Queridos diocesanos: Estamos a las puertas de un nuevo “ciclo
de Pascua” en nuestra vida. Hoy día 6 de marzo, Miércoles de Ceniza,
inauguramos el tiempo santo que nos ha de llevar hasta la celebración
del Misterio Pascual de Jesucristo y que culminará en la solemnidad
de Pentecostés. Empieza, pues, la Cuaresma que desembocará en los
días santos de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo
y que darán paso, a su vez, a la Cincuentena de vida y alegría del Espíritu Santo.
La Cuaresma es el tiempo austero pero “favorable” (cf. 2 Cor 6,1)
del que nos habla la Iglesia con el fin de prepararnos para festejar
dignamente el referido acontecimiento pascual. Es un tiempo fecundo,
portador de renovación como una primavera espiritual. Por este motivo
la Iglesia, al llegar este tiempo, nos llama para que despertemos nuestras
conciencias. Todos los fieles sin excepción, comenzando por los sacerdotes
y demás ministros ordenados, los miembros de especial consagración
y el laicado militante, debemos reavivar nuestro sentido de pertenencia
a la comunidad eclesial y, en consecuencia, asumir el gozo y el deber
espiritual de corresponder concretamente, cada uno según su estado,
a las exigencias de una vida cristiana auténtica.
Como sabéis, este es un tiempo privilegiado para la oración, la práctica
penitencial y el cambio de vida, es decir, para la “conversión” personal
y comunitaria. La Iglesia nos invita a examinarnos delante de Dios,
a orar más intensamente y a reconciliarnos con Él y entre nosotros
para participar con mayor verdad y gozo en la vida cristiana. Desde el
referido Miércoles de Ceniza, a lo largo de las cinco semanas que
culminarán en la fiesta de Pascua, guiados e instruidos por la palabra
divina, nos iremos preparando para revivir la gracia divina que nos
hizo hijos de Dios en el Bautismo y nos renueva y alimenta en los sacramentos
de la Penitencia y de la Eucaristía.
Hagamos verdad en nosotros los misterios de Cristo paciente, muerto
y resucitado, que vamos a conmemorar un año más esforzándonos con
la ayuda de Dios. De ahí el deber moral de practicar la justicia y de
ser, en todo momento, honestos y honrados en nuestro trabajo o función
privada o pública. De otro modo desperdiciaremos la oportunidad que
el Señor nos ofrece. Esto significa “echar en saco roto” su gracia, su misericordia
y su ayuda de manera que Él nos pedirá cuentas algún día del mal uso de
las oportunidades y llamadas que nos hace para que nos convirtamos volviendo
al buen camino.
Permitidme recordaros una de las exhortaciones más apremiantes
que encontramos en el Nuevo Testamento: “Amemos a Dios, porque él nos
amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un
mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve” ( 1 Jn 4,19b-20). Poner en práctica este mandamiento
esencial y representativo de todos los demás, es lo que hará auténtica
nuestra celebración de la Cuaresma y de la Pascua. No basta recibir
la ceniza, acudir a las procesiones o participar en los actos religiosos
propios de ambos tiempos. Será la caridad fraterna y social, real y concreta,
multiplicada en las buenas obras y unida a la honradez en el trabajo
y en los demás deberes personales, la que no solo ofrecerá pruebas de
nuestro compromiso de conversión real sino que demostrará también su
fecundidad y su actualidad en toda nuestra existencia.
Con mis mejores deseos,
+Julián López,
Obispo de León
No hay comentarios:
Publicar un comentario