jueves, 30 de mayo de 2019

Uno siente que Tú existes






“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, vende todo lo que uno tiene y compra el campo.” Mt 13; 44

Uno siente que Tú existes  cuando descubre que aquello  que vive y que experimenta  es exactamente igual  a lo que alguien un día  vivió y experimentó.

No importa si cerca o lejos
no importa si aquí o allá;
todo tipo de personas
en cada esquina del mundo
han recibido tu amor
y han sentido en lo más hondo
ser parte de una corriente
que transformará el mundo.

Hay una parte escondida
que nos muestra tu Palabra
detrás de la realidad.

Hay un mundo inabarcable
que se nos revela a aquellos
que buscamos y esperamos
a pesar de no entender,
qué fuerza es la que nos mueve
a no rendirnos jamás.

Y en ese mundo escondido
que muestra una realidad
que no se ve con los ojos
sino los del corazón,
es donde nos encontramos
con tanta gente que vencía.

Y que sólo si Tú quieres
nos dibujas en el alma.

“Mientras, nosotros, pueblo tuyo,   ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, cantaremos tus alabanzas de generación en generación.”

Salmo 78; 13


(Olga Alonso) 
 comunidadmariamadreapostoles.com

miércoles, 29 de mayo de 2019

Cantemos al Señor el cántico del amor




"Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos exhorta a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo sabe lo que significa este cántico nuevo. Un cántico es expresión de alegría y, considerándolo con más atención, es una expresión de amor. Por esto, el que es capaz de amar la vida nueva es capaz de cantar el cántico nuevo. Debemos, pues, conocer en qué consiste esta vida nueva, para que podamos cantar el cántico nuevo. Todo, en efecto, está relacionado con el único reino, el hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo. Por ello el hombre nuevo debe cantar el cántico nuevo porque pertenece al Testamento nuevo. 

Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice que no amemos, sino que elijamos a quien amar. Pero, ¿cómo podremos elegir, si antes no somos nosotros elegidos? Porque, para amar, primero tenemos que ser amados. Oíd lo que dice el apóstol Juan: El nos amó primero. Si buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a Dios, la única razón que encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dio a sí mismo como objeto de nuestro amor y nos dio el poder amarlo. El apóstol Pablo nos enseña de manera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder amarlo: El amor de Dios dice ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por quién ha sido derramado? ¿Por nosotros, quizá? No, ciertamente. ¿Por quién, pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado. 

Teniendo, pues, tan gran motivo de confianza, amemos a Dios con el amor que de él procede. Oíd con qué claridad expresa San Juan esta idea: Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. Sería poco decir: El amor es de Dios. Y ¿quién de nosotros se atrevería a decir lo que el evangelista afirma: Dios es amor? Él lo afirma porque sabe lo que posee. 
Dios se nos ofrece en posesión. Él mismo clama hacia nosotros: «Amadme y me poseeréis, porque no podéis amarme si no me poseéis.» 

¡Oh, hermanos! ¡Oh, hijos de Dios! Germen de universalidad, semilla celestial y sagrada, que habéis nacido en Cristo a una vida nueva, a una vida que viene de lo alto, escuchadme, mejor aún, cantad al Señor, junto conmigo, un cántico nuevo. «Ya lo canto», me respondes. Sí, lo cantas, es verdad, ya lo oigo. Pero, que tu vida no dé un testimonio contrario al que proclama tu voz. 

Cantad con la voz y con el corazón, con la boca y con vuestra conducta: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas hay que cantar de aquel a quien amáis? Porque, sin duda, queréis que vuestro canto tenga por tema a aquel a quien amáis. ¿Os preguntáis cuáles son las alabanzas que hay que cantar? Habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas? Resuene su alabanza en la  asamblea  de los fieles. Su alabanza son los mismos que cantan. ¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor alabanza que podáis tributarle, si es buena vuestra conducta." 

