La fiesta de hoy cuestiona las bases y la dirección
que están tomando la globalización y universalización actual. El título habla
de unidad y universalidad: Cristo «rey del universo». ¿De qué universo se
trata?; ¿quiénes formarán parte de ese reino? Desde él y desde el evangelio
tenemos razones para proponer hoy: «Otra globalización es posible…, otra
globalización es necesaria».
Cristo
se identifica con los colectivos de los más pequeños; a éstos, los que pasan a
tu lado, los que viven en tu calle, los que gritan desde los márgenes, es a los
que hay que mirar y lo que se haga o deje de hacer con ellos, aquí y hoy, es lo
que decidirá la suerte final de los hombres. La salvación está en nuestras
manos… y en los pobres. Estamos a tiempo; sabemos lo que hay que hacer.
La
petición del buen ladrón era la oración más hermosa que encontrábamos en el
evangelio: sin exigencias, sin urgencias, sin querer que suceda como nos parece
mejor; sencillamente, «acuérdate de mí», tenme en tu presencia. Y en la
respuesta que le da Jesús se ve su cariño bondadoso con los pobres hasta el
final. Muere vinculándose con ellos: «Hoy estarás conmigo». Estar con Jesús es
ponerlo en el centro de nuestra vida, en el centro real de nuestros deseos,
decisiones y afectos. Eso es lo único que de verdad nos transforma. Porque está
al lado. Jesús le «salva». Es esa cercanía amorosa la que nos da sentido. Tras
épocas en que la imagen de Jesucristo Rey del Universo acercaba a la Iglesia a
los poderosos de este mundo, las palabras y los gestos del papa Francisco nos
han ayudado a restituir esta imagen a su justo lugar: «Los pobres, los
mendigos, son los protagonistas de la historia… En mitad de un mundo que duerme
agazapado entre pocas certezas, los humildes preparan la revolución de la
bondad».
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