Dijo Jesús a sus
discípulos: “Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se
imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro
Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:
“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, venga a
nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo; danos
hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos
del mal”. Porque si perdonáis a los hombre sus ofensas, también os perdonará
vuestro padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro
Padre perdonará vuestras ofensas”. (Mt 6, 7-15).
Podríamos llamar a este
Evangelio como: “la Oración más bella salida de los labios de Jesús”. Antes de
que Jesucristo enseñase esta oración a sus discípulos, los israelitas fieles a
Yahvé rezaban con los libros sagrados del Pentateuco: Génesis, Éxodo, Números,
Levítico y Deuteronomio.
Pero los Apóstoles, al
ver al Señor rezar a su Padre, le instaron: “…enséñanos a orar” (Lc 11,1-13).
Concretamente fue uno de sus discípulos el que le pidió este maravilloso deseo.
Y el Evangelio no dice quién fue el discípulo que lo solicitó. Se ha mantenido
en el anonimato este discípulo, que ni siquiera sabemos que fuera uno de sus
apóstoles. Sería hermoso imaginar que este discípulo anónimo pudiera ser cada
uno de nosotros…Y es que esta petición, arranca del corazón humano, al ver cómo
rezaba Jesús.
Dicen los Santos Padres
de la Iglesia que un cristiano no lo es hasta que no ha visto a otro cristiano.
Es decir: Al ver la vida que vive un cristiano en sus múltiples facetas, ese
ejemplo arrastra un deseo incontenible que le impulsa a ser también cristiano.
Lo cual, dicho sea de paso, nos interpela enormemente.
Pues éste es el caso de
ese discípulo. Y Jesús le enseña, curiosamente, con siete “enseñanzas”, que por
el número indicado, el siete, ya nos lleva a la plenitud. El siete, como otros
muchos números de la Escritura, tiene un significado simbólico, que nos acerca
a la revelación. El siete es “la plenitud”. Siete son los sacramentos, siete
los dones del Espíritu Santo…siete los días de la Creación, siete pecados
capitales…y así podríamos continuar.
Sirva este “entreacto”
como un aperitivo que dejamos al lector como parte de la meditación, que debe
siempre acompañar a cualquier ocasión que tengamos en donde se hable de Dios y
sus enseñanzas.
Estas siete peticiones
que elevamos en el Padrenuestro, ya nos indican que la plenitud de nuestra
oración está encaminada por ahí.
La oración comienza con
la llamada a un interlocutor: el Padre de Jesús. Pero tiene algo esencial:
Dice: “Padre nuestro”, no “Padre mío”. Jesús nos está diciendo claramente que
el discípulo que invoca a Dios reconoce en Él a su Padre, no solo al Padre de
Jesús. Lo que implica que Jesús es nuestro excelso Hermano.
Y nos dice que está en
los Cielos. Sabemos que el Cielo no es un lugar físico, sino que es un “estado”
del alma donde se encuentra Dios.
El fiel orante pide
claramente que sea su Nombre santificado. El nombre para un israelita no
tiene el mismo significado que para nosotros, que procedemos de una cultura
greco-romana, y que nos sirve para diferenciar una persona de otra,
simplemente. En el pueblo de Israel el nombre representa “la esencia del ser”.
Recordemos que Adán “puso el nombre “a todo lo creado”. (Gen 2, 18-20).
Y en la Carta a los
Filipenses dice Pablo: “…por eso Dios le concedió el Nombre sobre todo nombre,
de modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la tierra,
en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios
Padre” (Fp 2,6-11)
Así, pues, pedimos al
Padre que el Nombre de Jesús, su Esencia de Dios, sea reconocido en todo el
Universo, como criterio de salvación y honra y honor a Él.
Que venga su Reino es
pedir que Jesucristo,- verdadero Reino de Dios-, venga a nuestros corazones. Y
al pedir que se haga su Voluntad en la tierra y en el Cielo, podemos volver la
oración por pasiva así: En el Cielo es indudable que se hace la Voluntad
de Dios; entonces podemos decir, sin temor a errar, que donde se hace la
Voluntad de Dios, ahí está el Cielo. Y de aquí deducimos que el Cielo comienza
ya desde ahora y continuará después de la muerte.
Pedimos su pan; pero:
“…no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de
Dios…” (Mt 4,4).
El Padre conoce
nuestras necesidades, no nos dejará sin el alimento que no perdura, el pan,
pero hemos de pedirle el “Pan de su Palabra” que es su Evangelio, para alimento
del alma, que perdura.
Dios es consciente de
nuestras debilidades, conoce nuestro barro, por eso dice que pidamos: “…perdona
nuestras ofensas…”. Sabe que vamos a pecar, y está dispuesto a perdonarnos si
nosotros hacemos lo mismo con nuestros hermanos. Además nos brinda el auxilio
para “no caer en el tentación”, librándonos de “ese mal” que es el Maligno
Satanás.
Este es el camino de
salvación que nos enseña Jesús, Hijo del Padre, nuestro Hermano.
(Por Tomás
Cremades)
comunidadmariamadreapostoles.com
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