(De los Sermones de San Agustín, 
obispo de la Iglesia Católica) 

martes, 28 de mayo de 2019

Mensaje del Papa para la Jornada de las Comunicaciones Sociales



Mensaje del Santo Padre
«Somos miembros unos de otros» (Ef 4,25).
Queridos hermanos y hermanas:
Desde que internet ha estado disponible, la Iglesia siempre ha intentado promover su uso al servicio del encuentro entre las personas y de la solidaridad entre todos. Con este Mensaje, quisiera invitarles una vez más a reflexionar sobre el fundamento y la importancia de nuestro estar-en relación; y a redescubrir, en la vastedad de los desafíos del contexto comunicativo actual, el deseo del hombre que no quiere permanecer en su propia soledad.
Las metáforas de la “red” y de la “comunidad”
El ambiente mediático es hoy tan omnipresente que resulta muy difícil distinguirlo de la esfera de la vida cotidiana. La red es un recurso de nuestro tiempo. Constituye una fuente de conocimientos y de relaciones hasta hace poco inimaginable.
Sin embargo, a causa de las profundas 12 transformaciones que la tecnología ha impreso en las lógicas de producción, circulación y disfrute de los contenidos, numerosos expertos han subrayado los riesgos que amenazan la búsqueda y la posibilidad de compartir una información auténtica a escala global. Internet representa una posibilidad extraordinaria de acceso al saber; pero también es cierto que se ha manifestado como uno de los lugares más expuestos a la desinformación y a la distorsión consciente y planificada de los hechos y de las relaciones interpersonales, que a menudo asumen la forma del descrédito.
Hay que reconocer que, por un lado, las redes sociales sirven para que estemos más en contacto, nos encontremos y ayudemos los unos a los otros; pero por otro, se prestan también a un uso manipulador de los datos personales con la finalidad de obtener ventajas políticas y económicas, sin el respeto debido a la persona y a sus derechos. Entre los más jóvenes, las estadísticas revelan que uno de cada cuatro chicos se ha visto envuelto en episodios de acoso cibernético. [1] Ante la complejidad de este escenario, puede ser útil volver a reflexionar sobre la metáfora de la red que fue propuesta al principio como fundamento de internet, para redescubrir sus potencialidades positivas. La figura de la red nos invita a reflexionar sobre la multiplicidad de recorridos y nudos que aseguran su resistencia sin que haya un centro, una estructura de tipo jerárquico, una organización de tipo vertical. La red funciona gracias a la coparticipación de todos los elementos. La metáfora de la red, trasladada a la dimensión antropológica, nos recuerda otra figura llena de significados: la comunidad. Cuanto más cohesionada y solidaria es una comunidad, cuanto más está animada por sentimientos de confianza y persigue objetivos compartidos, mayor es su fuerza.
La comunidad como red solidaria precisa de la escucha recíproca y del diálogo basado en el uso responsable del lenguaje. Es evidente que, en el escenario actual, la social network community no es automáticamente sinónimo de comunidad. En el mejor de los casos, las comunidades de las redes sociales consiguen dar prueba de cohesión y solidaridad; pero a menudo se quedan solamente en agregaciones de individuos que se agrupan en torno a intereses o temas caracterizados por vínculos débiles. Además, la identidad en las redes sociales se basa demasiadas veces en la contraposición frente al otro, frente al que no pertenece al grupo: este se define a partir de lo que divide en lugar de lo que une, dejando espacio a la sospecha y a la explosión de todo tipo de prejuicios (étnicos, sexuales, religiosos y otros). Esta tendencia alimenta grupos que excluyen la heterogeneidad, que favorecen, también en el ambiente digital, un individualismo desenfrenado, terminando a veces por fomentar espirales de odio.
Lo que debería ser una ventana abierta al mundo se convierte así en un escaparate en el que exhibir el propio narcisismo. La red constituye una ocasión para favorecer el encuentro con los demás, pero puede también potenciar nuestro autoaislamiento, como una telaraña que atrapa. Los jóvenes son los más expuestos a la ilusión de pensar que las redes sociales satisfacen completamente en el plano relacional; se llega así al peligroso fenómeno de los jóvenes que se convierten en “ermitaños sociales”, con el consiguiente riesgo de apartarse completamente de la sociedad. Esta dramática dinámica pone de manifiesto un grave desgarro en el tejido relacional de la sociedad, una laceración que no podemos ignorar.
Esta realidad multiforme e insidiosa plantea diversas cuestiones de carácter ético, social, jurídico, político y económico; e interpela también a la Iglesia. Mientras los gobiernos buscan vías de reglamentación legal para salvar la visión original de una red libre, abierta y segura, todos tenemos la posibilidad y la responsabilidad de favorecer su uso positivo. Está claro que no basta con multiplicar las conexiones para que aumente la comprensión recíproca. ¿Cómo reencontrar la verdadera identidad comunitaria siendo conscientes de la responsabilidad que tenemos unos con otros también en la red?
