Primera lectura:
2 Mac 7,1-2.9-14:
El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Salmo Responsorial:
Sal 16,1.5-6.8b.15: Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
Segunda lectura:
2 Tes 2,16-3,5: El Señor os
dé fuerzas para todo tipo de palabras y obras buenas.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 20,27-38: No es Dios de
muertos sino de vivos.
jesús ofrece la salvación plena
y total.
Los cristianos
tenemos necesidad de ser conscientes del don que hemos recibido para vivirlo
con alegría. Es una suerte ser cristianos. Esto es estar evangelizados. Todos deseamos felicidad, gozar, realizarnos
plenamente y buscamos dónde encontrarla. En la calle domina una oferta que
sitúa la salvación en tener, dominar, placer de todo tipo, ser admirados... Y
son mayoría los que corren detrás de esta salvación. Jesús, por una parte,
critica y relativiza estos medios: el dinero, bienestar, autoestima y otras
realidades son necesarias para vivir, pero no se deben absolutizar porque no
salvan. Por otra, ofrece la verdadera salvación, que es radical, plena y total.
Primero porque comienza por la raíz de la persona, por su corazón, con el perdón de los pecados y la
transformación del corazón de piedra en corazón de carne, sensible a Dios y a
los hombres. En segundo lugar, porque concede la posibilidad de resucitar,
superando la muerte y transformando la vida actual en vida eterna, cosa
imposible para las salvaciones paganas, que no afrontan con realismo el enigma
de la muerte. Las lecturas de hoy subrayan este último aspecto.
Resucitar es seguir
viviendo, no con la vida limitada y frágil que tenemos en este mundo, sino
participando la vida de Dios, plena, ilimitada, gozosa. Dios transformará y
divinizará todo lo positivo de nuestra personalidad y eliminará todo lo
negativo. Nuestra personalidad – mi yo
que vivo como una identidad permanente – es el fruto de la herencia de nuestros
padres, que nos condiciona, y de las experiencias que vamos viviendo, que nos
van configurando. Todo lo positivo será transformado. Como parte de estas
experiencias han sido la aceptación de Dios como Padre, de Jesús como salvador y de María como madre,
por eso en el mundo de Dios mantendremos divinizadas estas relaciones.
Igualmente nos han configurado las relaciones positivas mantenidas con padres,
hermanos, amigos... por eso todas estas relaciones continuarán en el mundo de
Dios. Será vivir en plenitud de felicidad, ni
el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene reservado a los que lo aman (Is
64.4; 52,15; 1 Cor 2,9). Jesús
compara esta situación con un banquete, dónde hay felicidad y mutuo compartir.
Dentro de una cosmovisión evolucionista, la resurrección es la plenitud de
evolución a la que aspira el ser humano.
Todo esto es
posible por la resurrección de Jesús, primogénito
de entre los muertos (1 Cor 15,20; Col 1,18). Por el bautismo el hombre se une a su muerte, recibe un corazón
nuevo y comienza una vida nueva (Rom 6,3-4). Y si persevera en ella, el mismo
Espíritu que resucitó a Jesús, resucitará al creyente (Rom 8,11). Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para
siempre (Jn 11,25-26).
En la segunda lectura san Pablo nos desea «que Dios nuestro Padre y Jesucristo nuestro Señor -que nos ha amado tanto y nos ha regalado un
consuelo permanente y una gran esperanza- os consuele internamente y os dé
fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas». La esperanza de la meta hacia la que caminamos tiene que
dinamizar toda nuestra vida. La primera lectura y el evangelio nos precisan que
esta esperanza es nuestra resurrección, es decir, la salvación plena, total y definitiva. Por esta esperanza
murieron los israelitas que hemos oído en la primera lectura, que supieron
afrontar y relativizar los sufrimientos presentes, confiados en el poder de
Dios que los sostendría y les devolvería la vida.
La Eucaristía es
presencia del futuro en Cristo resucitado, y alimento y garantía para
conseguirlo: El que come mi carne y bebe
mi sangre, está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre el viviente, y yo
vivo por mi Padre, así también el que me come, vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, no como el pan
que comieron los padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre (Jn
6, 56-58).
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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