Estamos
viviendo unos tiempos en los que se ensalza la cultura del ocio y este asociado
al descanso, como es natural. Es necesario, en favor de la propia salud, desconectar
de vez en cuando de la vida laboral y rutinaria. Parece que hay una tendencia
por sustituir la única duración prolongada de unas largas vacaciones por más
espacios de tiempo de asueto cortos, como es lógico. La forma de trabajo actual
de menos actividad física y más intelectual junto con el aprovechamiento de las
nuevas tecnologías parece que avalan y ayudan a esta forma de “vacacionar”,
como se dice en los países hermanos del otro lado del Atlántico. La revolución
de las nuevas tecnologías, tan criticadas por algunos, pues dicen quitar mano
de obra, hacen que se pueda trabajar de forma no presencial, llevarse los
deberes laborales al hogar, al lugar de las vacaciones o descanso: teletrabajo.
Por
tanto se busca intercalar más periodos de tiempo de asueto a lo largo del curso
laboral ‒Navidad, Semana
Santa, puentes, etc.‒.
Por ser periodos de corto espacio temporal, con frecuencia muy distantes de
casa y entorno, se pretende aumentar la cantidad de cosas, que se quieren hacer
en ellos, a fin de que, a base de llenar y aprovechar más el tiempo produzca
mayor placer y satisfacciones.
Mas
parece ser, según comentarios de los psicólogos y de los propios sujetos, que
atiborrar este tiempo vacacional con muchas actividades produce el efecto
contrario al deseado: agotamiento y estrés. O sea, que en vez de descansar y
desconectar del trabajo, se vuelve más cansado y agobiado. ¡Menudas
vacaciones!, si consiguen el efecto contrario.
Pues
hete aquí que el Evangelio nos da la solución a la contradicción anterior.
Vuelven los discípulos de su primera misión y Jesús quiere evaluar o valorar los
resultados de la misma y les invita a una convención, como suelen hacer las
empresas actuales. (Mc 6, 30) “Venid
vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”.
Aquí
tenemos las pistas. “…a solas a un lugar
desierto”.
No
podemos pretender descansar dentro de una vorágine; el descanso, máxime el espiritual,
requiere el aislamiento, el separarnos de lo que nos rodea y de los que nos
rodean para concentrarnos en nuestros propios pensamientos y meditaciones; se
trata de conectar con nuestro interior, aislándonos de lo externo. Un encuentro
íntimo y personal con Jesús, sin nada ni nadie que nos distraiga, incite o
excite.
Por
otra parte hay que elegir muy bien el lugar donde llevar a cabo esa
concentración: “…un lugar desierto”.
En este contexto ¿qué es el desierto? Evidentemente no se trata del desierto
físico donde el Mesías se preparó para su vida pública, con su ayuno y sus
tentaciones. Nuestro desierto tiene que ser cualquier lugar que nos ayude e
invite a conseguir lo deseado. Puede ser el solo y mero cambio de entorno o
medio distinto al habitual y que invite a la concentración. Puede ser el
desierto del voluntariado: aprovechar el tiempo que ahora nos sobra para
entregarlo a personas que, por uno u otro motivo, están solas y necesitan ayuda,
etc.
Al
fin y a la postre el dedicar un tiempo al espíritu para que, como dice poco
después este mismo pasaje evangélico, Jesús no tenga que sentir lástima por aquella
multitud que andaban como ovejas sin pastor.
Pedro
José Martínez Caparrós
No hay comentarios:
Publicar un comentario