“Somos miembros unos de otros”
Se puede esbozar una posible respuesta a partir de una tercera metáfora, la del cuerpo y los miembros, que san Pablo usa para hablar de la relación de reciprocidad entre las personas, fundada en un organismo que las une. «Por lo tanto, dejaos de mentiras, y hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros» (Ef 4,25). El ser miembros unos de otros es la motivación profunda con la que el Apóstol exhorta a abandonar la mentira y a decir la verdad: la obligación de custodiar la verdad nace de la exigencia de no desmentir la recíproca relación de comunión.
De hecho, la verdad se revela en la comunión. En cambio, la mentira es el rechazo egoísta del reconocimiento de la propia pertenencia al cuerpo; es el no querer donarse a los demás, perdiendo así la única vía para encontrarse a uno mismo. La metáfora del cuerpo y los miembros nos lleva a reflexionar sobre nuestra identidad, que está fundada en la comunión y la alteridad. Como cristianos, todos nos reconocemos miembros del único cuerpo del que Cristo es la cabeza. Esto nos ayuda a ver a las personas no como competidores potenciales, sino a considerar incluso a los enemigos como personas. Ya no hay necesidad del adversario para autodefinirse, porque la mirada de inclusión que aprendemos de Cristo nos hace descubrir la alteridad de un modo nuevo, como parte integrante y condición de la relación y de la proximidad. Esta capacidad de comprensión y de comunicación entre las personas humanas tiene su fundamento en la comunión de amor entre las Personas divinas. Dios no es soledad, sino comunión; es amor, y, por ello, comunicación, porque el amor siempre comunica, es más, se comunica a sí mismo para encontrar al otro. Para comunicar con nosotros y para comunicarse a nosotros, Dios se adapta a nuestro lenguaje, estableciendo en la historia un verdadero diálogo con la humanidad (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 2).
En virtud de nuestro ser creados a imagen y semejanza de Dios, que es comunión y comunicación-de-sí, llevamos siempre en el corazón la nostalgia de vivir en comunión, de pertenecer a una comunidad. «Nada es tan específico de nuestra naturaleza –afirma san Basilio– como el entrar en relación unos con otros, el tener necesidad unos de otros».[2] El contexto actual nos llama a todos a invertir en las relaciones, a afirmar también en la red y mediante la red el carácter interpersonal de nuestra humanidad. Los cristianos estamos llamados con mayor razón, a manifestar esa comunión que define nuestra identidad de creyentes. Efectivamente, la fe misma es una relación, un encuentro; y mediante el impulso del amor de Dios podemos comunicar, acoger, comprender y corresponder al don del otro. La comunión a imagen de la Trinidad es lo que distingue precisamente la persona del individuo. De la fe en un Dios que es Trinidad se sigue que para ser yo mismo necesito al otro. Soy verdaderamente humano, verdaderamente personal, solamente si me relaciono con los demás.
El término persona, de hecho, denota al ser humano como ‘rostro’ dirigido hacia el otro, que interactúa con los demás. Nuestra vida crece en humanidad al pasar del carácter individual al personal. El auténtico camino de humanización va desde el individuo que percibe al otro como rival, hasta la persona que lo reconoce como compañero de viaje.
Del “like” al “amén”
La imagen del cuerpo y de los miembros nos recuerda que el uso de las redes sociales es complementario al encuentro en carne y hueso, que se da a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la mirada, la respiración del otro. Si se usa la red como prolongación o como espera de ese encuentro, entonces no se traiciona a sí misma y sigue siendo un recurso para la comunión. Si una familia usa la red para estar más conectada y luego se encuentra en la mesa y se mira a los ojos, entonces es un recurso. Si una comunidad eclesial coordina sus actividades a través de la red, para luego celebrar la Eucaristía juntos, entonces es un recurso. Si la red me proporciona la ocasión para acercarme a historias y experiencias de belleza o de sufrimiento físicamente lejanas de mí, para rezar juntos y buscar juntos el bien en el redescubrimiento de lo que nos une, entonces es un recurso.
Podemos pasar así del diagnóstico al tratamiento: abriendo el camino al diálogo, al encuentro, a la sonrisa, a la caricia… Esta es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres. La Iglesia misma es una red tejida por la comunión eucarística, en la que la unión no se funda sobre los “like” sino sobre la verdad, sobre el “amén” con el que cada uno se adhiere al Cuerpo de Cristo acogiendo a los demás.

