Acabamos de celebrar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
con la convicción absoluta de que solamente el Señor tiene fuerza
para reunirnos y unirnos a todos. Por eso el lema de este año ha sido Fue tu diestra quien lo hizo, Señor, resplandeciente de poder
(Ex 15, 16). El Señor quiere que estemos unidos, ya que así haremos
creíble a quien anunciamos que es el mismo Jesucristo. Hemos de mostrar
la cercanía de Dios a los hombres manifestada y revelada por Jesucristo.
La evangelización, el anuncio de Cristo, nos está pidiendo la unidad.
Os invito a vivir mostrando la cercanía de Dios al hombre.
El papa Pablo VI afirmaba que «evangelizar es, ante todo, dar testimonio,
de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo
mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su
Hijo» (EN 26). No se trata de transmitir una doctrina, sino de anunciar a
Jesucristo, de dar a conocer el misterio de su persona y de su amor.
¿Qué es lo que sucede en ese pasaje del Evangelio en el que el ciego
pide al Señor ver? Algo muy sencillo y muy normal, que acontece todos
los días en nuestra vida. Al borde del camino hay un hombre ciego (la ceguera
no solamente es la física) que está pidiendo, falto de vida y de verdad,
pero ninguno de los que pasa a su lado le da lo que más necesita: el amor,
la cercanía, la comprensión para salir de la angustia, la desesperanza
y la desilusión, encontrar apoyo en los demás… Esta hambre solamente
la puede quitar Dios. ¡Qué belleza tiene la Iglesia cuando la contemplamos
desde la misión que le ha dado Cristo! Seamos Él en medio de los hombres.
¡Qué importante fue para aquel ciego que hubiese alguien que le dijese
con claridad: «Pasa Jesús el Nazareno»! En nuestra vida es muy importante
que exista gente que nos recuerde que el Señor está a nuestro lado, que
Dios no es un extraño a la vida y a la historia personal y colectiva
de cada ser humano.
En el momento
histórico que vivimos, tiene una importancia capital que haya hombres
y mujeres que nos muestren con sus vidas el rostro del Señor. Quien se encuentra
con Cristo, tiene que salir a anunciarlo, va unido. Encuentro y misión
son inseparables, como se ve en esa página del Evangelio de san Mateo
(Mt 20, 19-23).
Vivimos un momento
extraordinario de la humanidad, en el que se percibe la necesidad
que tienen los hombres del Dios vivo y verdadero. Por nosotros mismos
no logramos lo más necesario para vivir como hermanos, afloran egoísmos
tremendos en la vida de las personas que miran más para sí mismas y olvidan
a los demás. Cada discípulo de Cristo sabe que su misión es hacer verdad
el mandato de Cristo: «Seréis mis testigos». Se trata de ser testigo
de Cristo y, por ello, misionero como Él, estar en medio de los hombres,
llevar la Buena Noticia a todos los lugares… Hemos de preguntarnos
sin miedos: ¿soy cauce para que otros puedan conocer y encontrarse con
el Señor?, ¿informo con mi vida y mis obras que Él pasa por aquí con obras y
palabras?, ¿doy a conocer con mi modo de estar en medio de esta historia
que Dios pasa por aquí y que está al lado del hombre?
En nuestro mundo se sigue manifestando ese conflicto entre dos
amores del que hablaba san Agustín: el amor de Dios llevado hasta el desprecio
de sí, y el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios (Cfr. S.
Agustín, De Civitate Dei, XIV, 28: CSEL
40, II, 56s.). A nosotros los cristianos, eso nos lleva a tener más conciencia
de la misión y de la necesidad de vivir lo que el Papa Francisco nos invita
a hacer en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium,
donde «seréis mis testigos» tiene un nombre: ser «discípulos misioneros»
para «llevar la alegría del Evangelio».
Los testigos
de Cristo, que son discípulos misioneros y que salen al mundo, tienen
el atrevimiento de decir a los hombres que se encuentran por el camino:
«¿Qué quieres que haga por ti?». Con sus vidas garantizan que los demás
son más importantes que uno mismo. El Papa Francisco nos señala tres aspectos
que es necesario incorporar en la acción pastoral de la Iglesia para
hacer llegar la alegría del Evangelio:
1. Jesucristo
nos apremia a que la Iglesia se arriesgue a salir de sí misma, a tener y
vivir celo apostólico: cuando el Papa nos dice que
salgamos a las periferias geográficas y existenciales, nos está invitando
a salir a las periferias del misterio del pecado, del dolor, de las injusticias,
de la ignorancia, del pensamiento, a toda miseria, la más grande es
desconocer a Dios.
2. Jesucristo
nos apremia a descubrir que cuando la Iglesia no sale de sí y es referente
de sí misma, enferma: dejemos entrar a Jesucristo
en nuestras vidas; en el libro del Apocalipsis se nos dice así de Jesús:
«Estoy a la puerta y llamo». Es verdad que se refiere al hecho de que Jesús
desde fuera llama a la puerta para poder entrar, pero yo quisiera referirlo
a cómo también Jesús desde dentro nos está pidiendo salir, que dejemos
la autorreferencialidad. Avanzar en el camino de una conversión pastoral
y misionera no puede dejar las cosas igual. No basta la gestión, pues
constituirse en un estado permanente de misión es entrar en las entrañas
de lo que el Señor quiere de la Iglesia. Buscar a todos los hombres, entrar
en todas las situaciones en las que estén y vivan, es nuestra misión.
3. Jesucristo
nos apremia a dejar de vivir de la mundanidad espiritual: nunca vivamos para darnos gloria los unos a los otros, vivimos
para anunciar a Jesucristo. El Señor nos llamó a la pertenencia eclesial
para salir y entregar su rostro, acercarlo a todos los hombres y en todas
las situaciones. La Iglesia se hace mundana cuando vive en sí misma,
para sí misma, desde sí misma. ¡Qué palabras las del Papa Francisco: «Os
exhorto a impulsar un proceso decidido de discernimiento, purificación
y reforma»! No basta ese «siempre se ha hecho así» del que nos habla el
Papa. Tampoco la reforma de estructuras por hacerla, ya que sin conversión
pastoral no se volverán más misioneras. La audacia, la creatividad,
repensar objetivos, estilos y métodos, la búsqueda comunitaria
de los medios para que no se quede todo en fantasía, son necesarios. Es
importante no caminar solos, hemos de contar con los hermanos y con
quienes tienen la misión de presidir la comunidad, para así poder hacerlo
todo desde un sabio y realista discernimiento pastoral.
Tenemos que
aprender de nuestro Señor Jesucristo cómo Él se empeñó en ser Evangelio
para los hombres. Un triple amor manifestó en su vida: con su Palabra,
con sus discípulos, con el mundo. Este amor triple tiene que ser el manantial
de donde surja todo nuestro empeño evangelizador: amor a la Palabra
de Dios, amor a la Iglesia y amor al mundo. Y ello porque, a través de la
Palabra, Cristo se nos da a conocer en su Persona, en su vida, en su doctrina;
porque al llamarnos a la pertenencia eclesial ha querido contar con
nosotros para seguir mostrando su rostro, y porque desea que hagamos
vida lo que Él nos dice: «He venido no para condenar al mundo sino para
salvarlo». Solamente la Palabra puede cambiar el corazón del hombre,
acojamos a Cristo con el mismo deseo que el ciego tenía de estar al
lado de Jesús: «Entonces empezó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí!».
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos Card. Osoro, arzobispo de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario