Haz esta
experiencia: toma un crucifijo, colócalo debajo de la almohada, entre la
almohada y la funda, y mantenlo así toda la noche. Es como si recostaras tu
cabeza en Él.
Te será más
fácil rezar, y hablarle, y le sentirás más cerca de ti. La noche se llena de
tinieblas y parece que los problemas se agrandan, y cuando amanece, todo parece
más fácil. De la mano de Jesús la noche está llena de su Luz.
Como el
discípulo amado, Juan, que recostó su cabeza en el pecho del Maestro, y escuchó
los latidos de su corazón, y que representa a todo discípulo, podremos recostar
nuestra cabeza en la cruz de Jesús.
“…Verán al
Señor cara a cara y llevarán su Nombre en la frente.
Ya no habrá más
noche, ni necesitarán luz de lámpara o del sol
porque el Señor
irradiará su Luz sobre ellos
y reinarán por
los siglos de los siglos…” (Ap 22)
(Tomas
Cremades)
comunidadmariamadreapostoles.com
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