Buscar el silencio interior…
Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco
propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse
consigo mismo y con Dios. No es fácil liberarnos del ruido permanente y del
asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las
preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra,
sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la
televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y
recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para
descansar gozosamente ante Dios.
Pues bien, precisamente, en estos momentos en que
necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los
creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias
durante buena parte del día.
Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir
por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras
tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado.
Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia,
basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y
recuperar la lucidez y la paz.
Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy
encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos
para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía
interior.
Acostumbrados al ruido y a la agitación, no
sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias,
imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que solo nos alimenta y enriquece de
verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.
Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a
Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como seres
humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona «saca el bien de la bondad
que atesora en su corazón». El bien no brota de nosotros espontáneamente. Lo
hemos de cultivar y hacer crecer en el fondo del corazón. Muchas personas
comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo
lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.
Ed. Buenas Noticias
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