La proximidad geográfica e histórica de los sanos nos invita
particularmente a acudir a su intercesión y a tener presente su ejemplo. Hoy os
recuerdo a uno.
A
continuación reproduzco parte de mi intervención en la presentación del libro
de F. Caballero, Hermano Rafael: el Camino de la Santidad, en Palencia, el 19
de diciembre de 2019.
“Llegar y
besar el santo”, este dicho coloquial me lo puedo aplicar en relación al
Hermano Rafael; resume de manera gráfica la suerte que me cupo al llegar como
Obispo a la diócesis de Palencia. El día 19 de julio de 1992 tuvo lugar la
celebración del comienzo de mi ministerio en la Catedral, y poco más tarde, fue
beatificado el Hno. Rafael en Roma el día 27 de septiembre.
Mons. J.
A. Martínez Camino, que con la intención de discernir su vocación pasó una
larga temporada en la Trapa de San Isidro de Dueñas, ha escrito en el prólogo
del libro que presentamos: “Los santos no sólo tienen una vocación, a la que
Dios llama, sino también una misión que la Providencia les confía en el
contexto histórico que les toca vivir”. Aunque se comparta con otros una
vocación específica eclesial dentro de la común vocación cristiana, cada
persona es irrepetible para la que Dios tiene un proyecto singular. Rafael fue
descubriendo el perfil más concreto de su vocación, que formulaba en 1938 con
las siguientes palabras: “Mi vocación es sufrir, sufrir en silencio por el
mundo entero; inmolarme junto a la cruz de Jesús”. La vocación monástica del
Hermano Rafael se fue concentrando en sufrir junto al Señor crucificado y en
comunión profunda con Él. En la Trapa no tanto vivió cuanto sufrió y murió. Son
una vocación y una misión inefables realizadas con obediencia a Dios y un gozo
transparente como irradia el retrato que en la iglesia del Monasterio está
junto a la arqueta con sus restos sagrados (cf. 1 Ped. 1, 6-9; 4, 13). Tanto
las luces como las flores colocadas en ese rincón iluminan su sonrisa honda y
serena. ¡Ha encontrado su lugar! No se puede negar la plenitud de su vocación y
misión originales.
Nos
atrevemos a afirmar que el Hno. Rafael es la historia personal, corta e
intensa, de un despojo que vivió no como pérdida sino como identificación con
Jesús crucificado. La diabetes sacarina le fue cortando los caminos,
debilitando hasta la extenuación sus fuerzas y destruyendo la vida.
Vivió
este despojo creciente con alegría y gozo profundos e incontenibles como
reflejan su mirada y su rostro. “El que ama a Cristo, ama su cruz”. “Saber
esperar” es la ciencia sublime de un trapense que vive y quiere ser fiel. Su
alegría consiste en la esperanza cierta de que el Señor vendrá y nos llevará
con Él. “Estad alegres, porque el Señor está cerca” (cfr. Fil. 4, 4-5). Un
cristiano, también en el umbral de la muerte, puede esperar, porque morir es un
paso, “morir es solo morir” (J.L. Martín Descalzo),la muerte es una puerta,
hacia el encuentro con Dios, cuyo rostro sin velos podrá contemplar. “Rompe la
tela de este dulce encuentro”, escribió San Juan de la Cruz.
Rafael
murió en la Trapa. “Le di a Dios mi persona, mi alma, mi corazón, mi familia”.
Hubiera deseado ser monje y sacerdote, pero Dios en su designio de amor y
sabiduría decidió que muriera como oblato. Entró a mediados de enero de 1931. A
los cuatro meses tuvo que salir por la diabetes grave. Dos años estuvo fuera de
la Trapa. Regresó al monasterio por cuarta y última vez el 15 de diciembre de
1938. No profesó según hubiera deseado confiando que era la llamada de Dios; no
pudo vivir y convivir con la comunidad; cada salida era un desgarrón personal,
y siempre añoraba volver a su Trapa, el lugar que el Señor le había mostrado.
Rafael escuchó una llamada de Dios y se puso en camino, pero Dios se atravesaba
en cada recodo. Murió en la cruz con Cristo, como Cristo y por Cristo.
¿No se
puede, con la debida distancia, comparar la historia de la fe del Hno. Rafael
con la historia de Abrahán, el padre de los creyentes? Dios mandó a Abrahán
salir de Ur de los Caldeos, prometiéndole una tierra y una descendencia más
numerosa que las estrellas del mar. Pero tuvo que peregrinar hasta entrar en la
tierra prometida. La descendencia tardó en llegar, y cuando concibe su esposa,
pasada la edad y él anciano, y ha crecido Isaac, inexplicablemente le pide el
mismo Dios que sacrifique al hijo de la promesa en el monte donde Dios provee.
La Carta
de los Hebreos al hacer el elogio de los testigos de Dios (cf. 12, 1), subraya
tres momentos de la historia creyente de Abrahán: Le manda salir de su tierra a
una tierra desconocida y él obedece; le promete un hijo y sabiendo que Dios
puede cumplir lo prometido se fía de Él; y contra toda razón humana le pide la
vida de Isaac, y Abraham reconociendo que para Dios nada es imposible, se
dispone a sacrificarlo y lo recobra en el momento del peligro (cf. Heb. 11,
8-19) (cf. Gén. 12-25 y más en concreto 12, 1-3; 15, 2-8: 18, 10-15; 21, 1-7;
22, 1-19; 24. 1-3. 51-66).
Dios
cumple su promesa, cuyos ejes centrales son la descendencia y el don de la
tierra, rompiendo los esquemas y proyectos de Abrahán. Dios cumple la promesa
también a Rafael por unos caminos y unos tiempos insospechados, pero se fía de
Dios, que en la Cruz de Jesús resucitado lo espera, acompaña y fortalece.
“¡Solo Dios!”
Antes de
terminar, felicito sinceramente al periodista, autor del libro, D. Fernando
Caballero, que ha nacido en Dueñas y crecido en la proximidad geográfica y
cordial del Hno. Rafael. Estudia sobre todo los procesos de beatificación y
canonización en torno a los cuales nos aporta muchas informaciones. Está escrito
con claridad, con respeto al secreto del alma de Rafael y con capacidad de
comunicación. Se lee con gusto y sin fatiga. Merece la pena dedicarle el tiempo
requerido para su lectura reposada y atenta.
Os invito a ello.
+ Card. Ricardo Blázquez
Arzobispo de Valladolid
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