Vaticano, 24 de enero de 2019
Fiesta de San Francisco de Sales.
FRANCISCUS

lunes, 27 de mayo de 2019

Salmo 45(44).- Epitalamio real




 Texto Bíblico:

Mi corazón se desborda en un hermoso poema. Recito mis versos a un rey.
Mi lengua es ágil pluma de escritor.
Eres el más bello de los hombres y en tus labios se derrama la gracia, porque el Señor te bendice para siempre.
Cíñete al flanco la espada, valiente, con majestad y esplendor.
Cabalga victorioso por la verdad, la pobreza y la justicia.
Que tu diestra te enseñe a hacer proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden, y se acobardan los enemigos del rey.
¡Tú trono es de Dios y permanece para siempre!
¡Cetro de rectitud es el cetro de tu reino! Tú amas la justicia y odias la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con perfume de fiesta, entre todos tus compañeros.
Mirra y áloe perfuman tus vestidos, y te alegra el son de las arpas en el palacio de marfil.
Hijas de reyes salen a tu encuentro. De pie, a tu derecha, está la reina, adornada con oro de Ofir.
Escucha hija, mira, inclina el oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre, el rey está prendado de tu belleza. ¡Póstrate ante él, pues él es tu señor!
La ciudad de Tiro viene con sus regalos, los pueblos más ricos buscan su favor.
Ahora entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocados.
Ellos la llevan en presencia del rey, con séquito de vírgenes, y sus compañeras la siguen.
Con júbilo y alegría la conducen, y entran en el palacio real.
«A cambio de tus padres, tendrás hijos, y los nombrarás príncipes por toda la tierra».
Vaya conmemorar tu nombre de generación en generación, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos.

Reflexión: Amados De Dios


Este Salmo es un canto litúrgico acerca del Mesías en su título de Rey. En él se le describe con palabras tan profundamente líricas como estas: «Eres el más bello de los hombres y en tus labios se derrama la gracia, porque el Señor te bendice para siempre...».
El salmista anuncia que la belleza del Mesías es debida a la gracia que derraman sus labios, es decir, a la palabra que sale de su boca. Y así lo vemos en la primera predicación que Jesucristo hace en Nazaret, la cual provocó que sus oyentes se «quedasen admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22).
Por esta abundancia de salvación que sale de los labios de este rey, el salmista añade: «Porque el Señor te bendice para siempre». Bendecir, que significa decir, hablar bien de alguien, es decir, bien-decir. Y Dios Padre bendijo, habló bien de su Hijo, por ejemplo en la transfiguración, cuando proclamó sobre Él: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (Mt 17,5).
Escuchadle, como ya anuncia el libro del Deuteronomio, «con todo el corazón y con toda el alma» (Dt 30,2). Por eso Dios dice estas palabras sobre su Hijo, porque tiene el oído atento a su voz con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo su ser. Por eso es mi Hijo amado. Y para que el hombre sea también el Amado del Padre, también como hijo, se nos indica el camino: ¡Escuchadle! ¡Escuchadle! ¿Dónde...? En el Evangelio. Desde él Dios siembra en el corazón del hombre palabras de vida eterna y las graba tal y como Él prometió por medio de los profetas. «Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días: pondré mi Palabra en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,33). Alianza cumplida por Jesucristo, y no ya solamente para el pueblo de Israel sino para todos los pueblos de la tierra. Alianza realizada y sellada por el Hijo de Dios con su propia sangre tal y como lo anunció en la Pascua y que la Iglesia proclama en la Eucaristía. «De igual modo, después de cenar tomó la copa diciendo: esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre que es derramada por vosotros» (Lc 22,30).
Habíamos dicho que este salmo era un canto litúrgico del Mesías en su entronización real, y al mismo tiempo nos habla también de sus desposorios. Así se nos presenta una princesa, hija de reyes, a la cual se le exhorta que tenga atento el oído para que el Mesías-Rey quede admirado con su belleza. «Escucha, hija, mira, inclina el oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre, el rey está prendado de tu belleza».
Hemos visto al principio cómo el salmista llamaba «bello» al Mesías por estar tan lleno de la Palabra, que le fluye por los labios. Esta hija de reyes, para estar a la altura de la boda, tendrá que ser alguien que escuche y ponga atento el oído, de forma que se cumpla en ella la promesa que anunciamos en Jeremías. Entonces su corazón estará lleno de la Palabra escuchada con su oído abierto y dispuesto. Esta princesa, con la abundancia de la Palabra dentro de su ser hasta el punto de rebosar por su boca, es por eso mismo también bendita-amada de Dios igual que bendito y amado es su Hijo.
Es fácil ver en esta mujer lo que ya anunciaron los profetas y tantos santos nos han legado: el alma del hombre que, para estar a punto de su desposorio con Dios, sólo necesita una cosa: estar llena de la Palabra, creer en ella con confianza y sin «prudencias humanas». El optar por un estilo de vida, sea religioso o sea seglar, soltero o casado, no es determinante para este desposorio. La «aptitud» viene marcada por la vinculación al Evangelio, yendo hacia él y viéndolo como don de Dios y no como un programa para llegar a ser idóneo y perfecto. 
En el libro del Apocalipsis se nos habla de las bodas del Cordero y nos describe a la esposa profundamente engalanada (Ap 19,7-8). Así nos la anuncia ya el salmo: «Ahora entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocados. Ellos la llevan en presencia del rey». Está engalanada con los mismos atributos de Dios: amor, bondad, compasión, misericordia, etc., que le han sido concedidos porque están presentes en la Palabra que ha escuchado, guardado y obedecido.
La princesa, a la que ya hemos identificado con el alma atenta a Dios-Palabra, será extraordinariamente fecunda: sus hijos llegarán a ser príncipes sobre toda la tierra: «A cambio de tus padres, tendrás hijos, y los nombrarás príncipes por toda la tierra».
Todo hombre-mujer que, por la Palabra, se desposa con Jesucristo, engendra hijos en la fe en todo el mundo. Aunque nos parezca imposible, Dios se sirve de estas almas para sembrar la vida eterna en innumerables personas. El apóstol Pablo tenía la conciencia clara de su fecundidad por el hecho de predicar el Evangelio: «He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús» (1Cor 4,15). 

