Cuando avanzamos en el camino de fe,
nos vamos dando cuenta del desorden que reina en nuestro interior.
Las simas de nuestra alma, los montes
donde conviven en frente de guerra nuestros ídolos, el dinero, el egoísmo, la soberbia, la prepotencia,
nuestro Ego encumbrado en su pedestal…y hablan
entre ellos, discuten, a gritos, por ver quién es el primero, quién
manda; unas veces ser nuestro “yo”, y muchas veces el dios dinero, origen de
todos los males.
Por eso dirá el salmista: “Una sima grita a otra sima con voz de
cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado” (Sal 41)
Son las “aguas caudalosas” de otros
salmos que fluyen desde el interior del corazón, aguas sin control, empujadas
por el viento de Satanás. Son aguas que arrollan a su paso, que no se detienen
ante nada con tal de saciar una falsa sed de no saber qué, y que una vez
saciada, nos vuelve a dar más sed.
¡Qué diferente del Agua que Dios nos
envía! Su acequia va llena de Agua Viva: Jesucristo, su Evangelio. Y es una
acequia que va dirigida en una dirección, que no fluye aleatoriamente dando
bandazos por la vida sin saber ni lo que busca. La acequia de Dios sabe muy
bien seguir su Camino; el Divino Proyectista envía su Agua para regar cada
parcela a su tiempo, que no el tiempo del ser humano; es el tiempo de Dios
.
Entonces, cuando su Palabra, su Agua,
atraviesa por los áridos valles de nuestra existencia, los transforman en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera de
bendiciones. (Sal 84,7)
Alabado sea Jesucristo
Tomás Cremades
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