"Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de
los fieles. Se nos exhorta a cantar al Señor un cántico nuevo. El
hombre nuevo sabe lo que significa este cántico nuevo. Un cántico es expresión
de alegría y, considerándolo con más atención, es una expresión de amor. Por
esto, el que es capaz de amar la vida nueva es capaz de cantar el cántico
nuevo. Debemos, pues, conocer en qué consiste esta vida nueva, para que podamos
cantar el cántico nuevo. Todo, en efecto, está relacionado con el único reino,
el hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo. Por ello el hombre
nuevo debe cantar el cántico nuevo porque pertenece al Testamento nuevo.
Nadie hay que
no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice
que no amemos, sino que elijamos a quien amar. Pero, ¿cómo podremos elegir, si
antes no somos nosotros elegidos? Porque, para amar, primero tenemos que ser
amados. Oíd lo que dice el apóstol Juan: El nos amó primero. Si
buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a Dios, la única razón que
encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dio a sí mismo como objeto de
nuestro amor y nos dio el poder amarlo. El apóstol Pablo nos enseña de manera
aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder amarlo: El amor de
Dios dice ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por
quién ha sido derramado? ¿Por nosotros, quizá? No, ciertamente. ¿Por quién,
pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Teniendo, pues,
tan gran motivo de confianza, amemos a Dios con el amor que de él procede. Oíd
con qué claridad expresa San Juan esta idea: Dios es amor y quien
permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. Sería poco
decir: El amor es de Dios. Y ¿quién de nosotros se
atrevería a decir lo que el evangelista afirma: Dios es amor? Él lo
afirma porque sabe lo que posee.
Dios se nos
ofrece en posesión. Él mismo clama hacia nosotros: «Amadme y me poseeréis,
porque no podéis amarme si no me poseéis.»
¡Oh, hermanos!
¡Oh, hijos de Dios! Germen de universalidad, semilla celestial y sagrada, que
habéis nacido en Cristo a una vida nueva, a una vida que viene de lo alto,
escuchadme, mejor aún, cantad al Señor, junto conmigo, un
cántico nuevo. «Ya lo canto», me respondes. Sí, lo cantas, es verdad,
ya lo oigo. Pero, que tu vida no dé un testimonio contrario al que proclama tu
voz.
Cantad con la
voz y con el corazón, con la boca y con vuestra conducta: Cantad al
Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas hay
que cantar de aquel a quien amáis? Porque, sin duda, queréis que vuestro canto
tenga por tema a aquel a quien amáis. ¿Os preguntáis cuáles son las alabanzas
que hay que cantar? Habéis oído: Cantad al Señor un cántico
nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas? Resuene su
alabanza en la asamblea de los fieles. Su alabanza
son los mismos que cantan. ¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que
pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor alabanza que podáis
tributarle, si es buena vuestra conducta."
(De los
Sermones de San Agustín,
obispo de la Iglesia Católica)
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