Pisan mis
pies tu casa y mi alma se serena.
Traigo
ante ti mi cansancio y la mano suave de tu palabra calma mis pies cansados.
Me pesa
el alma, me pesa el mundo y entre los días que pasan me abres la puerta a tu
casa, donde te encuentro.
Y allí se
para el tiempo, nada rompe esta quietud que tú me regalas y me confirma que
estás, que siempre has estado, que siempre estarás.
Tú que te
haces especialmente presente en mi silencio.
Tú, a
quien encuentro aunque la vorágine del mundo te esconda.
(Olga)
comunidadmariamadreapostoles.com
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