Ambas nombres se
recogen en la parábola que relata el Evangelio de Jesucristo según san Lucas
(16.19-31). Remito al lector el texto completo, sacrificándolo en aras de poder
explicar algunos matices del mismo.
Los personajes son ficticios,
no necesariamente reales, pues el Señor, en sus catequesis (*) hace resonar su
Palabra en los oídos de sus discípulos.
Y emplea dos nombres
que, ya de por sí, tiene significado en el texto evangélico. Epulón se
denominaba a los sacerdotes de la antigua Roma que dirigían los banquetes que
se hacían a los dioses para aplacar su ira; controlaban la calidad del rito al
objeto de evitar faltas en el mismo. Etimológicamente viene del latín “epulo,
banqueteador o comilón”.
La palabra Lázaro
proviene etimológicamente de Eleazar, que significa “Dios me ayuda”.
Eleazar era el tercero
de los hijos del sacerdote Aarón, hermano de Moisés.
Por tanto, Jesucristo
ya está dando a entender cómo son ambos personajes. Sabemos que, según el
relato evangélico, Epulón fallece y es enterrado, y sufre las penas del Hades.
El “Hades” es la expresión grecorromana del infierno, de forma que Jesús está
ya hablando para un público no sólo judío, sino también griego y romano.
Lázaro es llevado “al
seno de Abraham”, expresión bíblica del Cielo. Y continúa el texto anunciando
los terribles sufrimientos del Hades o infierno, en forma de “llamas”. Epulón
levanta los ojos, y al igual que el Salmo 120:”… levanto los ojos a los montes,
¿de dónde me bien el auxilio? El auxilio me viene del Señor…” implora
compasión. Pero ya es tarde, le dice Abraham, al que Epulón llama “padre
Abraham, pues nadie puede pasar del cielo al infierno y viceversa.
Epulón se sabe
culpable, pero, ante la imposibilidad de la situación, pide que Lázaro moje su
lengua con el dedo recién refrescado en agua.
Nuevamente yerra en su
petición, y, no obstante, insiste en el bien, ya no suyo, sino de sus hermanos.
Pide que vaya Lázaro a avisarles. La respuesta de Abraham es fulminante: “… tiene
a Moisés y los profetas, ¡que los oigan!” No dice ni siquiera que los escuchen;
¡se conforma con que los oigan!
Epulón insiste: “...
¡si ven a un muerto se convertirán!” Y nuevamente Abraham le fulmina: “…si no
oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se convertirán, ni aunque un muerto
resucite…”
Magistral respuesta de
Abraham. Magistral la enseñanza de Jesús, que pone en boca de Abraham esta
profecía: Tampoco muchos creerán la resurrección de Jesucristo, habiéndole
visto muerto. El tiempo ha dado la razón
(*) Catequesis: palabra
griega que viene del verbo ϗατ€ϗ€ꞷ (katekeo) que significa: “poner
en resonancia la Palabra de Dios, o hacer resonar la Palabra de Dios”
(Tomás)
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