sábado, 2 de noviembre de 2019

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario




Primera lectura:
Sab 11,22-12,2: Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres.
Salmo Responsorial:
Sal 144,1-2.8-9-10-11.13cd-14: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Segunda lectura:
 2 Tes 1,11-2,2: Que Cristo sea glorificado en vosotros y vosotros en él.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19,1-10: El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

el gps del dios de la vida.

Cada vez es son más conocidos los GPS (sistema de posicionamiento global o en traducción libre española guía por satélite), esos aparatos que ayudan a los conductores a llegar a un destino predeterminado. Sobre la marcha va indicando las carreteras que hay que tomar, lo repite varias veces para que el conductor no se distraiga; y caso de que el conductor no tome la dirección indicada, el aparato no se enfada sino que se reprograma y vuelve a indicar la dirección correcta desde el lugar incorrecto para llegar a la meta; y si el conductor se equivoca mil veces, otras tantas el GPS, sin enfadarse, vuelve a reprogramarse y continúa indicando la dirección correcta hasta conseguir llegar a la meta programada, lo que a veces se traduce en que, al final, la ruta recorrida sea más larga de lo previsto y poco lógica. Pero la culpa no es el GPS sino del conductor. Buena comparación para comprender el mensaje que nos dirige este domingo la palabra de Dios. La primera lectura ofrece una reflexión importante sobre la postura de Dios ante sus creaturas. Dios es el Dios de la vida y todo lo ha creado libremente para compartir su vida. Todo lo que hace lo realiza buscando vida. Si el hombre no responde adecuadamente, le exhorta, corrige y anima para corregir la ruta y llegar a la meta desde el punto en que se encuentra. No se cansa y hasta el final de cada existencia recuerda al hombre que todavía hay ruta posible para llegar a la meta. ¡Hay tantos casos de vidas tortuosas que al final han acogido la llamada de Dios! Todo esto se debe a que Dios es amor todopoderoso. Porque es amor, lo suyo es darse con una entrega tan fuerte que no hay impedimento que la pueda detener. Para Dios el pecado no tiene la última palabra, sino su amor. Porque es amor todopoderoso, siempre perdona e invita a llegar a él: te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos ante los pecados de los hombres para que se conviertan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado... a todos perdonas, Señor, amigo de la vida.

El evangelio completa esta presentación: Jesús, el Hijo del Dios de la vida, ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Ejemplo concreto es el caso de Zaqueo, a quien Jesús busca y ofrece la salvación. Este episodio completa la enseñanza de Jesús sobre la riqueza presentado  anteriormente por el evangelista, cuando afirma, a propósito del llamado “joven rico”: Qué difícilmente entran en el reino de los Dios los que tiene riquezas, pero lo que es imposible a los hombres es posible para Dios (Lc 24.27). Porque es posible para Dios, Jesús busca y ofrece la salvación a Zaqueo. Pero éste tiene que cooperar a esta oferta, y lo hace, primero, devolviendo cuatro veces lo robado y, segundo, compartiendo la mitad de sus bienes legítimos. Es una cooperación necesaria, ya que una acción no es pecado por un capricho arbitrario de Dios sino porque produce un daño al prójimo y al interesado y el Dios de la vida no puede quedar impasible ante esto; porque ama, exige que se vuelva al camino de la vida, y esto se hace reparando los daños causados.

La Eucaristía es celebración del amor del Dios de la vida. Para darnos vida ha querido ofrecernos constantemente el medio que lo posibilita: unirnos al sacrificio de Jesús y comer su Cuerpo y Sangre.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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