A
la luz del Salmo 35.
“…Tú
socorres a hombres y animales… Se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a
beber del torrente de tus delicias, porque en Ti está la fuente viva y tu Luz
nos hace ver la luz…”
Es incalculable la
riqueza de la Escritura. Sin duda la Palabra de Dios inspirada en los Salmos,
es de tan gran riqueza, que en unos pocos versículos, se esconde, por así
decir, toda la grandeza de Dios.
Los hombres que siguen a
Dios, que se alimentan de Él con su Palabra, que es el Evangelio, que se
nutren, en palabras del Salmo, de Jesús Eucaristía, están expectantes esperando la
manifestación gloriosa de los hijos de Dios. (Rm 8, 19-25)
El Evangelio de
Jesucristo según san Marcos, en el episodio de “la multiplicación de los panes
y los peces”, nos dice: “…Entonces mandó Jesús que se
acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba… Comieron todos y se
saciaron…” (Mc 8, 39-43)
Ahí encontraron el
alimento que perdura, la Palabra de Dios. Se saciaron, es decir, quedaron
llenos de alimento. Cualquiera podría pensar que el alimento que les sació fue
el pan y el pescado; y es cierto. Pero, de forma velada, como una palabra
escondida, el alimento que les sació fue el Evangelio de Jesús. No en vano dirá
Isaías: “…es
verdad, tu eres un Dios escondido, el Dios de Israel, Salvador…” (Is
45, 15)
Sólo unos pocos, quizá,
se darían cuenta que, detrás del milagro, había algo más. San Agustín nos
recuerda que el Señor nos hace descansar en los verdes prados de la Palabra. Y
es que el mismo pasaje del Evangelio hace expresa mención al mandato de Jesús: “…mandó
que se recostaran, que se acomodaran…”. Es decir: que para escuchar
-no para oír-, sino para escuchar, se recostaran como ovejas del Gran Pastor.
Jesús les da a beber del
torrente de sus delicias, palabras que ya se indican en el Salmo 110: “…en
su camino beberá del torrente, por eso levantará la cabeza…” Él
mismo beberá del torrente de la Palabra del Padre, pues como dice Jesucristo a
la Samaritana: “…Yo soy el agua viva, y el Agua que yo daré saltará como
un torrente a la Vida Eterna…”
Es de tal belleza este
versículo del Salmo 35 que su riqueza anega el alma, cuando nos dice: “…tu
Luz nos hace ver la luz…”. Jesucristo es la Luz del mundo (Jn
8,12). Y es que toda la Escritura en el Antiguo y Nuevo Testamento, está
entrelazada, oculta a los ojos de los ciegos (los que no quieren ver), y
esplendorosa para los elegidos de Dios.
Es verdad, eres un Dios
escondido, hemos dicho antes. Pero Dios no se esconde, no juega con el hombre.
Espera a ser escuchado, “…considerad que la Paciencia de
Dios es la garantía de nuestra salvación…” (2 Pe, 3,15)
En pocos versículos
Jesucristo nos revela y nos conduce a una Vida en su compañía a través de su
Palabra, del Evangelio.
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