Parábola del padre
misericordioso
La liturgia de domingo nos invita a reconciliarnos con Dios y a ser
instrumentos de reconciliación (Evangelio). Todo ello es posible porque ya
Jesucristo nos ha conseguido el perdón del Padre misericordioso, pues en cierta
manera ya hemos llegado a la tierra prometida (1ª lectura) con la muerte y
resurrección de Jesús (2ª lectura).
El recuerdo de la primera
Pascua del pueblo de Dios en Palestina invita a tomar conciencia de nuestra situación
actual: Cristo nos ha reconciliado con el Padre. El ha echado sobre sí el
pecado del mundo y lo ha destruido. Si el pecado es fruto de los egoísmos
humanos, el antídoto adecuado es el amor. Jesús, consagró su vida a hacer la
voluntad del Padre por amor y, como era nuestro representante, borró en él el
pecado de todos, por ello “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo
consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la
reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como
si Dios mismo os exhortara por nuestro medio”. Por eso “Lo antiguo ha
pasado, lo nuevo ha comenzado” (2ª lectura). Es tiempo de acoger la invitación
y ser criatura nueva.
La
Iglesia obedece el mandato de Cristo y proclama hoy la invitación a
reconciliarnos con el Padre misericordioso. Por ello hoy de nuevo nos recuerda
la parábola del Hijo Pródigo, que debe llamarse mejor del Padre misericordioso,
invitándonos a ponernos en el lugar del hijo menor, del mayor y del Padre.
Punto de partida es
el hijo menor. Vive en la casa del padre, pero no lo aprecia y cree que fuera
puede ser feliz. El padre respeta la libre decisión del hijo y le da su parte
de la herencia, que dilapida, perdiendo sus derechos filiales y la posibilidad
de reclamar al padre otros bienes. El estado de postración le lleva a valorar
los bienes de la casa del padre. Pero el padre es padre y no puede dejar de
serlo: para él su hijo es su hijo y no puede dejar de serlo. Por ello el padre
se mantiene fiel a sí mismo y a su hijo. Aunque se ha marchado, no pierde la
esperanza de un retorno, lo que le empuja a otear el horizonte para verlo
regresar. Y un día, su presentimiento se hizo realidad: el hijo aparece en el
horizonte y se le conmovieron las
entrañas. Por eso no espera que llegue sino que sale a su encuentro, lo
abraza y besa, lo viste con vestiduras dignas de hijo, le pone el anillo y lo
declara de nuevo hijo suyo, restituyendo sus derechos filiales y reconociendo
de nuevo su dignidad. La misericordia
del Padre desborda toda medida esperada humanamente. No se ajusta a la justa
distribución de los bienes sino a la dignidad filial. Este es el criterio del
amor. Esta es la justicia suprema, pues la misericordia es la más perfecta
realización de la justicia, ya que su finalidad es la desaparición del mal y la
curación perfecta del dañado, en este caso del pecador arrepentido. La
misericordia de Dios no humilla al hombre. El texto no alude a la alegría del
hermano menor, obvia, sino la del padre, y en contraste el enfado y la crítica
negativa del hermano mayor, que representa a los escribas y fariseos que
critican el comportamiento de Jesús. Ante él, de nuevo el padre toma la
iniciativa y, comprensivo, sale a su encuentro suplicando. El mayor tampoco valora su situación en la casa del
padre. Vivía su relación con el padre no como filial confiada sino como
obediencia laboral (dice: te sirvo,
verbo típico de esclavos). Vive su situación como un contrato y cree que es
suficiente guardar el reglamento. Consideraba sus relaciones con el padre como
laborales. Se niega a reconocer al menor como hermano y juzga que el padre ha
roto el contrato de trabajo, dando a su hermano lo que no le pertenece y nada a
él, que tampoco lo ha pedido. El padre no defiende al menor ni aprueba al
mayor, sino que reprende que deje de considerar hermano al menor, que no lo ame
ni se alegre de su regreso, y le invita a entrar en la casa y a acoger a su
hermano. ¿Entra? El texto no responde. Es una parábola abierta que espera la
respuesta del oyente. Hay dos formas de huir de la casa paterna: 1) huir de la
casa buscando fuera la alegría. Cuando se constate el engaño existencial es
posible el retorno; 2) estar en la casa pero sin conciencia de hijo, con
conciencia de esclavo laboral sin alegría y con resentimiento por la acogida de
los pecadores. Es el tipo fariseo cumplidor legalista sin amor. La parábola
pone de manifiesta la misericordia de Dios padre que quiere el regreso de todos
sus hijos, el pecador y el fariseo. Cada uno tenemos el corazón dividido, una
parte es hermano menor y otra hermano mayor.
En cada Eucaristía
el Padre nos invita a regresar a su casa
con todo el corazón y a hacer extensiva esta invitación a todos los
hombres.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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