Tras el viaje apostólico del Papa a Perú, en el que pude representar
a la Conferencia Episcopal española, volvemos al trajín de lo cotidiano
donde nos esperan las mismas cosas que dejamos, quizás ahora vividas
de otra manera por la gracia recibida en unos días que siempre recordaremos.
Quedan atrás estos cuatro días de una inmensa intensidad en donde he
podido asistir en primera línea a algo que te toca el corazón y te hace
preguntas que no puedes rodear ni maquillar. En primer lugar, la fuerza
que tiene la fe, aunque tantas veces sea una creencia inmadura, parcial.
La mirada no sabe ni puede dejar de asomarse a un horizonte de esperanza
para el que nacimos, en donde todas nuestras justas inquietudes encuentran
de Jesús la más inaudita e inmerecida respuesta. Así pasó hace dos mil
años cuando el Señor fue viajero que iba contagiando su Buena Noticia
a tanta gente zarandeada por la vida y por la muerte, ante todas las penurias
de tantas maneras. He visto la fe de un pueblo sencillo, una fe más grande
que todas nuestras incoherencias juntas, infinitamente mayor que
nuestros pecados cualesquiera. Estos hombres y mujeres, niños y adultos,
jóvenes y ancianos, pedían la bendición de Dios por doquiera que fueras,
la bendición de Dios, sí… aunque ésta les llegase por tus manos.
En segundo lugar, he visto cómo queda una herencia evangelizadora
y cultural de primer rango, cuando durante siglos llevaron adelante
una preciosa labor tantos hombres y mujeres que habiendo dejado patria,
familia, casa y hacienda, se allegaron a estas tierras, se entregaron
a estas gentes. Sin más pago que la alegría del Evangelio sembraron de
esperanza los surcos de los corazones. Nuestros misioneros se dejaron
su vida y su tiempo para anunciar la más bella Buena Noticia, defendiendo
los derechos de Dios y los de sus hijos que siempre serán nuestros hermanos.
En tercer lugar,
me vuelvo a conmover ante el mestizaje de Dios: Él es indígena, es cholo,
habla quechua, y le gusta la mirada limpia de estos ojitos aceitunados,
y el color de su piel morena y cobriza, y sus danzas vistosas con sus
colores y cantos variados, y la armonía entre una naturaleza celosa
de su virginal belleza y el respeto de estas gentes que en ella encuentran
el libro de tanta sabiduría que Dios ha escrito para ellos. No es el
Dios “europeo” que ha venido a esta tierra para colonizar tierras y
personas según el uso y costumbres del viejo mundo, sino un Dios que
está a la buena de Dios en medio de sus hijos en este nuevo mundo
de las américas.
Por último,
el paso del Papa Francisco ha sido un regalo para tantísimos corazones,
que han expresado de mil modos su gratitud al Santo Padre y su alegría
por pertenecer a un pueblo cuya fe ha venido a confirmar el Sucesor
del apóstol Pedro. No cambia la doctrina cristiana cuando se proclama
el Evangelio eterno, tal y como lo ha recibido la Iglesia de su Señor y
Maestro, como lo han celebrado tantas generaciones cristianas, lo
han testimoniado hasta el martirio los misioneros, y lo han enseñado
de padres a hijos nuestras familias y los pastores verdaderos. Así el
mensaje que abraza nuestras preguntas todas teniendo como respuesta
ese Evangelio que no tiene fecha, por ser para cada época aun permaneciendo
siempre el mismo.
Es justo dar
gracias al Buen Dios por todo ello, y al término de este periplo visitador
de un viaje apostólico, podamos todos con un corazón agradecido
aplicar a nuestra vida personal lo que aquí el Señor nos ha enseñado,
nos ha recordado, y nosotros quizás hemos aprendido recordando lo
olvidado o estrenando lo que trae sabor a nuevo.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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