Hoy celebramos la
Presentación de Jesús en el Templo. Lucas nos habla de un anciano llamado
Simeón, de quién nos dice que
"esperaba la consolación de Israel," es decir, al Mesías.
Simeón que, un poco
como Abraham, espera contra toda esperanza, representa a todo buscador de Dios.
No le busca para adornar su vida, más o menos satisfactoria, sino porque como
nos pasa a todos, por su corazón vagan preguntas huérfanas de respuestas, que
le inquietan.
También dice Lucas que
el Espíritu Santo había revelado a Simeón que no moriría sin antes ver con sus
ojos a Jesús, la Respuesta a sus inquietudes. Con esta esperanza y como diría
Henry Bergson, "impulsado por las intuiciones de su alma", va al
Templo. Se encontraría con no pocos niños para ser también presentados por sus
padres. Sin embargo, los ojos de Simeón se fijan en Jesús, a pesar de que no
lleva distintivo alguno.
El anciano lo toma en
sus brazos y alborozado exclama: "Ahora Señor ya puedo morir en paz,
porque mis ojos han visto a mi Salvador. Exulto de gozo"… ¡ no era
para menos...!
¡Había encontrado la
Vida! (Jn 14,6)
Antonio Pavía
Misionero Comboniano,
Comunidadmariamadreapostoles.com
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