(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)


domingo, 26 de mayo de 2019

Cualquiera no puede sembrar paz.




Os doy mi propia paz

Juan 14, 23-29

Siguiendo la costumbre judía, los primeros cristianos se saludaban deseándose mutuamente la «paz». No era un saludo rutinario y convencional. Para ellos tenía un significado más profundo. En una carta que Pablo escribe hacia el año 61 a una comunidad cristiana de Asia Menor, les manifiesta su gran deseo: «Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones».

Esta paz no hay que confundirla con cualquier cosa. No es una ausencia de conflictos y tensiones. Tampoco una sensación de bienestar o una búsqueda de tranquilidad interior. Según el evangelio de Juan, es el gran regalo de Jesús, la herencia que ha querido dejar para siempre en sus seguidores. Así dice Jesús: «Os dejo la paz, os doy mi paz».

Sin duda, recordaban lo que Jesús había pedido a sus discípulos al enviarlos a construir el reino de Dios: «En la casa en que entréis, decid primero: paz a esta casa». Para humanizar la vida, lo primero es sembrar paz, no violencia; promover respeto, diálogo y escucha mutua, no imposición, enfrentamiento y dogmatismo.

¿Por qué es tan difícil la paz? ¿Por qué se vuelve una y otra vez al enfrentamiento y la agresión mutua? Hay una respuesta primera, tan elemental y sencilla, que nadie la toma en serio: sólo los hombres y mujeres que poseen paz, pueden ponerla en la sociedad.

Cualquiera no puede sembrar paz. Con el corazón lleno de resentimiento, intolerancia y dogmatismo se puede movilizar a la gente, pero no es posible aportar verdadera paz a la convivencia. No se ayuda a acercar posturas y a crear un clima amistoso de entendimiento, mutua aceptación y diálogo.

No es difícil señalar algunos rasgos de la persona que lleva en su interior la paz de Cristo. Busca siempre el bien de todos, no excluye a nadie, respeta las diferencias, no alimenta la agresión, fomenta lo que une, nunca lo que nos enfrenta.

