Incluso
los agnósticos y los ateos ―como dice el prestigioso sociólogo Juan González- Anleo
― necesitan del sabor de lo sagrado, de la liturgia ―aunque sin cura― con olor
a incienso y cera para evocar (ritualizar) los grandes momentos de la vida.
Halloween es fiel reflejo de tal incoherencia.
Los
que creemos en la vida eterna celebramos la fiesta de todos los santos y
evocamos, al día siguiente, con emoción contenida, a nuestros muertos que viven
―aunque invisibles― de forma «transparente» junto a Dios eternamente felices en
el cielo.
Media
España peregrina este día al pueblo donde yacen los restos de sus padres o de
sus abuelos para tributarles respeto y gratitud.
Muchos
pueblos festejan a sus héroes anónimos haciéndoles un monumento al soldado, al
maestro o al pastor desconocido. Los cristianos honramos a nuestros seres más
queridos, cuyo rostro y nombre llevamos grabados en el corazón, evocando la
huella que dejaron a su paso por el mundo e imitando su entrega total y su
servicio desinteresado por el bien de la humanidad.
Se
trata de esa multitud de hombres y de mujeres de toda raza, edad y condición… a
los que el Papa Francisco ha calificado como «santos de la puerta de al lado»,
empeñados en construir un mundo más humano, justo y fraterno.
No
tenemos que disfrazarnos de santo (holywins) sino ser nosotros mismos. Llevar a
cabo el sueño de Dios en nuestra vida (santo). De esta forma podremos dar
gracias a Dios por las maravillas que hace en cada persona. Al mismo tiempo
podremos ensalzar a todos los seres humanos sencillos, buenos, entregados, generosos
y solidarias, que han sido y son los verdaderos protagonistas de nuestra
historia. Y, por último, tener presente en nuestra memoria y en nuestro corazón
lo útil y lo bueno que cada uno aporta al progreso de la humanidad.
Con
mi afecto y bendición,
+
Ángel Javier Pérez Pueyo
Obispo
de Barbastro-Monzón
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