Necesidad de un corazón limpio
El corazón es el centro y motor de la vida de la
persona, por ello hay que prestarle una atención especial, ya que de él
proceden los pensamientos, palabras y obras buenas o malas. Igual que el árbol
bueno da frutos buenos y el malo los da malos, así es el corazón humano. De
aquí la necesidad de un corazón misericordioso y de analizar sus obras para
conocer cómo se encuentra.
Dos casos concretos, la corrección fraterna y el hablar. La corrección fraterna debe
implicar sintonizar con el hermano, comprendiendo su situación para ayudarle
como a él le gustaría que se le ayudase para superar la situación negativa.
Comprender supone que el que va a corregir empiece viendo lo que le mueve a
corregir, si es el amor con el deseo de que supere una situación que le está
haciendo mal, o es el deseo de castigarlo y humillarlo. Para ello debe comenzar
viendo sinceramente su propia situación, pues no tiene sentido que uno quiera
corregir en el otro lo mismo que él tiene. Sería una actuación ilógica, movida
por el deseo de fastidiar. Y naturalmente, el corregido la rechaza por un sexto
sentido que tenemos todos. La corrección debe salir de un corazón
misericordioso que ama al hermano y busca su bien. Por ello procurará ver el
mejor modo y tiempo de hacerla. Como dice san Pablo: “Hermanos, incluso en el
caso de que alguien sea sorprendido en alguna falta, vosotros, los
espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo,
no sea que también tú seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros y así
cumpliréis la ley de Cristo. Pues si
alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Y que cada uno examine su propio
comportamiento; el motivo de satisfacción lo tendrá entonces en sí mismo y no
en relación con los otros. Pues cada
cual carga con su propio fardo (Gal 6,1-5).
El otro caso es nuestro hablar, que revela lo que
hay en el corazón (primera lectura). Una de sus manifestaciones negativas es la
confesión de fe que se queda en palabras y no actúa de acuerdo con su
contenido: no basta decir “Señor, Señor” si no hacemos la voluntad del Padre.
Por ello el hombre sabio es que con un corazón misericordioso traduce en obras
concretas de amor el contenido de su fe. Así actuó Jesús.
En la Eucaristía debemos agradecer la misericordia
del Padre manifestada en Jesús, dándonos un corazón misericordioso. En ella
hemos de alimentarlo para que se traduzca en obras que hacen la voluntad del
Padre.
Dr. Antonio Rodríguez
Carmona
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