En el
último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey de
Universo. Existe un ansia de universalidad que inspira esta fiesta: la
salvación de la Humanidad y de todo el Universo. La liturgia quiere abrir los
ojos de los creyentes sobre el final de la historia humana, cuando se producirá
la salvación universal que lleva a cabo Jesús.
La
liturgia de esta celebración, así mismo, nos invita a reavivar en nosotros el
deseo de que Cristo reine verdaderamente en nuestra vida. Para que esto tenga
lugar, es menester renovar nuestra adhesión a Él, que nos amó hasta el extremo,
renovar nuestra adhesión a su verdad.
Toda la
existencia de Cristo revela que Dios es amor: por tanto, esta es la verdad de
la que dio pleno testimonio con el sacrificio de su vida en el Calvario. La
cruz es el “trono” desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor:
ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del
“príncipe de este mundo” (Jn 12,31) e instauró definitivamente el Reino de
Dios. Reino que se manifestará plenamente al final de los tiempos.
La
realeza de Cristo no es un misterio que quede fuera de nosotros. No, estamos
dentro, como nos sugiere el apóstol Pablo en su carta a los Colosenses, cuando
nos insta a dar gracias a Dios que “nos libró del poder de las tinieblas y nos
trasladó al Reino de su Hijo querido” (Col 1,13). Realmente somos
“trasladados”, es decir, somos “emigrantes” de este mundo, donde reinan las
tinieblas, a otro mundo, donde reina el Señor Jesús. Y que este mundo de Jesús
es distinto del nuestro se ve claramente en la escena de su entrega en la cruz,
y de todo lo que la rodea.
El camino
para llegar a la meta y para vivir ya el acceso a su Reino, que pedimos que
“venga a nosotros” cada día en el Padre Nuestro, no admite atajos: en efecto
toda persona debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y
verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del
corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Es el
modo de reinar de Dios; este es su proyecto universal de salvación.
En
efecto, nuestro camino en la historia prosigue con sus cansancios, como
constantemente experimentamos, pero hasta que se manifieste plenamente al final
de los tiempos, el “traslado” ya realizado en nosotros a su Reino puede ser
saboreado por su gracia de manera anticipada, no olvidando que en él solo se entra por la puerta
estrecha de la cruz, cuya llave es el don del amor de Dios en nuestras vidas.
Al
celebrar a Cristo Rey recordemos que a su realeza está asociada de modo
singularísimo la Virgen María. A ella, humilde joven de Nazaret, Dios le pidió
que se convirtiera en la Madre del Mesías, y María correspondió a esta llamada
con todo su ser, uniendo su “sí” incondicional al de su Hijo Jesús y haciéndose con Él
obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la exaltó por encima de toda
criatura y fue coronada como Reina del cielo y de la tierra, como bellamente
celebramos entre nosotros desde hace siglos, en “el Misteri”.
A ella
encomendamos que el Espíritu Santo nos ilumine para saber desear llegar hasta
Jesús, como ella deseó, para abrirnos a su Reino ya en esta vida, haciéndonos
capaces de configurarnos con el humilde rey de la gloria, haciéndonos irradiación
de su presencia de paz, y haciéndonos motivo de consuelo y de esperanza para esta
Humanidad sufriente a la que somos enviados a servir. A ella pedimos que
interceda para que el amor de Dios reine en nosotros, recordando que nuestra
esperanza se apoya en ese amor y en sus designios de justicia y de paz.
Preparémonos,
también, con María a iniciar un nuevo Año Litúrgico, a vivir el próximo
Adviento, un tiempo tan propio de la Virgen; a ella nos acogemos, como gran
referente que es para nuestra esperanza, todo, mientras caminamos en este
mundo, siendo “trasladados” a la plenitud del Reino de su Hijo, a la plenitud
del Amor que existe para siempre.
Con
nuestro afecto, nuestra bendición para todos,
+ Jesús Murgui Soriano
Obispo de Orihuela-Alicante
No hay comentarios:
Publicar un comentario