El pasado miércoles, 25 de enero, un hombre armado atacó dos templos de Algeciras (Cádiz). Asesinó al sacristán de la parroquia de Nuestra Señora de la Palma, Diego Valencia, e hirió a varias personas, entre ellas el encargado de la cercana capilla de San Isidro, el salesiano Antonio Rodríguez Lucena. Al conocer la noticia, aún más execrable porque para justificar el crimen se utilizó sacrílegamente el nombre de Dios, señalé en mi cuenta de Twitter (@cardenalosoro) que estábamos consternados. Unidos a las víctimas y a la Iglesia que peregrina en Cádiz, rezábamos y seguimos rezando «por el fin de la violencia —que destruye la vida y la fraternidad— y para que seamos “artesanos de paz”», en expresión del Papa Francisco.
Con la convicción de que «la Iglesia debe
ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir», prolongando así el
diálogo amoroso de Dios (cfr. Ecclesiam suam),
este mismo miércoles, 1 de febrero, participé en el Círculo de Bellas Artes de
Madrid en un encuentro de Pacto de
Convivencia. Formamos parte de
esta plataforma representantes de instituciones colegiales, universitarias,
confesiones religiosas —entre ellas, el Arzobispado de Madrid— u ONG que, sin
renunciar a nuestra identidad, estamos preocupados por la convivencia en paz,
el respeto mutuo, el buen trato y la cohesión social. Al cumplirse una semana
del ataque de Algeciras, alzamos la voz para condenar «de manera absoluta y sin
paliativos» la violencia; denunciamos la radicalización y los discursos de
odio, y remarcamos nuestro compromiso con la dignidad de cada persona y con la
convivencia.
Me conforta destacar el abrazo y el
pésame que recibí en ese encuentro del secretario de la Comisión Islámica de
España, Mohamed Ajana. Desde el primer momento, en un comunicado, se mostraron
«conmocionados por la abominable acción criminal asesina y desalmada, en el
terrible ataque contra religiosos y fieles inocentes, en un espacio sagrado de
nuestros hermanos y conciudadanos católicos en Algeciras, perpetrado con total
desprecio a la vida humana y a los siervos de Dios», y mostraron su «más
rotunda repulsa y condena».
En el acto de Pacto de Convivencia
percibí, asimismo, la cercanía y el cariño de la sociedad civil hacia la
Iglesia católica en unos momentos tan difíciles, en estos días de conmoción y
duelo. Agradecí su aliento y su preocupación por la diócesis gaditana y, muy
especialmente, por la familia del sacristán fallecido. Creo que él —que en paz
descanse—, con su presencia permanente y muchas veces callada en el templo, es
un ejemplo de cómo tenemos que estar los cristianos en el mundo: mirando al
Padre y a los hermanos, siempre dispuestos a echar una mano, preocupados por el
de al lado.
Que el Dios de la Paz nos ayude a
prevenir estos crímenes terribles y que las religiones mostremos que la fe en
Él es un firme anclaje en la trascendencia que, lejos de negar nada humano,
posibilita la fraternidad.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos Osoro Sierra
Cardenal arzobispo de Madrid
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