Un israelita
agobiado y apesadumbrado por sus pecados, suplica así a Dios: " Tenme
piedad, Dios mío, cura mi alma, pues he pecado contra ti" (Sl 41,5).
Nos acercamos a
Pedro a la luz del dolor despiadado de este salmista. Nos dice Lucas que
después de negar por tres veces a Jesús, este se volvió hacia él le miró y
Pedro derrumbándose rompió a llorar amargamente. (Lc 22,61-62).
No creo que sea
posible medir la aflicción del pescador de Galilea; los reproches con los que
se flageló. Recordaría denuncias de Jesús a los fariseos como, por ejemplo:
"... ellos dicen y no hacen..." (Mt 23,3...) y se diría: ¡Ese soy yo,
sí, yo que dije a Jesús “daré mi vida por ti... “(Jn 13,37).
Sus lágrimas,
indeciblemente agrias regaron su corazón dando lugar al fruto de la humildad; ¡se
había dado cuenta de que no era mejor que los fariseos a quienes había juzgado
tantas veces! Sus lágrimas eran como portavoces clamando por Jesús, el Redentor
el único que, con su Amor, que no es de este mundo, podía crear en él un
corazón nuevo.
Quería con toda
su alma verle resucitado...pero una duda - satánica - le acosaba: ¿Querría
Jesús tenerle a su lado como discípulo?
(Continua el
Miércoles)
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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