¿Te has puesto alguna vez a rezar
porque sí, quiero decir, a rezar por el pasillo, poniendo el micro-ondas, yendo
a trabajar, lavándote los dientes o caminando hacia el kiosco?
Pues te digo una cosa que probablemente
no sepas, rezar “por todas partes” es genial. No salen destellos por ningún
lado ni pasa nada a la vista, pero te puedo asegurar que vuelan directamente a
ese “mundo” dónde todos queremos llegar.
La Virgen las coloca donde haga falta,
los Santos las recogen y las utilizan en tu favor o en favor de quien le digas
-tienen licencia- y Dios las mira con gracia.
Para las almas del purgatorio, son
esenciales, las necesitan como “agua de mayo” y si se las dedicas -cuando
salgan del atolladero- agradecidos, harán cosas por ti.
Piensa, un día de oración restan mil
años de condena, pero como no vas a estar todo el día rezando porque no se
puede, al menos al pobre señorín le rebajas “cientos” de una pena horrorosa. No
es una tontería, es así si crees en la oración.
Ninguna oración se pierde, ni la
primera frase -aunque te duermas- porque son cosas de Dios.
Jesús siempre oraba cada vez que se
despistaba de sus apóstoles ¡Claro! Él lo hacía arrodillado y casi en trance ¡Nada
parecido a mí, la verdad!, pero aunque seamos un desastre, las oraciones no se
pierden y como decía Santa Teresa “cada uno que rece como sepa”.
Así pues cuando “andes por ahí”, ya
sabes, un Padrenuestro, Ellos saben dónde ubicar la más grande Oración de Dios.
Emma
Díez Lobo
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