sábado, 16 de marzo de 2019

II Domingo de Cuaresma



Resucitaremos con Jesús

El domingo segundo de Cuaresma se centra en el conocimiento de la meta que nos espera, la transformación de nuestro cuerpo, cuya causa es la resurrección de Jesús. Esto exige asumir el camino de Jesús (2ª lectura y Evangelio).

La escena de la transfiguración tiene sentido como final de una serie de acontecimientos. Pedro acaba de reconocer a Jesús como el mesías. Jesús le manda no decirlo a nadie, no porque no esté de acuerdo con el título sino por la manera cómo lo entiende Pedro, como un mesías político-religioso. Y a partir de ese momento comienza a explicar cómo es su mesianismo, de muerte y resurrección, e invita a sus discípulos a renovar su seguimiento sabiendo a quién siguen, a uno que va a morir y resucitar. Esto implica negarse a sí mismo, tomar la cruz cada día, y vivir “haciendo el tonto” según las categorías de este mundo. Si uno se avergüenza de esta doctrina y forma de vivir, Jesús se avergonzará de él en el tribunal de Dios Padre en el juicio final. Y para que estén seguros de esto último, algunos de los presentes tendrán experiencia de esto antes de morir. Efectivamente, tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, tienen la experiencia de Jesús resucitado, que se fue transformando conforme oraba. ¡La cara es reflejo del alma! Si el rostro de Moisés se transformó después de hablar con Dios, ¡cuánto más el de Jesús! Está acompañado de los representantes del AT, Moisés, tipo de la Ley, y Elías, tipo de los profetas, que confirman su enseñanza. Y especialmente la confirma el Padre, que invita a escuchar este mensaje de Jesús: Este es mi Hijo, el amado, escuchadle.  Realmente la muerte, asumida en el servicio de Dios, es el camino de la resurrección.

Una meta clara y valiosa es fundamental para el dinamismo humano, que siempre se mueve correcta o equivocadamente buscando la felicidad y la perfección. Nos movemos en busca de valores que nos realizan. Jesús nos muestra que su camino de servicio y entrega total, haciendo la voluntad del Padre, es el camino verdadero que realiza plenamente al hombre. Su resurrección es la divinización y plenitud de la naturaleza humana. ¡Qué bien se está aquí! Fue la reacción de Pedro contemplando la gloria de Jesús. No hay palabras para describirlo porque transciende todas las experiencias humanas.

La segunda lectura nos recuerda que nuestra meta es compartir la resurrección de Jesús, que transformará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso como el suyo. Vale la pena profundizar en un mejor conocimiento del Dios de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha destinado a esta meta, compartir la gloria de su Hijo, siendo hijos suyos: A los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él  el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29);  Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo (Ef 1,3-5). Es uno de los objetivos de Cuaresma, un mejor conocimiento del don de Dios.

Esta meta tiene que determinar nuestro comportamiento como discípulos seguidores del camino de Jesús, el único que realiza plenamente a la persona. La Cuaresma no es una invitación al masoquismo, sufrir por sufrir, sino a la conversión y a rectificar el camino, a pesar de los sufrimientos que impliquen. De aquí la necesidad de conocernos mejor, viendo hacia dónde caminamos, no sea que estemos perdiendo el tiempo. Es el segundo objetivo de Cuaresma.

En la Eucaristía tenemos una experiencia de Cristo resucitado en la oscuridad de la fe, que, con la ayuda del Espíritu Santo, tiene que animar el deseo de llegar a la meta. Es una experiencia para alimentar nuestro caminar cada día en pos de Jesús, llevando nuestra cruz.


D. Antonio Rodríguez Carmona


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