Después de
haber reflexionado sobre el destino común de la humanidad, tal como se
realizará al final de los tiempos, hoy queremos dirigir nuestra atención a otro
tema que nos atañe de cerca: el significado de la muerte.
Actualmente resulta difícil hablar de la muerte porque la
sociedad del bienestar tiende a apartar de sí esta realidad, cuyo solo
pensamiento le produce angustia. En efecto, como afirma el Concilio, «ante
la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su culmen» (Gaudium
et spes, 18). Pero sobre esta realidad la palabra de Dios, aunque de
modo progresivo, nos brinda una luz que esclarece y consuela.
En el Antiguo
Testamento las primeras indicaciones nos las ofrece la experiencia común de los
mortales, todavía no iluminada por la esperanza de una vida feliz después
de la muerte. Por lo general se pensaba que la existencia
humana concluía en el «sheol», lugar de sombras, incompatible con la vida en
plenitud. A este respecto son muy significativas las palabras del libro de Job:
«¿No son pocos los días de mi existencia? Apártate de mí para que pueda gozar
de un poco de consuelo, antes de que me vaya, para ya no volver, a la tierra de
tinieblas y de sombras, tierra de negrura y desorden, donde la claridad es como
la oscuridad» (Jb 10, 20-22).
Juan Pablo II envió un 12 de octubre un mensaje al obispo francés Raymond Séguy, de Autun,
Chalon y Macon, y abad titular de Cluny, con motivo de las ceremonias
conmemorativas del milenario del día de Todos los Fieles Difuntos, instituido
por San Odilón, monje benedictino y quinto Abad de Cluny.´
Juan Pablo II
recuerda que ´San Odilón deseó exhortar a sus monjes a rezar de modo especial
por los difuntos. A partir del Abad de Cluny comenzó a extenderse la costumbre
de interceder solemnemente por los difuntos, y llegó a convertirse en lo que
San Odilón llamó la Fiesta de los Muertos, práctica todavía hoy en vigor en la
Iglesia universal´.
´Al rezar por
los muertos -escribe el Santo Padre-, la Iglesia contempla sobre todo el
misterio de la Resurrección de Cristo que por su Cruz nos obtiene la salvación
y la vida eterna. La Iglesia espera en la salvación eterna de todos sus hijos y
de todos los hombres´.
Tras subrayar
la importancia de las oraciones por los difuntos, escribe: ´Las oraciones de
intercesión y de súplica que la Iglesia no cesa de dirigir a Dios tienen un
gran valor. El Señor siempre se conmueve por las súplicas de sus hijos, porque
es Dios de vivos. La Iglesia cree que las almas del purgatorio ´son ayudadas
por la intercesión de los fieles, y sobre todo, por el sacrificio propiciatorio
del altar´, así como ´por la caridad y otras obras de piedad´.
Finalmente, el
Papa anima a los católicos ´a rezar con fervor por los difuntos, por sus
familias y por todos nuestros hermanos y hermanas que han fallecido, para que
reciban la remisión de las penas debidas a sus pecados y escuchen la llamada
del Señor
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