MARÍA, MADRE DE LA
ESPERANZA Extracto de la homilía del papa Francisco en la celebración de las
Vísperas con la comunidad de las monjas benedictinas camaldulenses en el
Monasterio de San Antonio Abad en el Aventino, Roma (21.XI.2013)
María es la madre de la
esperanza, la imagen más expresiva de la esperanza cristiana. Toda su vida es
un conjunto de actitudes de esperanza, comenzando por el «sí» en el momento de
la anunciación. María no sabía cómo podría llegar a ser madre, pero se confió
totalmente al misterio que estaba por realizarse, y llegó a ser la mujer de la
espera y de la esperanza. Luego la vemos en Belén, donde nace en la pobreza
Aquel que le fue anunciado como el Salvador de Israel y como el Mesías. A
continuación, mientras se encuentra en Jerusalén para presentarlo en el templo,
con la alegría de los ancianos Simeón y Ana, tiene lugar también la promesa de
una espada que le atravesaría el corazón y la profecía de un signo de
contradicción. Ella se da cuenta de que la misión y la identidad misma de ese
Hijo, superan su ser madre. Llegamos luego al episodio de Jesús que se pierde
en Jerusalén y le buscan: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así?» (Lc 2, 48), y
la respuesta de Jesús que se aparta de las preocupaciones maternas y se vuelve
a las cosas del Padre celestial.
Sin embargo, ante todas
estas dificultades y sorpresas del proyecto de Dios, la esperanza de la Virgen
no vacila nunca. Mujer de esperanza. Esto nos dice que la esperanza se alimenta
de escucha, contemplación y paciencia, para que maduren los tiempos del Señor.
También en las bodas de Caná, María es la madre de la esperanza, que la hace
atenta y solícita por las cosas humanas. Con el inicio de la vida pública,
Jesús se convierte en el Maestro y el Mesías: la Virgen contempla la misión del
Hijo con júbilo pero también con inquietud, porque Jesús se convierte cada vez
más en ese signo de contradicción que el anciano Simeón ya le había anunciado.
A los pies de la cruz, es mujer del dolor y, al mismo tiempo, de la espera
vigilante de un misterio, más grande que el dolor, que está por realizarse.
Todo parece verdaderamente acabado; toda esperanza podría decirse apagada.
También ella, en ese momento, recordando las promesas de la anunciación habría
podido decir: no se cumplieron, he sido engañada. Pero no lo dijo. Sin embargo
ella, bienaventurada porque ha creído, por su fe ve nacer el futuro nuevo y
espera con esperanza el mañana de Dios. A veces pienso: ¿sabemos esperar el
mañana de Dios? ¿O queremos el hoy? El mañana de Dios para ella es el alba de
la mañana de Pascua, de ese primer día de la semana. Nos hará bien pensar, en
la contemplación, en el abrazo del hijo con la madre. La única lámpara
encendida en el sepulcro de Jesús es la esperanza de la madre, que en ese
momento es la esperanza de toda la humanidad. (…) ¡Debemos mucho a esta Madre!
En ella, presente en cada momento de la historia de la salvación, vemos un
testimonio sólido de esperanza. Ella, madre de esperanza, nos sostiene en los
momentos de oscuridad, de dificultad, de desaliento, de aparente fracaso o de
auténticas derrotas humanas. Que María, esperanza nuestra, nos ayude a hacer de
nuestra vida una ofrenda agradable al Padre celestial, y un don gozoso para
nuestros hermanos, una actitud que mira siempre al mañana.
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