¿Qué estamos aportando hoy desde la Iglesia de Jesús? ¿Concordia o división? ¿Reconciliación o enfrentamiento? Y si los seguidores de Jesús no llevan paz en su corazón, ¿qué es lo que llevan? ¿Miedos, intereses, ambiciones, irresponsabilidad?


Ed. Buenas Noticias


sábado, 25 de mayo de 2019

Domingo VI Tiempo Pascual


  
El Espíritu nos acompaña y enseña

        El domingo pasado Jesús resucitado nos dijo que no nos ha abandonado, sino que está en medio de nosotros por medio del amor. Hoy nos lo vuelve a decir  y añade que esta presencia implica también la presencia dinámica del Padre y del Espíritu.

         Una de las facetas de la acción del Espíritu en nosotros es que nos ayuda a comprender y actualizar la palabra de Dios en las circunstancias concretas. Jesús habló anunciando la salvación en un contexto cultural concreto y con problemas concretos. Cuando cambian la cultura y los problemas,  ¿hay que repetir siempre literalmente sus enseñanzas y el resto de la palabra de Dios? ¿Es legítimo profundizar en ellas para poder iluminar los nuevos problemas  y la nueva situación cultural? ¿Es legítima la evolución doctrinal y organizativa en la Iglesia? No todos lo aceptan, como se ve después de los concilios, especialmente después del Vaticano II, en que han surgido grupos disidentes. Por otra parte surgen herejías, ¿cómo discernir la evolución correcta de la incorrecta?  Jesús anunció que es correcta y necesaria la evolución y que el Espíritu Santo ayudará a su Iglesia, especialmente a los apóstoles, sus testigos cualificados, a realizar esta profundización correctamente. El Espíritu Santo y la tradición apostólica es la respuesta correcta.  

La primera lectura ofrece un ejemplo de esta acción. Recuerda el conflicto que se dio en la Iglesia primitiva a propósito de la aceptación de los no judíos en la comunidad cristiana. Todos estaban de acuerdo en que la obra salvífica de Jesús estaba destinada al pueblo judío y a toda la humanidad, pero disentían en el modo. La razón era que en los oráculos de los profetas se anuncia la venida de los gentiles a Jerusalén para participar de la salvación mesiánica, por ejemplo Is 60. Unos interpretaban estas palabras en el sentido de que los gentiles tenían que hacerse previamente judíos circuncidándose y, como tales, recibir el bautismo, pero otros, con más razón, decían que los oráculos solo anunciaban el hecho de la llegada del Mesías salvador al pueblo judío y que esta salvación también se ofrecía a los no judíos, sin necesidad de que se circuncidaran. Se reúnen delegados de las comunidades con los apóstoles y dialogan sobre el problema, incluso discuten fuertemente. Y llegan a una conclusión: no se tienen que circuncidar los gentiles, pero en las comunidades en que haya judío y gentiles, éstos deben evitar acciones repugnantes para los judíos. Para esta conclusión se fundan en el hecho de que todas las verdades deben ser coherentes entre sí y que atribuir a la circuncisión un valor salvador implicaba deformar la fe, pues solo salva la muerte y resurrección de Jesús.
 Y lo interesante: se presenta la conclusión como obra del Espíritu Santo, con lo que enseñan que el Espíritu interviene por medio de estos diálogos e incluso fuertes discusiones, que son necesarias para llegar a la verdad. Lo importante es hacerlo con recta intención.

        La palabra de Dios tiene que iluminar la vida de la Iglesia y de sus fieles y en aplicación concreta hay que contar con la ayuda del Espíritu Santo en los diversos niveles (toda la Iglesia, diócesis, parroquia, grupo eclesial), que actuará en la medida en que se proceda con recta intención, con la debida preparación (el Espíritu no suple el esfuerzo humano) y a la luz de toda la palabra de Dios, pues el Espíritu no se puede contradecir.        En la celebración de la Eucaristía el Espíritu nos ayuda a comprender la palabra de Jesús y llevarla a la vida.


Primera lectura: Lectura de los Hechos de los Apóstoles 15,1-2. 22-29: Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros
Salmo responsorial: Sal 66,2-3. 5. 6. 8: Oh Dios, que te alaben los pueblos
Segunda lectura: Lectura del Apocalipsis 21,10-14. 22-23: El ángel me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo
Evangelio: Lectura del santo Evangelio según san Juan 14,23-29: El Espíritu Santo os lo enseñará todo.



