La Vida Consagrada con María, esperanza de un
mundo sufriente
El
papa S. Juan Pablo II la instituyó en 1997 para que fuese celebrada en la
fiesta de la presentación que María y José hicieron de Jesús en el templo «para
ofrecerlo al Señor», como mandaba la ley a los cuarenta días de su nacimiento,
(Lc 2,22). La Presentación de Jesús –fiesta que se conoce popularmente como la
Candelaria– constituye un luminoso marco para encuadrar esta Jornada y poner de
manifiesto el significado existencial de la vida consagrada en el mundo y en la
Iglesia: «imitar más de cerca y a hacer presente continuamente en la Iglesia la
forma de vida que Jesús… abrazó y propuso a los discípulos que le seguían».
S. Juan Pablo II expuso
como uno de los fines de esta Jornada, que el pueblo de Dios agradeciera el don
de la vida consagrada a la Iglesia; agradecimiento a Dios por todas las
personas que consagran sus vidas a servir a Dios en sus hermanos, a ser signos
elocuentes de la presencia del amor de Dios a la humanidad, según un
determinado carisma. Amor de obras y no simplemente de palabras. Una Jornada
para promover el conocimiento y la estima de su presencia evangelizadora en la
Iglesia universal y en las Iglesias locales; para dar a conocer la belleza de
la diversidad de carismas con que el Espíritu adorna a su Iglesia.
Hace presente en nuestro
tiempo, a través de la vida y misión de los religiosos, el amor de Dios a los
hombres manifestado en Jesucristo. No se agota la posibilidad de imitar la
riqueza de este amor de Dios: el amor de la entrega escondida en la oración y
la alabanza de los monasterios monásticos, el afecto y la entrega de quienes
acompañan a niños y jóvenes para hacer crecer en ellos la vida; el calor y la
cercanía de quienes permanecen junto al hermano que sufre en el alma y en el
cuerpo, el cariño de los que acogen a ancianos, inmigrantes y luchan por sus
derechos; la acogida en el sacramento de la reconciliación, el testimonio
gozoso de los que ya son ancianos o están enfermos,.., tanta vida entregada…
presencia del amor de Dios.
Pero los religiosos y
religiosas nos sentimos y somos débiles, no somos héroes; necesitamos la
comprensión, la acogida y el apoyo de todo el pueblo de Dios, de cada comunidad
cristiana. Por eso, en esta Jornada, la Vida Consagrada espera y agradece la
oración de sus hermanos para que su fervor y su capacidad de amar aumenten
continuamente, contribuyendo a difundir en la sociedad de hoy el buen perfume
de Cristo (cf. 2 Cor 2,15). Y con la oración, el conocimiento y la estima de la
vida consagrada como forma de vida que encarna la presencia del amor de Dios a
los hombres, y manifiesta el rasgo profético que incluye su identidad. Unas
veces con la «profecía de la palabra y las obras» y otras con la «profecía del
silencio y la entrega callada».
Hoy tanto en la vida
consagrada como en toda la Iglesia hay necesidad de nuevas vocaciones. Toda la
comunidad cristiana tenemos que sentirnos comprometidos y responsables de
apoyar a los jóvenes que disciernen posibles llamadas del Señor; en primer
lugar, todos con la oración, «pedid al dueño de la mies;» las familias para
acoger, con gratitud al Señor, la posible llamada a uno de sus hijos o hijas a
la vida consagrada; los sacerdotes, religiosos y religiosas para que con el
testimonio alegre y esperanzado de sus vidas sean la imagen visible de la
llamada invisible del Señor.
Elías Royón
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