Vosotros sois la sal de la tierra
(Mt 5, 13-16)
Un día sí y otro también, saltan a los medios de
comunicación nuevos casos de corrupción y fraudes escandalosos. No son hechos
que han brotado de pronto entre nosotros, sino el resultado lamentable de una
contradicción que ha acompañado la gestación de la moderna sociedad democrática
desde sus orígenes.
Por una parte, la filosofía democrática proclama y
postula libertad e igualdad para todos. Pero, por otra, un pragmatismo económico
salvaje, orientado hacia el logro del máximo beneficio, segrega en el interior
de esa misma sociedad democrática desigualdad y explotación de los más débiles.
Este es el principal caldo de cultivo de la corrupción
actual. Como decía el escritor italiano Claudio Magris, «vivimos la vida como
una rapiña». Seguimos defendiendo los valores democráticos de libertad,
igualdad y solidaridad para todos, pero lo que importa es ganar dinero como
sea. El «todo vale, con tal de obtener beneficios, va corrompiendo las
conductas, viciando las instituciones y vaciando de contenido nuestras solemnes
proclamas.
Se confunde el progreso con el bienestar creciente de
los afortunados. La actividad económica, sustentada por un espíritu de lucro
salvaje, termina por olvidar que su meta es elevar el nivel humano de todos los
ciudadanos. Los políticos, por su parte, parecen ignorar que esos desarraigados
que producen «inseguridad ciudadana» no son fruto de una situación heredada,
sino algo que estamos generando ahora mismo dentro de nuestro sistema.
Todo se sacrifica al «dios», del interés económico: el
derecho de todo hombre al trabajo y a una vida digna, la transparencia y
honestidad en la función pública, la verdad de la información, el nivel
cultural y educativo de la TV.
¿Hay alguna «sal» capaz de preservarnos de tanta
corrupción? Se pide investigación y aplicación rigurosa de la justicia. Se
piensa en nuevas medidas sociales y políticas. Pero se echa en falta un nuevo
tipo de personas capaces de sanear esta sociedad introduciendo en ella
honestidad. Hombres y mujeres que no se dejen corromper ni por la ambición del
dinero ni por el atractivo del éxito fácil.
«Vosotros sois la sal de la tierra», estas palabras
dirigidas por Jesús a los que creen en El, tienen contenidos muy concretos hoy.
Son un llamamiento a mantenernos libres frente a la idolatría del dinero, y
frente al «progreso» cuando éste esclaviza, corrompe y produce marginación. Una
llamada a desarrollar la solidaridad responsable frente a tantos
corporativismos interesados. Una invitación a introducir misericordia en una
sociedad despiadada que parece reprimir cada vez más «la civilización del
corazón».
Ed. BUENAS NOTICIAS
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