Dr. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 24 de mayo de 2019

El padre pródigo




Tres son los personajes del conocido texto del “Hijo Pródigo”, que quizá sería mejor llamarle del “Padre pródigo”, que realmente es el bueno; no podía ser de otra forma porque está ocupando el puesto de Dios.

Es de pensar que este padre le había dado todo lo que un padre quiere dar a su hijo: alimento, cariño, formación, ternura… No era suficiente para el hijo. Tanto es así que el hijo no aguanta quizá la monotonía del día a día y decide encontrar la vida de otra forma. 

Y la quiere encontrar sin su padre. Es más: “…dame la parte de herencia que me corresponde…” Es decir: “tú estás muerto para mí, y dame la herencia”. Suena duro, pero es que la herencia se reparte cuando el padre ha fallecido.

Todos al escuchar la parábola nos fijamos en las maldades de los hijos, y no analizamos al padre. ¿Cómo se sentiría el padre? De entrada, no hay reproches en él.  A ninguno de los hijos les dice que no acepta su comportamiento. Al hijo mayor le apunta: “…todo lo mío es tuyo…”; al hijo menor, a su vuelta, no le deja ni hablar, se abraza al cuello, le llena de besos, le viste sus mejores galas y le da un espléndido banquete. Y es que, además, el hijo menor vuelve por el puro interés de su manutención. No tiene qué comer, ni cómo vestirse, ni donde vivir, sino como los cerdos,- que es el animal impuro de los judíos-, ha caído lo más bajo que se puede caer…y el padre no reprocha nada.

Y ahora interpretamos en sintonía de Dios: ¡cuántas veces habremos sido cualquiera de los dos hermanos! O los dos! Y si hubiéramos sido el padre, ¿habríamos respondido así? Seguramente le hubiéramos reprochado su comportamiento, a uno y a otro.

Dios no es así. Dios es Amor. Dios conoce nuestro barro, y sabe perdonar de verdad. Él quiere ser amado en libertad. Y espera pacientemente, a pesar de nuestros pecados…un día, otro día, un año, otro año…Y con sus brazos abiertos en la Cruz,- que son las alas de águila que dicen los salmos-, nos refugia y nos protege.

¿Cuándo aprenderemos realmente a desnudarnos de nosotros mismos y confiar en Él? Y empleo la palabra “desnudarnos”, quitar de nosotros los pecados de impureza que son, en el lenguaje bíblico, el pecado de la idolatría: el del seguimiento a los ídolos, que comienzan por el propio “ego”, y continúan por el dios dinero, para acabar en todo el repertorio que nos induce el Enemigo Satanás.

(Tomás Cremades) comunidadmaríamadreapóstoles.com

jueves, 23 de mayo de 2019

Ave María




Ave María, Mujer pobre y humilde, 
bendecida por el Altísimo.

Virgen de la esperanza, profecía de los tiempos nuevos, 
nosotros nos unimos a tu canto de alabanza 
para celebrar las misericordias del Señor, 
para anunciar la venida del Reino de Dios 
y la plena liberación del hombre.
  
Ave María, humilde sierva del Señor, 
gloriosa Madre de Cristo.

Virgen fiel, morada santa del Verbo, 
enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra, 
a ser dóciles a la voz del Espíritu, 
atentos a su llamada en la intimidad de la conciencia 
y a sus manifestaciones en los eventos de la Historia.
  
Ave María, Mujer del dolor, 
Madre de los que viven 
Virgen esposa ante la Cruz, Eva nueva, 
sé nuestra guía en los caminos del mundo, 
enséñanos a vivir y a defender el amor de Cristo, 
a llevar con humildad nuestra cruz 
y estar contigo ante la Cruz de Cristo 
-ante los débiles, los que sufren, los marginados, los pobres- 
y a conocer en sus rostros el rostro de Cristo.

Ave María, Mujer de la fe antes que los discípulos 
Virgen Madre de la Iglesia, ayúdanos siempre 
a dar razón de la esperanza que hay en nosotros, 
confiando en la bondad del hombre creado por Dios 
a su imagen y en el amor del Padre.

Enséñanos a renovar el mundo desde adentro: 
en la profundidad del silencio y de la oración, 
en la alegría del amor fraterno, 
en la fecundidad insustituible de la Cruz.
  
Santa María, Madre de los creyentes, 
ruega por nosotros. Amén.