Esta
expresión la he oído muchas veces en boca de obispos, teólogos, y de cristianos
de a pie. Entiendo que es una llamada, y hasta una reivindicación, a tomar en
serio la vocación y la misión de los fieles cristianos laicos en la Iglesia y
en el mundo.
Por
eso, la Conferencia Episcopal Española ha convocado para los próximos días un
gran Congreso de y para los laicos, que se celebrará en Madrid, bajo el lema:
“Un laicado en acción. Vivir el sueño misionero de llegar a todas las
personas”.
En
la vida cristiana todo comienza en el bautismo. Al recibir el don de la fe
somos hechos hijos de Dios y nos incorporamos al Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia. Este es el gran don y la vocación de todo cristiano. Todos nacemos a
la fe iguales, pero en cada uno hay una llamada dentro de la llamada. Dios te
llama a ser su hijo, pero al mismo tiempo te destina a vivir en un estado de
vida diferente, complementario: el sacerdocio, la vida consagrada, el laicado.
El bautizado a lo largo de la vida va descubriendo su vocación y misión
concreta dentro de la Iglesia. Creo que la vida cristiana crece y madura al
calor de una pregunta cotidiana que hemos de hacer a Dios: Señor, ¿qué quieres
de mí?
Por
eso, cada uno, ha de vivir la vocación a la luz de la fe. Una vocación “que nos
lleva a vivir unidos a Jesús, estar abiertos a la conversión, tener una clara
conciencia de pecado, estar disponibles para la misión. Vivida de esta manera
la vocación lleva a experimentar el seguimiento de Jesús como un proyecto de
felicidad y paz interior, de liberación y dignificación de nuestra propia
humanidad” (Instrumento de trabajo, 48).
No
estamos en el mundo por casualidad, lo ha dicho muchas veces el Papa Francisco:
“Yo soy una misión en esta tierra, y para esto estoy en este mundo” (EG, 273).
Descubrir cuál es esta misión es la tarea más importante de nuestra existencia,
y también lo que le da sentido.
Los
fieles cristianos laicos tienen una misión en la Iglesia, y también en el
mundo. Con su vida de fe, su vida familiar y profesional, enriquecen la
comunidad eclesial y la hacen viva, pero también están llamados a transformar
la realidad social con la fuerza del Evangelio. Los fieles laicos han de estar
presentes en el mundo del trabajo, de la economía, de la política, de las
comunicaciones, de la cultura. Han de impregnar con el espíritu de Jesucristo
el tejido social con convicción y con humildad, con la palabra y con el
testimonio.
El
laicado es un fuerte reto para la Iglesia; un reto que es oportunidad si lo
vivimos en la esperanza. Una Iglesia que se sabe misionera debe hacer vida la
fe que profesa, y debe salir a los caminos del mundo a anunciar a Jesucristo,
Salvador de los hombres. Para ello hemos de apostar por procesos de formación y
acompañamiento de tantos laicos que sienten la inquietud de responder a la
llamada de Dios en esta hora de la evangelización.
+
Ginés García Beltrán
Obispo
de Getafe
No hay comentarios:
Publicar un comentario