sábado, 30 de noviembre de 2019

I Domingo de Adviento






PRIMERA LECTURA.
 Lectura del libro del profeta Isaías 2,1-5: El Señor reúne todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios
SALMO
 121,1-2. 3-4ª.  4b-5. 6-7. 8-9: Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”
SEGUNDA LECTURA.
 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 13,11-14: Nuestra salvación está más cerca
EVANGELIO.
 Lectura del santo evangelio según san Mateo: 24,37-44: Estad en vela para estar preparados.


la esperanza cristiana

         Recordando la venida de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, y su nacimiento en Belén, la Iglesia nos recuerda que ese nacimiento ha tenido consecuencias históricas importantísimas para la humanidad y para cada uno de nosotros. Vino y no se ha ido, pues sigue con nosotros. Primero vivió una auténtica existencia humana en todo igual a la nuestra menos el pecado y que culminó en su muerte y resurrección. Desde entonces sigue con nosotros de forma invisible como Señor resucitado en medio de la Iglesia y en el corazón de todos los que le acogen como salvador. Finalmente al final de la historia se hará visible a toda la humanidad. Por eso la Iglesia habla de las tres venidas de Jesús, en el pasado en Palestina, en el presente en el corazón de cada cristiano y en la Iglesia, y al final en su parusía. Al recordar la primera, nos invita a tomar conciencia de que nos encontramos en el contexto de la segunda, esperando la tercera, y de sus implicaciones y lo hace evocando la espera del pueblo de Israel a quien se prometió un Mesías.

        Si estamos entre la segunda y tercera venida, significa que la vida cristiana  es esencialmente espera. El tiempo de Adviento es una invitación a examinar nuestra esperanza.

        La esperanza es algo connatural con la persona humana. La razón es que tenemos un corazón ansioso de felicidad infinita y para llenarse necesita de pequeñas satisfacciones presentes y la esperanza de otras que acaben de llenarlo. Una persona que no espera está muerta. Dios nuestro padre, respondiendo a esta sed de esperanza que ha puesto en nosotros, ha prometido una felicidad total consistente en participar la gloria de nuestro Señor Jesucristo, resucitado de entre los muertos. De esto y sus exigencias nos habla en concreto hoy la palabra de Dios.
        La primera lectura evoca de forma figurada ese futuro. El pueblo de Israel esperaba un Mesías que iba a traer una época de paz y felicidad a Israel y a la que se invita a todos los pueblos, que responden gozosos a esta llamada, diciendo: «Venid, subamos al monte del Señor... él nos instruirá en sus caminos...» y vendrá una época de paz sobre la tierra. Es muy importante para la vida cristiana mantener viva la esperanza de lo que “ni el ojo vio ni el oído oyó de lo que Dios tiene reservado para los que le aman”, la felicidad plena que hambreamos continuamente, viendo a Dios cara a cara y compartiendo el gozo del Señor junto con todos sus hijos. El salmo responsorial invita a responder a esa llamada: «Vamos alegres a la casa del Señor». La meta vale la pena.

        La segunda lectura y el Evangelio explicitan que este ir implica vigilar porque no sabemos el día ni la hora, es decir, el cristiano tiene que vivir en estado de vigilancia, como viven los servicios sanitarios encargados de urgencias médicas o los encargados de sofocar fuegos, siempre dispuestos a prestar el servicio... Siempre preparados a la llegada del Señor, dispuestos a entregar la vida que hemos recibido en prenda.

        Esto exige a cada uno conocer su situación actual para corregir lo negativo, reforzar lo débil y agradecer lo que está en buen estado. Hoy se recomienda la medicina preventiva para conocer nuestra situación y corregir a tiempo las deficiencias. Igualmente es importante un buen examen de conciencia en este tiempo de Adviento que desemboque en una confesión sacramental. Es un modo provechoso de vivir este tiempo y prepararse. Primero hay que examinar si vivimos en gracia de Dios, es decir, si ya hemos recibido a Jesús en nuestro corazón y lo aceptamos como amigo y después cómo vivimos esta amistad.

        En cada celebración de la Eucaristía, mientras esperamos su gloriosa venida (III anáfora), Jesús resucitado viene a nuestro encuentro para alimentar nuestra amistad común y ayudarnos a crecer en ella, preparando así el encuentro definitivo.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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