Y que, al despertarte, el día que comienza te entusiasme.
Y que jamás se transformen en rutinarios los rayos del Sol que se filtran
por tu ventana, en cada nuevo amanecer.
Y que tengas la lucidez de concentrarte y de rescatar lo más positivo de
cada persona que se cruce en tu camino.
Y que no te olvides de saborear la comida, detenidamente, aunque “sólo”
se trate de pan y agua.
Y que encuentres algún momento durante el día, aunque sea corto y breve,
para elevar tu mirada hacia lo Alto y agradecer, por el milagro de la salud,
ese misterioso y fantástico equilibrio interno.
Y que logres expresar el amor que sientes por tus seres queridos.
Y que tus abrazos, abracen.
Y que tus besos, besen.
Y que los atardeceres te sorprendan, y que nunca dejen de maravillarte.
Y que llegues cansado y satisfecho al anochecer, por la tarea
satisfactoria realizada durante el día.
Y que tu sueño sea calmo, reparador, y sin sobresaltos.
Y que no confundas tu trabajo con tu vida, ni tampoco al valor de las
cosas, con su precio.
Y que no te creas más que nadie, porque, sólo los ignorantes desconocen
que no somos más que polvo y ceniza.
Y que no te olvides, ni por un instante, que cada segundo de vida es un
regalo, un obsequio, y que, si fuésemos realmente valientes, deberíamos bailar
y cantar de alegría al tomar conciencia de ello.
Como un pequeñísimo homenaje al misterio de la Vida, que nos acoge, nos
abraza y nos bendice.
(F. Daniel Karpuj)
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