Esta expresión es sobradamente
conocida por los que ya peinamos canas, o, peor aún, no tenemos ya canas que
peinar. Nos suena mucho la película de “romanos” de los años 60.
Actualmente, esta clase de
películas se ha ido perdiendo de nuestras vidas, quizá por pasarse de moda,
por encontrarse descatalogadas, o, lo
que es peor, porque todo lo que huele a cristianos, persecuciones y martirios
de aquellas épocas, etc. no interesa y no vende.
Ahora vende bien todo episodio de
violencia de cualquier género, sexo, adulterios, drogas, y demás temas que
están a la orden del día; “venden” más. Se han perdido las virtudes-no los
valores- palabra pagana, que ahora se emite en aras de una pretendida
“solidaridad”. Que por otra parte es una virtud cristiana, aunque dé vergüenza
denominarla así.
Pues en la película en cuestión,
Pedro el Apóstol, se va de Roma cuando la persecución de Nerón, con su
discípulo Nazario. De camino por la Vía Apia, siente un resplandor y, al mismo
tiempo, como un viento suave que no mueve las hojas de los árboles. Muchas
veces he pensado en ese momento que, de niño, me impresionó. Pero ahora
encuentro un doble sentimiento ante este espectáculo: me recuerda la visión de
Pablo camino de Damasco, cuando le habla el Señor, y le pregunta:” ¿Por qué
me persigues?” que es lo mismo que decir: ¿Por qué persigues a mis
ovejas? Y el momento del viento suave, se vuelve a desdoblar: Me recuerda
el viento suave de Elías en el monte Carmelo, cuando Dios-Yahvé se le revela
como un viento suave, no con el furor del trueno, o el estruendo de un
terremoto; y el desconcierto de Moisés en el episodio de la Zarza ardiente.
Yo no sé si el director de la
magistral película pensó en todo esto, pero, desde luego, no fue consciente del
bien que me hizo al considerar esta situación.
En la película, ante la situación
que se presenta, ambos, Pedro y Nazario quedan atónitos y sin poder hablar.
Solamente Nazario habla estas palabras:”…Simón, a dónde vas? Ve a
encontrarte en Roma con mis hermanos…”.Pedro le dice a Nazario que repita
estas palabras y Nazario le responde diciéndole que no ha dicho nada. Es el
Señor quien ha hablado por él.
Pedro, comprende la situación, y
va al martirio a Roma, donde morirá crucificado como su Maestro, pero cabeza
abajo, por no considerarse digno de tal honor.
Y nosotros, ¿no nos preguntamos
adónde vamos? Es posible que un día nos encontremos con un determinado Nazario
que hable por boca del Señor, y nos diga: ¿a dónde vas? ¿Qué buscas en la vida?
Estás amontonando trigo para banquetear mañana, cuando a lo peor, mañana no va
a llegar, como nos relata el Evangelio?
Nos ata tanto la comodidad de la
vida moderna, que no tenemos libertad. Es curioso este aspecto. En la época donde
más se habla de libertad, y el hombre es más esclavo: de su trabajo, del
dinero, de sus pasiones. Es capaz de sacrificar a su familia, para echar unas
horas más de trabajo. No es capaz de pararse a pensar a dónde se dirige, el por
qué de su existencia; no se pregunta ni tan siquiera del origen y fin de su
vida. En el mejor de los casos confiesa un agnosticismo en aras de afirmar que
hay las mismas razones para creer que para no creer.
¡Qué buen trabajo del Príncipe de
la Mentira, Satanás!
Donde está tu tesoro ahí está tu corazón
(Mt 6,21). Hemos de preguntarnos dónde ponemos el corazón; probablemente
las riquezas estarán presentes en todas las encuestas. ¿Y el último día de
nuestra existencia, cuando nos falten las fuerzas, nos acose la enfermedad o la
vejez? ¿Tendremos también los mismos tesoros? Pidamos sensatez al Señor,
pidamos sabiduría como Salomón, y Él se nos revelará en toda su generosidad.
Los años se cumplen para algo; la
naturaleza es sabia, y nos hace entrar en razón. La vida nos pone a cada uno en
su lugar. Has luchado por muchas cosas en tu vida; muchas de ellas son buenas,
otras son hasta excelentes, otras nos pueden avergonzar, pero ¿En qué lugar
está Dios? Pensemos también en el bien que pudimos hacer y no hicimos, en la
omisión de ayuda que nunca dimos, en el sufrimiento que dimos en vez de amor,
en las veces que no nos inmolamos hundiéndonos en la tierra como el trigo para
salir mañana como alimento para los demás. Como nos dice San Juan de la Cruz: “Al
atardecer de la vida nos examinarán del amor”.
¿Has pensado alguna vez en las
veces que pudiste decir a tu esposo o esposa que le amas, o te has privado de
dar un aliento de cariño a los hijos, a los amigos…?
Quizá nunca dijiste una palabra
de cariño a tus padres o hermanos, y ahora ya no están contigo y no se lo
puedes decir. ¿Pediste perdón a alguien con quien discutiste, y que ahora, ya,
no lo puedes hacer porque quizá no vive?
Dice Jesús: “…cuando vayas con
tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que
te arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te
meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el
último céntimo” (Lc 12, 57-59)
Procuremos, pues, dar amor; a los
que nos aman y a los que no nos aman. “…Amad a vuestro enemigos, y rogad por
los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace
salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si
amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen eso mismo los
publicanos? Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 44-48)
Revisemos, pues, nuestra vida,
buscando la Verdad que es Jesucristo, revelado en su Evangelio. Él nos da la
verdadera libertad, la verdadera felicidad, y nos guiará por el sendero
justo, por el honor de su Nombre (Sal 22).
Éste es, y no otro, nuestro
particular QUO VADIS.
Alabado sea Jesucristo.
Tomás Cremades