué  hermosa resulta, en verdad, su definición del poverello de Asís: «Hecho todo él no ya sólo  orante, sino oración»!

De otro varón de Dios, Domingo, diFr. Rodolfo de Faenza: «Tenía la costumbre de  pernoctar con mucha frecuencia en la iglesia, y rezaba mucho, y en la oración lloraba con  muchas lágrimas y gemidos». Al ser preguntado entonces mo sabía esto, responderá con  gran sencillez: «Porque muchas veces le seguía a la iglesia y lo veía». Mas... ¿mo podía  verlo, si era de noche? Y con la serena simplicidad de quien cuenta lo que vio, contestará: «Porque siempre había una luz en la iglesia. Y el mismo testigo se ponía a rezar cerca de él,  porque le era muy amigo. Y con seguridad dijo que era muy devoto y asiduo en la oración,  más que cualquier hombre que jamás hubiera visto»

Se podrían multiplicar muchísimos más testimonios similares. Tantos cuantos son los  «hombres y mujeres de Dios», que, las más de las veces sin nombre reconocido, pueblan  edades y países, reflejando en sus vidas la historia del Amor de Dios con los hombres.  Historia que se sigue manifestando.
 
Cada uno de estos testigos sin número, a veces silenciosos (aunque su silencio es  sumamente sonoro), es por sí solo un ejemplo elocuente que  nos  invita a dialogar con  nosotros mismos: «¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo san Francisco, y esto que hizo santo  Domingo?» Con estas palabras se interpelará san Ignacio de Loyola, el cual seguirá diciendo  en el relato que hace de su propia vida: «Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas,  proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas y graves, las cuales cuando proponía, le  parecía hallar en sí facilidad de ponerlas en obra. Mas todo su discurso era decir consigo: santo Domingo hizo esto, ¡pues yo lo tengo de hacer!; san Francisco hizo esto, ¡pues yo lo  tengo de hacer!»