Resucitaremos con Jesús
El domingo segundo de Cuaresma se centra en el
conocimiento de la meta que nos espera, la transformación de nuestro cuerpo,
cuya causa es la resurrección de Jesús. Esto exige asumir el camino de Jesús
(2ª lectura y Evangelio).
La escena de la transfiguración tiene sentido como
final de una serie de acontecimientos. Pedro acaba de reconocer a Jesús como el
mesías. Jesús le manda no decirlo a nadie, no porque no esté de acuerdo con el
título sino por la manera cómo lo entiende Pedro, como un mesías
político-religioso. Y a partir de ese momento comienza a explicar cómo es su
mesianismo, de muerte y resurrección, e invita a sus discípulos a renovar su
seguimiento sabiendo a quién siguen, a uno que va a morir y resucitar. Esto
implica negarse a sí mismo, tomar la cruz cada día, y vivir “haciendo el tonto”
según las categorías de este mundo. Si uno se avergüenza de esta doctrina y
forma de vivir, Jesús se avergonzará de él en el tribunal de Dios Padre en el
juicio final. Y para que estén seguros de esto último, algunos de los presentes
tendrán experiencia de esto antes de morir. Efectivamente, tres de ellos,
Pedro, Santiago y Juan, tienen la experiencia de Jesús resucitado, que se fue
transformando conforme oraba. ¡La cara es reflejo del alma! Si el rostro de
Moisés se transformó después de hablar con Dios, ¡cuánto más el de Jesús! Está acompañado
de los representantes del AT, Moisés, tipo de la Ley, y Elías, tipo de los
profetas, que confirman su enseñanza. Y especialmente la confirma el Padre, que
invita a escuchar este mensaje de Jesús: Este es mi Hijo, el amado, escuchadle. Realmente la muerte, asumida en el servicio
de Dios, es el camino de la resurrección.
Una meta clara y valiosa es fundamental para el
dinamismo humano, que siempre se mueve correcta o equivocadamente buscando la
felicidad y la perfección. Nos movemos en busca de valores que nos realizan.
Jesús nos muestra que su camino de servicio y entrega total, haciendo la
voluntad del Padre, es el camino verdadero que realiza plenamente al hombre. Su
resurrección es la divinización y plenitud de la naturaleza humana. ¡Qué bien
se está aquí! Fue la reacción de Pedro contemplando la gloria de Jesús. No hay
palabras para describirlo porque transciende todas las experiencias humanas.
La segunda lectura nos recuerda que nuestra meta es
compartir la resurrección de Jesús, que transformará nuestro cuerpo mortal en
un cuerpo glorioso como el suyo. Vale la pena profundizar en un mejor
conocimiento del Dios de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha destinado a esta
meta, compartir la gloria de su Hijo, siendo hijos suyos: A los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la
imagen de su Hijo, para que fuera él el
primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29); Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda
clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha
elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo (Ef 1,3-5). Es uno de los objetivos de Cuaresma, un
mejor conocimiento del don de Dios.
Esta meta tiene que determinar nuestro
comportamiento como discípulos seguidores del camino de Jesús, el único que
realiza plenamente a la persona. La Cuaresma no es una invitación al
masoquismo, sufrir por sufrir, sino a la conversión y a rectificar el camino, a
pesar de los sufrimientos que impliquen. De aquí la necesidad de conocernos
mejor, viendo hacia dónde caminamos, no sea que estemos perdiendo el tiempo. Es
el segundo objetivo de Cuaresma.
En la Eucaristía tenemos una experiencia de Cristo
resucitado en la oscuridad de la fe, que, con la ayuda del Espíritu Santo,
tiene que animar el deseo de llegar a la meta. Es una experiencia para
alimentar nuestro caminar cada día en pos de Jesús, llevando nuestra cruz.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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